Lentes oscuros

Con un poco de jazz sonando suavemente, nos hundimos en un diálogo lleno de silencios, frases sueltas y ausencias. Tuve tiempo de recorrer su cuerpo en todas las direcciones posibles, a excepción de sus ojos, ocultos detrás de unos gruesos vidrios negros.

Hablamos sin tocar nuestros corazones, sabiendo que cualquier cosa podría suceder de decidirlo de ese modo. Pretendí controlar mi ingenio cuanto me fue posible, pero, por supuesto, fracasé en mi intento y dejé caer un par de sentencias lapidarias:

—Sólo dos clases de personas usan anteojos de sol todo el tiempo, incluso bajo techo. Quienes tienen ojos muy claros; y quienes ocultan secretos —fue la última que dije levantando los dedos para remarcar la breve enumeración.

Sin inmutarse se quitó los anteojos dejando al descubierto sus ojos marrones.

—¿Cuál dijiste que era la segunda opción? —preguntó con una leve sonrisa.

Dos horas más tarde, llegamos a su apartamento.