Abrió los ojos con resignación.
Si. Aún estaba
en la habitación, sentado en el viejo sillón de lectura. El hogar ardía y
crepitaba con insistencia mientras el frío invierno azotaba la ventana sudoeste
de su aposento.
Se levantó
resintiéndose por haber dormido en tan mala postura. Dejó el libro allí donde
había caído y caminó hacia la cama.
Escuchó el
reloj del salón, cuatro habitaciones más allá de donde se encontraba, dar las
nueve de una larga y gélida noche de julio.
Pensó, por
enésima vez, en ella.
Había quemado las
fotografías y las cartas luego de que huyera de su vida. Se había deshecho de
todo lo que podía recordársela por las noches de insomnio y soledad.
Todo menos el
último cuadro que ella pintara y que aún colgaba sobre el hogar. El mismo bajo
el que todas las noches se sentaba, para leer, para pensar, para meditar, para
sufrir, para recordar.
¿Por qué había
decidido quedarse con el cuadro? ¿Qué le atraía de ese paisaje desolado,
abandonado por la mano de dios y el hombre?
¿Qué le había
dicho cuando ella se lo regalara? ¿Qué había vivido él? Frase que se prestaba a
la confusión, porque dónde había vivido, ¿en el cuadro o en el paisaje que
representaba? Y entre las casas de la desolada aldea, ¿no se veía arder una de
las ventanas más pequeñas?
Era tarde, de noche,
y comenzaba a divagar, ayudado por el sueño y el cansancio.
Nadie vive dentro de un cuadro, pensó. Nadie.
Se alejó del
hogar hacia la cama, grande y vacía como el resto de la casa, pensando en el
cuadro, el resplandor que en él creía ver cuando se sentaba mirándolo durante
horas. Y en ella, siempre en ella.
A mitad de
camino entre la cama y el hogar miró, por enésima vez esa noche, la pintura.
De igual
manera, una vez más, creyó ver en ella el ardor de un tizón iluminando una
diminuta ventana, apenas adivinable entre las pinceladas cargadas de color.
En un arrebato
de furia y amor mal contenido, se abalanzó sobre el hogar, desgarró el marco de
la pintura y la arrojó, con desprecio más que con odio, al fuego.
Ahora si
arderá algo en ella, pensó antes de darse vuelta para, esta vez sí, irse a
dormir.
10 comentarios:
Hacía bastante que no pasaba x aquí.
Megustó mucho este último relato.
Salud!!!
Un final memorable.
jlg
Muy bueno. Me encanta este tipo de relatos, pinceladas de alguna historia más grande, que se puede adivinar detrás de ellos.
¿Y así de fácil? si todos los recuerdos se borraran con el fuego simplemente seríamos volcanes rugiendo o piras humanas incapaces de ver más allá o de ilusionarse con algo, no? No sé, digo yo...
LADY JONES
Dicen que el fuego es capaz de destruir y de dar vida simultáneamente, porque sólo cuando algo se reduce a cenizas es posible que otra cosa ocupe ese lugar.
Quemar el cuadro no funcionará. Se irá a dormir, pero soñará con ella, y con la culpa... su culpa.
era hora..
No es fácil terminar con los recuerdos.
Besos
Me recordo a los cuentos del maestro Horacio Quiroga
Nana: Gracias por volver.
Joe: El único final posible, a mi entender.
Raymunde: Gracias. Siempre me parecieron más interesantes las pinceladas que las grandes obras inacabadas.
Un Saxofonista en mi salón azul: El problema con los recuerdos es, precisamente, que no sabemos cómo borrarlo. Pero, a veces, hay otras cosas que nos ayudan. Otras veces tenemos que hacernos cargo solos.
NoeliA: Muy ciertas tus palabras. Esperemos que siempre sea así.
Mikkonoss: Ese es el castigo por quemar una obra de arte. Soñar con ella.
Mitófago: ¿De qué?
Luna: No, no lo es. Eso… ¿es un problema?
Thor: Gracias. No lo había pensado así.
Saludos a tod@s
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