Poca era la gente en la cafetería
esa mañana, poca para ser un lunes o, quizá, precisamente, por ello. Nadie
prestó atención al último cliente en entrar; tampoco llamo la atención por
permanecer de píe frente a la puerta, bloqueándola. La media docena de clientes
continuó desayunando como si nada, mientras la camarera trapeaba el suelo.
—¡Soy DIOS! —gritó
el hombre junto a la puerta, levantando los brazos para que la capa que llevaba
flameara a sus pies—. ¡Soy DIOS! —repitió.
Nadie pareció escucharle,
siguieron tomando su café, continuaron leyendo su periódico, mordisqueando sus desayunos.
—Levanten los
ojos, contemplen la gloria… —volvió a gritar desde la muerta.
Moviendo
apenas la cabeza, desde la barra, un hombre lo miró de soslayo.
—¡Incrédulos! —continuó
el autodenominado dios—. Os digo que soy Dios, que he venido a la Tierra, a
éste preciso lugar, sólo para que ustedes me contemplen. ¿Y pretenden
ignorarme?
La camarera
dejó el trapeador contra una de las
mesas y se llevó el balde con agua detrás de la barra.
—Veo que están
faltos de fe, que necesitan una muestra de mi poder. Muy bien. Multiplicaré
éste trozo de pan que traigo en mi bolsillo —dijo al tiempo que dejaba sobre la
mesa más cercana un pan que parecía estar partido por la mitad.
—Es mi deseo
omnipotente que donde antes había uno haya, ahora, dos —dijo en tono solemne y
teatral, como quien ha estudiado sus parlamentos tanto que comienza a creer en
ellos.
Aprovechando
que nadie le miraba, dejó otro trozo de pan junto al anterior, con un rápido
movimiento de manos. El nuevo trozo de pan también lucía partido por la mitad y
encajaba casi a la perfección con el anterior.
Habiendo cambiado
el agua del balde, la camarera regresó del fondo del local para continuar con
su labor. Al pasar junto al aparato, encendió la televisión que colgaba sobre
la barra. Un noticiero llenó el lugar de sonido.
—¡Hay lo
tienen! ¿Qué otro milagro necesitan para venerarme? ¿Eso es? Pues sabrán que soy
más poderoso que ese maldito aparato! ¿Qué necesitan para creer en mí…?
Aún limpiando
el suelo, la camarera se acercó a la puerta bloqueada.
—¿Qué más
necesitan? ¿Una conversión? ¿Una resurrección?
Sacó un arma
de otro de sus bolsillos y apuntó a la camarera, que le daba la espalda.
—Ella será la
prueba de mi poder —dijo antes de disparar.
La mujer, que
no llego a ver lo que sucedía a su espalda, cayó sobre el suelo mojado. Había logrado
la atención de todos los presentes.
—Ahora.
Pequeña. Regresa —dijo el hombre-dios acercándose a la mujer que se desangraba
en el suelo—, tus heridas ya no están, tu cuerpo no ha sufrido daño alguno.
La mujer,
luego de debatirse en sus últimos estertores, no se levantó.
—Pequeña —la
llamó—. ¿Pequeña?
Los atónitos
espectadores del drama reaccionaban poco a poco, llamaban a la policía en
susurros, pedían por una ambulancia con deseos. Ninguno se movía de su lugar.
—Su alma se ha
ido muy rápido —dijo el hombre-dios—, por ello no despierta. No se preocupen, nuevos
devotos míos; tan sólo debo ir a por ella para traerla de regreso por el camino
adecuado. No me tomará más que unos segundos.
Apuntó, con el
arma, a su cabeza y disparó.
2 comentarios:
Me hiciste recordar a un hombre que se autodenominaba "iluminado" y era la encarnación del dios cristiano en la tierra, y todo esto le había sucedido al lado de una churrería ¬¬
Excelente escrito... bueno, como todo lo tuyo que hasta ahora conozco.
Gracias morrigan por el apoyo y tus palabras, tú sabes que a mi también me gusta lo que hago...
quiero decir, lo que tú haces..
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