miércoles, 9 de julio de 2008

Informe


Miró sus dedos buscando explicación a la tinta que corría entre ellos. La lapicera había estallado cuando intentó tomarla para completar el informe del incidente del día anterior que se le pedía, o exigía, desde la Subgerencia. La tinta se seca, mejor limpiarla rápido, pensó. Para no manchar nada más, ocupó su otra mano en alejar los papeles, ponerse de pié y abrir la puerta del baño.
Era la cuarta vez que le pasaba algo semejante. Al parecer la partida de lapiceras estaba defectuosa. Cada una de las que sacó de su empaque se rompió por la mitad y la tinta se derramó.
Accionó el comando para que saliera agua tibia con la mano limpia mientras tomaba con la otra el jabón germicida que siempre utilizaba. Al frotarlo notó cómo se deshacía volviéndose jirones de grasa y aroma, dejando la mancha a medio quitar. Por lo menos así ya no macharía su ropa.
Sin darse cuenta, al salir cerró la puerta con la mano machada. Pagó caro su descuido quedándose con el picaporte en la mano. La puerta en sí, al igual que todo el edificio, era de mala calidad, eso resultaba innegable, pero tampoco se rompían tan fáciles esas cosas. ¿Qué estaba sucediendo?
Con sumo cuidado, intentando no tocar nada, regresó a su asiento. Estupefacto, aún con el trozo de metal en la mano y el rostro lleno de extrañeza, se sentó.
Sonó el teléfono interno de la empresa y, sin salir de su asombro, extendió la mano manchada hacia el aparato. El auricular se hizo añicos entre sus dedos con sólo rozarlo.
Esto no puede estar pasando, pensó con miedo y desesperación.
Vació uno de los cajones del escritorio sobre la tapa del mismo haciendo caer con estruendo una docena de objetos disímiles.
Unos pocos minutos le llevó descubrir que aquel fenómeno, sólo sucedía al utilizar una de sus manos, la que manchara la tinta, claro. Y con el más mínimo de lo roces. Ninguno de los objetos quedó en una pieza. Las hojas de papel se rompieron inexplicablemente, los lápices se partieron, los clips de metal se retorcieron y oxidaron. Hasta la sólida madera del pesado mueble comenzaba a resentirse. Y, además, había moscas, en la oficina, varias; la ventana estaba cerrada, por lo que no ingresaban por allí.
Para peor, se trataba de su mano hábil, por lo que era la que siempre reaccionaba primero a sus movimientos, la que utilizaba para, prácticamente, todo.
No recordaba si en el baño había frotado ambas manos entre sí o no. Por lo que sabía hasta el momento aquel fenómeno tal vez se limitara a objetos inanimados. Pero, como no quería arriesgarse, caminó hasta la planta que adornaba una de las esquinas de la oficina. Las moscas lo perseguían; blandió su mano para espantar a los insectos, algunos cayeron al suelo, fulminados, sin que lo notara.
Mirando la planta pensaba en tocar, apenas, una de sus hojas, cualquiera de ella, la más verde que encontrara, u otra cualquiera,  y ver qué sucedía.
Había elegido ya a su víctima cuando sintió caminar sobre su frente una de las molestas moscas y, sin siquiera pensarlo, extendió la mano manchada y se golpeó, con la palma abierta, la cabeza.

4 comentarios:

El Titán dijo...

Genial.Me saco el sombrero ante esta pieza maestra del cuento...

Anónimo dijo...

¿Tanto?
Bueno, gracias. Pero quiero que sepas que desde que nuestros blogs se encontraron, mi ego no para de crecer.

Están todos avisados.

Unknown dijo...

¡Muy bueno!

El título me hizo pensar que la historia iba para otro lado...

Desvió la atención y me hizo darle menos importancia a los primeros eventos, lo que obligó una relectura.
Al principio me pareció que no funcionaba muy bien, pero ahora que lo vuelvo a pensar me parece que calza perfecto.

¿Era tu intención?


Saludos!

Anónimo dijo...

¿Si lo pensé? Para nada Patto, salió asi de mi cabeza, sólo lo corregí un poco. Pero si, quería que el final fuera inesperado. Y por tus palabras, creo que lo logré.

Gracias.