miércoles, 16 de abril de 2008

Despertar de una noche agitada


Me encontré otra vez frente a ellas. Estaban todas juntas, mis ex-novias (si, las seis), sentadas en bancos de escuelas, individuales, formando larga una fila. Aunque tampoco era tan larga que digamos.
En fin, allí estaban A., G., M., L., P., y D. Resguardo sus nombres por obvias razones.
Las observaba desde lo alto de un púlpito de madera y, como un pastor aleccionando a sus fieles, las señalaba con un acusador dedo:
—¡G.! Aprendí que la tuya no era la única forma de hacer las cosas —grité recordando todos los cambios a los que me había visto obligado a realizar en mi vida.
—¡M.! —grité lleno de alegría—. Ya no me atormentan los recuerdos de TÙ niñez.
—¡L.! Hice con otra todo cuanto aborrecías —le grité sonriendo en su rostro.
—¡A.! Por fin encontré el punto en que de tanto reír el estómago te duele. Y no estabas allí para verlo.
—¡D.! Me desintoxiqué de los males que acumulabas sobre mi espalda —grité levantando mis brazos y moviéndolos como alas—. Soy libre.
—¡P.! Ahora puedo tener las cosas que siempre quise y que odiabas porque decías que me alejaban de ti.
—¡Las superé a todas, chicas! —grité con tanta fuerza que sentía el dolor crecer en mi garganta–. ¡A todas!
            Estaba extasiado, eufórico. Por fin les decía lo que durante años me había guardado; por fin decía las palabras que en su momento no acudieron a mi boca. No había forma de que aquel sentimiento de realización desapareciera, era mi momento, mi triunfo, mi satisfacción. Era mi todo.
            Pero una de ellas, no recuerdo cuál porque en definitiva no era lo importante, eran todas iguales en el recuerdo, levantó la mano pediéndome permiso para hablar. Le dejé hacerlo porque, después de todo, qué podía decirme que interrumpiera mi delicioso sentir. Pero, como tantas veces antes, estaba equivocado.
Con la voz de una mujer que descubrió algo que la beneficia dijo:
            —Si nos superaste, como acabas de gritar, ¿por qué aún sueñas con nosotras?
            Ante el peso de tan triste e innegable verdad que revelaron aquellas palabras, el sueño se vino abajo, se desmoronó sobre sí mismo hasta que desperté sintiéndome un poco más tonto que de costumbre. Pero evitando, esta vez, mencionar las lágrimas abandonadas sobre mi almohada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El final es excelente!