Prefiero seguir Soñando

Pensé, por lo que me parecieron meses, pero que también pudo haber sido apenas unos minutos de sueño rem, que vivía en una versión resumida de una novela de P. K. Dick cuando vi morir al último búho. El mismo que fue disecado trozado y estudiado a fondo por varios laboratorios antes de que sus restos se descompusieran.

Para cuando sólo unos cientos de hombres quedaban en la Tierra, física e inmunologicamente dañados (encontrándome yo mismo entre ellos, claro está, de otro modo no estaría escribiendo al respecto), me obligué a convencerme de que no era un sueño. Peor, era la tétrica realidad.

Una realidad sin glamour, sin el brillo de viajes espaciales ni colonias en otros planetas. Un futuro sin nada.

Sólo vegetar viendo morir uno a uno a mis acompañantes sin hacer nada para impedirlo, ni para evitarles el dolor que ya no sentían. Más allá de la frontera del sufrimiento y la impotencia, más allá de todo, cercano a la irremediable muerte, cualquier cosa que se intente es por completo fútil.

No sirve de nada relatar los acontecimientos que condujeron a este particular momento. Nadie los leerá, civilización alguna llegará desde las estrellas a rescatarme de mi destino, solo resto la amnesia y el final.

No dejo constancia de mi nombre, nacionalidad, filiación política ni género favorito de música folk. De nada sirven.

Soy el último hombre, uno de los pocos seres vivos que perduran en el mundo; yo y una colonia de insectos colorados que crece entre las viseras de los muertos que no tuve fuerzas de enterrar.

Tras mi muerte no quedará de recuerdo más que una roca manchada con mi sangre en un intento por garabatear estas palabras.
    Fui, soy, y ya no seré, un hombre que supo soñar y soñarse. Eso es importante. La posteridad, si, no debo olvidarme aún de eso… La posteridad no existe.