Me encontré otra vez frente a ellas.
Estaban todas juntas, mis ex-novias (si, las seis), sentadas en bancos de
escuelas, individuales, formando larga una fila. Aunque tampoco era tan larga
que digamos.
En fin, allí
estaban A., G., M., L., P., y D. Resguardo sus nombres por obvias razones.
Las observaba
desde lo alto de un púlpito de madera y, como un pastor aleccionando a sus
fieles, las señalaba con un acusador dedo:
—¡G.! Aprendí
que la tuya no era la única forma de hacer las cosas —grité recordando todos
los cambios a los que me había visto obligado a realizar en mi vida.
—¡M.! —grité
lleno de alegría—. Ya no me atormentan los recuerdos de TÙ niñez.
—¡L.! Hice con
otra todo cuanto aborrecías —le grité sonriendo en su rostro.
—¡A.! Por fin
encontré el punto en que de tanto reír el estómago te duele. Y no estabas allí
para verlo.
—¡D.! Me
desintoxiqué de los males que acumulabas sobre mi espalda —grité levantando mis
brazos y moviéndolos como alas—. Soy libre.
—¡P.! Ahora
puedo tener las cosas que siempre quise y que odiabas porque decías que me
alejaban de ti.
—¡Las superé a
todas, chicas! —grité con tanta fuerza que sentía el dolor crecer en mi
garganta–. ¡A todas!
Estaba
extasiado, eufórico. Por fin les decía lo que durante años me había guardado;
por fin decía las palabras que en su momento no acudieron a mi boca. No había
forma de que aquel sentimiento de realización desapareciera, era mi momento, mi
triunfo, mi satisfacción. Era mi todo.
Pero
una de ellas, no recuerdo cuál porque en definitiva no era lo importante, eran
todas iguales en el recuerdo, levantó la mano pediéndome permiso para hablar.
Le dejé hacerlo porque, después de todo, qué podía decirme que interrumpiera mi
delicioso sentir. Pero, como tantas veces antes, estaba equivocado.
Con la voz de
una mujer que descubrió algo que la beneficia dijo:
—Si
nos superaste, como acabas de gritar, ¿por qué aún sueñas con nosotras?
Ante
el peso de tan triste e innegable verdad que revelaron aquellas palabras, el
sueño se vino abajo, se desmoronó sobre sí mismo hasta que desperté sintiéndome
un poco más tonto que de costumbre. Pero evitando, esta vez, mencionar las lágrimas
abandonadas sobre mi almohada.
1 comentario:
El final es excelente!
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