Miró sus dedos buscando
explicación a la tinta que corría entre ellos. La lapicera había estallado
cuando intentó tomarla para completar el informe del incidente del día anterior
que se le pedía, o exigía, desde la Subgerencia. La tinta se seca, mejor limpiarla rápido, pensó. Para no manchar
nada más, ocupó su otra mano en alejar los papeles, ponerse de pié y abrir la
puerta del baño.
Era la cuarta
vez que le pasaba algo semejante. Al parecer la partida de lapiceras estaba
defectuosa. Cada una de las que sacó de su empaque se rompió por la mitad y la
tinta se derramó.
Accionó el
comando para que saliera agua tibia con la mano limpia mientras tomaba con la otra
el jabón germicida que siempre utilizaba. Al frotarlo notó cómo se deshacía
volviéndose jirones de grasa y aroma, dejando la mancha a medio quitar. Por lo
menos así ya no macharía su ropa.
Sin darse
cuenta, al salir cerró la puerta con la mano machada. Pagó caro su descuido
quedándose con el picaporte en la mano. La puerta en sí, al igual que todo el
edificio, era de mala calidad, eso resultaba innegable, pero tampoco se rompían
tan fáciles esas cosas. ¿Qué estaba sucediendo?
Con sumo
cuidado, intentando no tocar nada, regresó a su asiento. Estupefacto, aún con
el trozo de metal en la mano y el rostro lleno de extrañeza, se sentó.
Sonó el
teléfono interno de la empresa y, sin salir de su asombro, extendió la mano
manchada hacia el aparato. El auricular se hizo añicos entre sus dedos con sólo
rozarlo.
Esto no puede estar pasando, pensó con
miedo y desesperación.
Vació uno de
los cajones del escritorio sobre la tapa del mismo haciendo caer con estruendo una
docena de objetos disímiles.
Unos pocos
minutos le llevó descubrir que aquel fenómeno, sólo sucedía al utilizar una de
sus manos, la que manchara la tinta, claro. Y con el más mínimo de lo roces.
Ninguno de los objetos quedó en una pieza. Las hojas de papel se rompieron
inexplicablemente, los lápices se partieron, los clips de metal se retorcieron
y oxidaron. Hasta la sólida madera del pesado mueble comenzaba a resentirse. Y,
además, había moscas, en la oficina, varias; la ventana estaba cerrada, por lo
que no ingresaban por allí.
Para peor, se
trataba de su mano hábil, por lo que era la que siempre reaccionaba primero a
sus movimientos, la que utilizaba para, prácticamente, todo.
No recordaba si
en el baño había frotado ambas manos entre sí o no. Por lo que sabía hasta el
momento aquel fenómeno tal vez se limitara a objetos inanimados. Pero, como no
quería arriesgarse, caminó hasta la planta que adornaba una de las esquinas de
la oficina. Las moscas lo perseguían; blandió su mano para espantar a los insectos,
algunos cayeron al suelo, fulminados, sin que lo notara.
Mirando la
planta pensaba en tocar, apenas, una de sus hojas, cualquiera de ella, la más
verde que encontrara, u otra cualquiera, y ver qué sucedía.
Había elegido
ya a su víctima cuando sintió caminar sobre su frente una de las molestas
moscas y, sin siquiera pensarlo, extendió la mano manchada y se golpeó, con la
palma abierta, la cabeza.
4 comentarios:
Genial.Me saco el sombrero ante esta pieza maestra del cuento...
¿Tanto?
Bueno, gracias. Pero quiero que sepas que desde que nuestros blogs se encontraron, mi ego no para de crecer.
Están todos avisados.
¡Muy bueno!
El título me hizo pensar que la historia iba para otro lado...
Desvió la atención y me hizo darle menos importancia a los primeros eventos, lo que obligó una relectura.
Al principio me pareció que no funcionaba muy bien, pero ahora que lo vuelvo a pensar me parece que calza perfecto.
¿Era tu intención?
Saludos!
¿Si lo pensé? Para nada Patto, salió asi de mi cabeza, sólo lo corregí un poco. Pero si, quería que el final fuera inesperado. Y por tus palabras, creo que lo logré.
Gracias.
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