Sin rumbo

Éramos tres en el interior del auto. Conducía sin saber hacerlo, teníamos los pies mojados, y la ruta estaba vacía. No se veía a nadie, porque no había nadie o porque íbamos muy rápido, no lo sé.

El baúl se incendiaba, sólo la tapa del baúl. Si miraba hacia atrás veía las llamas, pero si miraba por el retrovisor no veía más que la chapa. Por miedo a que explotara, detuve el auto y me bajé. Solo, porque las otras dos personas no bajaron, sino que se llevaron el auto, dejándome, entre la nada y los árboles, para que caminara por haber pretendido abandonarlos, porque sabían que me gusta caminar y, además, porque estaba descalzo.

Caminé mucho, o poco; lo suficiente para encontrar una computadora conectada a una planta donde poder chequear mi casilla de correo y seguir caminando porque no tenía más monedas para continuar comprando minutos frente a la pantalla.

Una monja que esperaba a que la pasaran a buscar, de pie en una esquina, me gritó que era un degenerado por pasearme desnudo entre la gente.

No estoy desnudo, dije. Además, aquí no hay nadie, agregué. Pero sentía frío, por lo que noté que sí, efectivamente, estaba desnudo y la gente corría por todas partes. Seguí caminando sin darle importancia, porque nunca me importó lo que diga una monja; siempre se equivocan. Sentía que tenía que seguir caminando hasta averiguar cuál era el lugar al que quería llegar, o cuándo quería hacerlo.

Por suerte, los que se habían llevado el auto, lo abandonaron allí cerca. El baúl ya no se incendiaba, porque no había baúl porque tampoco era un auto, sino que era una harley-davidson, y las harley-davidson no tienen baúles…