Ese día, por la mañana bien temprano,
había llevado el auto a que lo lavaran, lo enceraran, le pasaran silicona y lo
enceraran nuevamente (no necesariamente en ese orden).
Había quedado
espectacularmente brillante. Hermoso como recién salido de la línea de montaje,
descansando en la acera junto a la puerta de mi casa.
A las pocas
horas, cuando el sol corría a dormirse en la otra mitad del mundo, quise salir
a dar un paseo en mi impoluto vehículo. Pero, para mi desgracia, descubrí que
un miserable perro había apoyado su inmunda pezuña llena de barro sobre la
puerta del conductor.
Días después
me comentaron que el alarido con el que insulté al aire, se escuchó a cinco
cuadras a la redonda. Pero no sé si será cierto.
Lo que sí lo
es, es el hecho de entrar corriendo a la casa, buscar mi rifle de asalto y
volver a salir disparándole al cielo. Cuando me cansé de herir a las nubes
comencé a correr por las calles del barrio disparando a diestra y siniestra,
contra todos los perros que se me cruzaran.
Gritaba,
disparaba, insultaba y volvía a disparar. Veía gente correr en todas las
direcciones; ellos también gritaban, pero mi grito era más fuerte.
Al recargar el
rifle por quinta vez, noté algo nuevo. No, no nuevo, porque en realidad ya lo
conocía e incluso lo había visto más de una vez.
Una vez más,
me encontré frente a la huella de perro
embarrada sobre el auto de un vecino. Unos metros más allá, volví a encontrarla.
Tengo la certeza, en la camioneta que estaba un poco más lejos, a unos pocos
metros, también estaba la misma huela. Así como en el siguiente vehículo.
Había dejado
de gritar y disparar, o de disparar y gritar; algunas pocas personas volvían a asomarse
en los portales, en las ventanas, parapetados detrás de un puesto de flores en
la esquina. Me miraban sin saber qué sucedía; desde la lejanía, se oía el
ulular de una inconfundible sirena.
Me quedé allí,
de pie y estático, en la esquina, mirando la pegatina publicitaria que
confundiera mi entendimiento.
Miré hacia
atrás, hacia mi locura, descubrí los destrozos que causara. Los perros
malheridos y la gente desangrándose en las aceras. Los vidrios rotos y el fuego
ardiendo con morosidad en lo que fuera un cantero de flores mustias.
Qué desastre, recuerdo que pensé.
Me llevé el
cañón del rifle a la boca y gatillé. Pero el arma estaba descargada, los
cartuchos estaban en mi mano. No podía hacer más, veía acercarse a la carrera al
cuerpo de elite de la policía, con sus bastones antidisturbios en alto, sus
flamantes chalecos antibalas y gritando al unísono de forma tan coordinada que parecían
ladrarme con furia y desesperación.
13 comentarios:
Por eso yo no lavo el auto.
Besos
Por eso yo no tengo auto...
Saludos
J.
Umm, yo llevo fatal la violencia y este tipo de locura...
Pero el texto engancha y a eso vengo.
Un beso.
LADY JONES
Digamos que depositaba mucho de su estima en su auto...
Qué bomba de tiempo, mama mía
yo ya no estaba ,pero un perro me contó lo del loco de la escopeta ,dueño del auto que esta en el patio de la comisaria donde duermen todos los perros .
un abrazo
yo pensé que iba a terminar con un "y reí reí reí mwajajjajjjaj"
la vida debería ser más como los dibujitos animados.
yo tenía auto pero no lo lavaba, ahora no tengo, tampoco me gustaría tener, pero tampoco tengo más esas reacciones y espero no volverlas a tener.
guau... Mmmm..rghhmm ... ¡miau! jaJAja... (Yo tampoco lavo el auto jamás, solo lo hacen en la concesionaria, en cada uno de los services regulares. Los japoneses son muy pulcros... jaJAja
ahora q lo pienso, ese tipo necesitaba más balas.
Oh, sí, la gente suele juzgar demasiado rápido. La hiperactividad es una enfermedad que no deja realizar ninguna actividad, o al menos, ninguna actividad adecuadamente. Más bien es un sobrevuelo histérico que conduce a la frivolidad y a la vertiginosidad en el modo de comprender y encarar los hechos. Somos una sociedad enferma. Pero puedo decir con certeza "de esta agua no he de beber", porque soy incapaz de matar a un perro.
Un Saxofonista en mi salón azul: De vez en cuando hace bien liberarse un poco. Pero hay que ver contra qué nos las agarramos.
JuanT: Conozco mucha gente que lo hace, y que se sintió identificarlo al leerlo.
Juan Carlos Eberhardt: Sería un buen final para tan animal personaje. ¿O no?
Mitófago: En los dibujos animados nadie muere, en la vida tampoco, pero de vez en cuando hace falta algo de muerte.
Anónimo: TODO vuelve, cuando menos te lo esperes.
Mikkonoss: Lavar el auto seguido daña el medioambiente.
Mitófago: Sin dudas.
NoeliA: La frivolidad lo explica todo. Definitivamente.
Saludos a tod@s
es la publicidad, que incita al crimen
Seguro. Hace tiempo que dejé de dudarlo, desde que lo leí en un cartel.
Saludos
J.
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