Ellas siempre dicen que no

Así es Oficial. Eso dicen. No. Siempre tienen ese maldito monosílabo preparado en sus labios, naciéndoles desde lo más profundo de la garganta. No.

Y con eso quieren impedirlo todo. Como si se pudiera lograr semejante cosa.

No.

La historia de mi vida se rige por la negación, cada uno de sus capítulos se abren y se cierran con uno. Estoy signado por la N y la O desde mi nacimiento.

No.

Me privó el cariño de mi madre; el verdadero, no esa falsa sombra que es la familia.

No.

Me arrancó del sueño de la libertad infantil y la primera acalorada adolescencia. Dejándome solo durante años. Poniendo fin a mis intentos de compañerismo y aventuras casuales.

No.

Negándome sonrisas, caídas de ojos, palabra al oído. Negándomelo todo.

No.

Cada vez más y más grande, repetitivo, insistente, abrumador, insuperable.

Hasta que una vieja canción me abrió los ojos. Si. Ese el motivo de mi actual predicamento, una canción. De otro modo habría sido incapaz de convertirme en el sátiro del que todos hablan.

No.

Sería tan sólo un frustrado hombre más de los que deambulan por la vida caminando la ciudad buscando quién sabe qué.

Intenté contener mi desazón, mi angustia, mi pesar, con el arte, la literatura, la poesía, la política, el coloreado de mándalas, pero me fue imposible. Tuve que salir a la calle a saciar mi placer.

Pero los gritos de la pobre palomita que yace allí, contra el árbol, fueron más de lo que podía resistir.

¿Qué gritaba? ¿Tiene que preguntármelo? ¿En verdad no lo sabe? Pues gritaban:

NO.