Nos reíamos de los pocos pelos de mi barba, al menos todo lo que era posible entendernos entre la música y la estridencia dentro del bar que eligieras para vernos y al cual no me opuse. Con una cerveza, para sentirnos menos adolescentes, más valientes, más reales, compartimos sueños y anhelos, deseos y tristezas. Tu siempre del lado de los primeros, yo con los que quedaban.
Para qué negar que fueran tus labios quienes se llevaban cada una de mis miradas; aun cuando me esforzaba por mirarte a los ojos, me encontraba primero con tus labios, siempre húmedos, siempre hambrientos.
Me resistí todo lo poco que fui capaz; hasta que ocupó mi pensar una única forma de saber la verdad. Y te besé.
O nos besamos.
No lo sé, no estoy seguro.
Haya sido de una u otra manera, fueron segundos gratos. Me sentí único, un dios, un tonto, el héroe de la historia y uno más del montón, porque otra vez me habían vencido.
Dos semanas duró la ensoñación, dos semanas creyendo que todo era perfecto.
Luego, como siempre lo hace más tarde o más temprano, apareció la traición.
Entonces empecé a odiarte sin vacilación.
4 comentarios:
venía bonita la historia, tierna...
pero bueno, ninguna relacion es 100% perfecta, che!
Algunas veces añoramos secretamente ser vencidos. ¿Lo habías pensado?
Cariños.
Pfunkie: No, es verdad, ninguna relación es perfecta. Y tampoco podemos hacerlas de ese modo, por que el hombre si cinflicto no es hombre.
Morrigan: Si, es verdad, no puedo negarlo.
J.
No está bien odiar la boca que te enseño a besar.
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