lunes, 22 de marzo de 2010

El bar al final de la frontera


El bar estaba en silencio; la radio había enmudecido unos minutos antes y los que allí estábamos comenzábamos a mirar de soslayo a los demás.
No éramos más de seis hombres, endurecidos y amargados por la vida de la frontera, armados con las pocas armas que llegaban hasta aquel rincón como a través de un cuentagotas, preparados para matar y no dejarse morir.
La radio era la única diversión, si podemos darle ese nombre a una voz monótona y automática que pasaba todo el día repitiendo datos técnicos y marcadores económicos mechados con mensajes personales.
Nada de música, es cierto. Pero era un ruido que nos recordaba a la ciudad, a la metrópoli. Y ahora había cesado. La crispación y el malestar se sentían en un aire cada vez más cargado de tensiones.
Fue entonces cuando sucedió.
Una mujer, enfundada en un traje espacial blanco y plateado, con el casco en la mano, el pelo enmarañado y una expresión de asombro inconfundible en su rostro, entró al bar.
Por supuesto que la miramos. Como hombres que llevan años sin ver otra cosa que suelo árido y la pobre vegetación desértica. Aunque el grueso traje apenas dejaba entrever sus formas, era una mujer, y humana. Imposible de comparar con las frías babosas de la frontera.
La miramos con el anhelo de un poco de tibieza exigua en nuestros lechos, y nos miramos entre nosotros midiéndonos una vez más como contrincantes, calculando cuál de nosotros sobreviviría para quedarse con el premio. En otras palabras, quién coronaría la matanza con un largo beso de amor fingido y cargado de necesidad.
Pero la sorpresa volvió a golpearnos cuando la mujer abrió la boca y, en un dialecto que se esforzaba por sonar neutro, dijo:
—Saben que ahí afuera no queda nada, ¿cierto?
Salimos a ver, demostrando lo poco que confiábamos en las palabras de un desconocido, de un forastero y, sobre todo, de una mujer.
Ciertamente, no había nada. Nada de nada, excepto nosotros. Las estrellas del negro cielo habían desaparecido, las montañas del este y del norte, las tierras del sur tampoco estaban allí.
Tan sólo quedaba un trozo de roca de poco más de dos kilómetros de longitud, el bar, nosotros, y la mujer.
—¿Qué habrá sucedido? —preguntó alguien.
—Habrá sido la guerra —respondió otro.
—La guerra nunca antes había llegado hasta aquí, hasta la frontera.
—Es cierto —dije yo—, pero esta vez si.
—¿Seremos los únicos?
—¿En el universo?
—Bueno… —dijo el primero en hablar—, eso explicaría por qué la radio ya no transmite, ni siquiera las señales de emergencia —tocándose el oído nos mostró la cicatriz típica de toda operación de injerto de radio-sinapsis.
Luego volvimos a mirarnos.
—Sólo queda algo por hacer —dijo uno de los que no habían hablado, desenfundando su arma.
A punto de masacrarnos estábamos cuando oímos un disparo al aire.
En el interior del bar, la mujer sostenía una humeante Colt Bisley, un arma típica de mujer.
—Tengan la integridad suficiente —dijo señalándonos a todos con un ademán—, de morir como verdaderos hombres de frontera.
Terminó de hablar y se voló la tapa de los sesos.

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Este relato fue incluido en el libro Fábulas del cuaderno verde, publicado en 2014.

14 comentarios:

Geraldine, dijo...

Quien dijo que la mujer es debil y no tiene decisión...

Antonio dijo...

Tu relato acorraló mi pensamiento....
Saludos y me largo de la frontera. jajaja....

Bla dijo...

Mirá la muy turra..

A mí me gustan las Colt Bisley.

Anónimo dijo...

De armas tomar, la personaje.

Saludos.

Druida de noche dijo...

joder!!! que bueno. No se porque me sono a triple frontera o ciudad juarez

abrazo

budin dijo...

Sabia.

Y es que pocas cosas pueden compararse con la soledad.

Te mando un besote!

Caro dijo...

me alegro que te haya gustado el corto de animación, es muy lindo la verdad. Para otro cuento de fronteras.. "El paso del norte", de Juan Rulfo. saludos!

Leandro Silva dijo...

gracias por pasarte pero como o de que formas podrias ayudar?
saludos!

leandro silva

Noelia A dijo...

Es que esa mujer ya sabía que, de quedar viva, la raza humana se reproduciría otra vez y se extendería por la faz de la Tierra arrasando con todo, y matando al planeta una y otra vez en todo el tiempo que a éste le quede por recobrarse.

mikkonoss dijo...

...es que desde que la evolución se tornó antropocinética, se perdió hasta el instinto de conservación. Una especie aberrante, ni más, ni menos...

Tenshi Ibarrx dijo...

Excelente cuento, Dragón, me gusta cuando te animás a algo un poquitín más largo. Lo disfruté mucho, sobre todo el final. Un diez.
pd: Igual fijate que me parece que hay un par de erratas.

Nelson dijo...

Jeje, muy bueno, la verdad. Es como un pequeño ejemplo, de que la mujer, muchas veces, o casi siempre, ayuda a encontrar el camino.

Anónimo dijo...

Geraldine: ¡Eso! ¿Quién lo dijo?

Antonio: Gracias, nunca antes me habían dicho algo semejante sobre mis relatos.

Dreyfus: Tenía que ser mujer. A mi también me gustan esas armas, sobre todo porque son para 'hombres rudos'.

Omar: Así lo parece.

Druida de Noche: Puede ser que haya algo de esas geografías en el cuento, pero no de manera conciente...

Andreita: La soledad, a mi modo de ver, sólo se compara con la compañía indeseada.

Carito: Leí el cuento de Rulfo hace un tiempo, y el corto es precioso. Gracias por pasar.

Silva Leandro: Te respondí en tú blog. Suerte.

NoeliA: Eso mismo, Noe, ella ya lo sabía.

Mikkonoss: ¿El hombre no está condenado a destruirse desde el mismísimo día que salió de la bruma de la evolución?

Barbie Murano: Gracias Barbie. Ésta historia en particular me pidió que me extendiera un poquito más.

Hombre de Neanderthal: Más bien diría que la mujer es la única que tiene el coraje de afrontar la realidad, ¿no te parece?'

Saludos a tod@s

Unknown dijo...

Uy, los dejó a todo así... con la boca abierta.

(me encantan tus ideas tus relatos!)