sábado, 5 de enero de 2008

Exposición

En noviembre de 2005 se realizaron en Filosofía y Letras unas jornadas llamadas: La mirada de la historia y la dimensión del futuro (o la utopía contraataca – Episodio 1). Participé en ellaS exponiendo una interpretación del libro Solaris de Stanislaw Lem.
La verdad es que no asistió mucha gente, me esperaba que hubiera más interesados siendo que la propia Universidad formaba parte de la organización, pero supongo que ha de ser la mayoría de las veces. Por eso mismo les presento una parte de la ponencia (entera sería muy larga para leer en este medio y, seamos sinceros, nadie lo haría), espero la disfruten:


Filosofía y ciencia ficción:
En su afán por catalogar y nomenclaturarlo todo, la crítica ha reducido el vasto género de la ciencia ficción en cuatro tópicos en los que se encasilla cada cuento y novela en un ejercicio que facilita la tarea del crítico (muchas veces escritor frustrado o de escaso éxito).
Existen entonces historias de contacto, el hombre encuentra algo, una inteligencia (natural o artificial) que lo fascina o atemoriza, o fascina y atemoriza. Historias de guerra, tanto dentro de la tierra como fuera de ella, en algún lugar de la galaxia, hombre contra hombre, hombre contra lo que sea, y en algunas oportunidades el hombre no participa en ella ni como observador pasivo.
Las historias sobre robots, desarrollados o no por el hombre, pacíficos o agresivos, con trasfondo histórico o pura invención. Y, por último, historias de  filosofía y ciencia ficción (o ficción filosófica), en las que se exponen teorías, ideas, o nuevas concepciones sobre lo que significa el ser humano y la posición de este en el universo. O no.
Siguiendo estos lineamientos, Solaris es una novela de contacto, pero no de  primer contacto. Este ha sucedido hace tiempo, siglos quizá, décadas tal vez. Hace tanto que se ha desarrollado una ciencia para explicarlo. Porque ese contacto no fue lo que el hombre esperaba; porque no encontró seres antropomórficos, con dos brazos, dos piernas y un rostro al cual dirigirse al hablar, sino que encontró algo que, difícilmente, se acerca a lo que se considera vida en el planeta tierra.
En Solaris el hombre encontró un único ser, un ser del tamaño del planeta, que interpretó como un océano conciente que no responde al estímulo de la presencia del hombre como este hubiera querido. Y el hombre se sintió, no por primera vez en la historia, golpeado en su amor propio. ¿Cómo comunicarse con algo, un ser, que no posee boca que no habla nuestro idioma, que no articula palabras?
Allí donde no hay hombres, no hay motivos humanos, reconoce Gibarian vislumbrando el problema, mas qué podía llegar a hacer él, único entre tres, único entre millones, que pudo interpretar esa diferencia. Para comprender a Solaris habrá, entonces, que destruir y volver a construir la base de la ciencia, las fórmulas aprendidas para el pensamiento. El hombre debe olvidar lo que ha sido para reformular su sistema de pensamiento y su modo de encarar los problemas siquiera para comenzar a comprender el problema.
El problema es que no lo hace.
Solaris forma una simetriada, ¿será eso una sonrisa?, entonces, los fungoides, ¿significan que está enojado?, ¿y los mimoides? Y por qué mirar aquello con ojos humanos si Solaris no lo es. Adaptación, adaptarse al nuevo medio es lo que el hombre necesita.
Este contacto, a la vez inesperado e incomprendido, sirve para rever todo lo que el hombre creía como verdades universales. Gracias al océano sabe que, no siempre, la naturaleza llega a las mismas respuestas, que tanto él como el océano son accidentes de la evolución, y debe asimilar eso antes de continuar.
Se le agrega, además, la dificultad de lidiar con sus propios fantasmas, aquellos que el océano, en su afán por comunicarse, crea para el hombre. O podría ser un modo de desviar la atención.
Cuando uno es feliz, el sentido de la vida y otros temas eternos, no le interesan, reconoce Kelvin. Él es feliz, por un tiempo, flotando junto al planeta en la deteriorada estación espacial, entonces, ¿por qué rompería la ilusión buscando respuesta a todo aquello que allí sucede, aunque sea esa la razón por la que está allí?
Lem utiliza un océano inmenso, que en momento alguno pronuncia palabra, para reflexionar, varias veces, sobre el papel del hombre tanto en su planeta como en su dispersión por el universo, sobre la totalidad de la vida y la inmensidad de la muerte y, quizá lo más extensamente tratado, la relación entre la memoria y la realidad (¿es el mundo que habitamos, nuestra realidad, tal y como lo recordamos o la memoria hace con él lo que desea?). ¿Un niño interpreta el mundo de la misma manera que un científico que ha perdido su capacidad de asombro bajo años de estudios? (no lo creo, y por esto siempre la infancia queda en el recuerdo como una época fantástica, idílica, idealizada). Una distorsión similar a la que produce el amor en la mente adulta, y Kelvin descubre que continua enamorada de Harey como el primer día, que no la odia por haberse suicidado, es que si ella no lo recuerda es mejor para él que nunca comprendió por qué lo había hecho
Pero, a pesar de encontrar en aquel lugar perdido del cosmos la respuesta a la soledad del hombre, el miedo a lo desconocido deja su embotamiento aparente y regresa con fuerza. Hay que destruir aquello que no se comprende, aunque regale placer y dolor no puede continuar.
Solaris es un gran cerebro entonces, con ondas como pensamientos que se materializan, se destruyen y se regeneran. Pero, ¿qué sucede con un cerebro cuyo espacio interior es invadido por otro? ¿Por qué irradiarle las ondas cerebrales de Kelvin al océano? Él lleva menos tiempo allí, sí, pero está tan contaminado como los demás y es quien menos quiere producir ese efecto. Y sin embargo se deja convencer, por una casualidad o una acción deliberada de su Harey fantasmal.
La gran mente-océano es atacada por las ondas cerebrales (sueños, recuerdos, o simple sinapsis) y desaparecen los fantasmas que nada hacían al hombre. Mas no son estos los únicos que desaparecen. Los fungoides y sus hermanos de origen pierden poco a poco su grandiosidad, su espectacularidad, se desgranan como nubes en el viento dejando de ser. El océano ha muerto como creador de fantasías. Solaris ha dejado de ser la incubadora que recubría su exterior. ¿El hombre lo ha asesinado? Tal vez. ¿Descubrió algo en Kelvin? Nunca lo sabremos porque los tres científicos allí abandonados han perdido las motivaciones para intentar una explicación.
Cuando la historia llega a su final sabemos que el hombre ha dejado una huella de su presencia fuera de su planeta. La humanidad pude quedarse tranquila pues pasará a la historia como la asesina de un planeta, un ser que por no entenderlo prefirió eliminar.
No quisiera llegar a presencia ese momento, no sé ustedes...


La tapa del libro del cual hablo:


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Una versión corregida y modificada de la ponencia se publicó como artículo bajo el título de Solaris, la utopía interrumpida en: Revista Digital Teoría Ómicon Año1, Número 4 (Ecuador, 2018)
Y también en: Revista Digital Axxón N° 289 (Argentina, 2019).

1 comentario:

José A. García dijo...

Por si queda algún interesado, actualizo agregando los enlaces en donde puede leerse el artículo-ponencia completo.

Saludos,

J.