Caminaba con desgano.
El pasillo estaba
bien iluminado y aparentaba limpieza, pero, después de todo, y mirándolo bien, no
era otra cosa que uno de los tantos túneles del subterráneo. Además, aquel no
había sido un gran día, la sensación de pérdida sólo podría ser reemplazada por
el periódico que regalaban en la estación a la que estaba llegando. Nadie puede
negarse a un regalo, y cuando el mismo sirve para enterarse de las miserias que
aquejan a alguien que no es uno mismo, mucho mejor.
Miré mi reloj,
marcaba las cinco y cuarto de la tarde. No había dudas, tenían que estar
repartiéndolo, repetían el mismo horario todos los días; aunque, es cierto,
algunas veces no traían la cantidad suficiente y, también, había visto como una
misma persona tomaba dos ejemplares. ¿Para qué necesita dos ejemplares de un
periódico una persona? ¿Leerá una durante el viaje de ida y otra en el de regreso?
No tenía sentido.
Pero no era mí
día; al llegar a la estación en la que desembocaba el túnel descubrí que o se
habían atrasado y todavía no habían llegado o ya se habían ido. Nadie me
esperaba allí donde el túnel dejaba de ser túnel y comenzaba a ser andén; nadie
me obsequió con un trozo de papel mal impreso con tinta de poca calidad pero
que sin embargo, tenía el poder de hacerme sentir menos mal conmigo mismo
durante unos breves instantes de lectura.
Seguí
caminando arrastrando los pies, con los hombros caídos, la espalda un poco más encorvada
que de costumbre, destilando pesadumbre a quienquiera me viera… Sentía que el día
se tornaba cada vez más oscuro, más tétrico y deprimente e ignoraba si las
cosas cambiarían en algún momento.
Sin embargo, parpadeé
y una blanca y delicada mano apareció frente mis ojos sosteniendo, con el
extremo de los dedos, como quien no quiere ser ni siquiera rozado por el
contacto con otro ser humano, un llamativo paquete, pequeño, moteado de verde y
amarillo de una más diminuta aún barrita de cereal. Levanté la vista con miedo
a que aquella visión se desvaneciera en la nada entre el humo y la estridencia habitual
del lugar.
Igual de pálido
que la mano anterior, el rostro de la ninfa de los subtes me sonreía con
timidez. Los ojos marrones, que hacían juego con el castaño cabello, me miraban
nublados por largas pestañas.
Reconociendo
la interrogación en mi rostro desencajado ante semejante aparición, apenas susurrando
dijo:
—Muestra
gratis —cosa que podría haberme dado cuenta si tan solo habría prestado atención
a los carteles que la rodeaban y a los envoltorios desperdigados por el suelo.
No recuerdo si
llegué a darle las gracias al tomar el preciado y pequeño paquetito entre mis
manos, acunándolo como si del tesoro más valioso del universo se tratara. Inmediatamente
después extendió un paquete idéntico a quien caminaba detrás de mí, pero eso ya
no tenía ninguna importancia.
Me alejé unos
pasos para subir al tren que acababa de ingresar a la estación repitiendo
aquellas dulces palabras que, por el breve intervalo hasta la siguiente estación,
alegraron un de por sí gris y condenado al olvido día: muestra gratis.
5 comentarios:
Viste que las pequeñas cosas te hacen feliz ;)
¡GRAN ENTREGA DE PREMIOS EN NECESARIA!
¡Hay un Premio Dardo 2008 para vos y tu blog!.
¡Enhorabuena!
Gustavo.
Y como no podría ser de otra manera:
Es dificil decir algo que más exactamente exprese la alegría que me da otorgarte este obsequio.
Espero que te guste recibirlo y que además lo exhibas.
¡GRAN ENTREGA DE PREMIOS EN NECESARIA!
PRIMER ENTREGA DEL PREMIO BLOG NECESARIO
¡Gracias de corazón y alma! -por si acaso no son lo mismo-.
¡Un abrazo!
PD: Que sepas que este es uno de los que entrego con mayor gusto.
Muy cierto lo que decir Mechi, y dejémoslo ahí, ¿si?
Camacho: ¿Un Premio? ¿En serio? Gracias. Me dejaste sin palabras, y eso ya es mucho decir...
Felicitaciones por el premio! Y también por el escrito.
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