Valió la pena despellejarse parte de los dedos frotando esas ramas para lograrlo sin saber si eso en realidad funcionaba. Había visto a otros hacerlo tantas veces que no podía dejar de intentarlo. Con el fuego apenas encendido, el humo elevándose como una fina línea blanca que remarcaba la noche, se sentó en el suelo de tierra y hojas mirando su obra.
Por lo menos esa noche no tendría frío y podría espantar a los lobos con una rama encendida; ¿había lobos en aquella región? ¿Había algo además de árboles, alambrados descuidados y oscuridad? La llama comenzó a crecer lentamente, ya no importaba nada más, las hojas verdes crepitaban, el viento le arrojaba el humo a la cara haciéndole toser.
Estaba satisfecho. Le ardían los dedos, sus ojos lagrimeaban, pero nadie le quitaría ese sentir. Ni siquiera pensaba si estaba bien encender una fogata tan cerca de los árboles. Sería mejor si tuviera algo para comer, pero no podía ocuparse de encender el fuego y buscar comida, o ayuda, al mismo tiempo. Además, nadie se muere por no cenar una noche. Y las llamas eran tan bellas, resplandecían ante sus ojos como una mascota que busca la caricia de su dueño.
Poco a poco extendió las manos acercándolas a las llamas…
2 comentarios:
Todo por sentir un poco de fuego en el cuerpo..creo que de eso de trata vivir...
saludos
Microcuentos
¿Seguro? ¿Alguien sabe de qué se trata vivir? Yo creo que no, pero admiro la sabiduría que te permite decir lo contrario.
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