viernes, 4 de julio de 2008

Mi última memoria


Tenía acento extranjero. Ruso, polaco, rumano; a decir verdad, me lo imagino más como ucraniano. Claro que no conozco ninguno de estos idiomas, por lo que son meras conjeturas.
Me resultaba curioso, tal vez un poco fútil, el que no me fijara en las pantomimas que la mujer hacía en medio del tránsito, sino que lo único que me llamara la atención era aquella desconocida y mágica lengua en la que gritaba. El color de su cabello, su vestimenta, incluso su físico, nada recuerdo; dudo de haberla mirado más allá del momento inicial en el cual ubicar desde dónde provenían aquellos gritos. Su acento, en cambio, se grabó a fuego en mi memoria.
Junto con los esfuerzos para que la entendiéramos.
Me hechizó con su voz, no la comprendía y no me importaba en lo más mínimo mientras pudiera continuar oyéndola desgañitándose en esa lengua.
Esto fue, por supuesto, antes de interpretar sus señas y, como ella pedía, levanté los ojos al cielo y lo vi. ¿O lo correcto sería decir que la vi? La vi, porque era una expresión en femenino la que se usa para designarla. Lo vi, porque aquello era la materialización del peor de mis sueños.
Era inevitable que ocurriera; no existía forma de detenerlo. Decidí, soy conciente de ello, que lo último que quería ver, más bien oír, era el extraño acento de la turista que señalaba, llena de pavor, la gigantesca bomba transcontinental que, en segundos más, segundos menos, nos destruiría.

3 comentarios:

Sabrina Konz dijo...

Mmmm... impactante. Me recuerda a algún lugar lejano de oriente. Qué triste memoria.

Anónimo dijo...

No sólo en el Lejano Oriente suceden ésta cosas, Lina, nadie espera despertarse un día y ver caer una bomba sobre sí mismo, pero es algo que puede suceder es este mundo de fanatismos descontrolados. Y no podemos hacer nada para evitarlo

Unknown dijo...

¡Excelente relato!