sábado, 4 de julio de 2020

Autógrafo


Un par de semanas atrás sucedió algo tan extraño resultó que este es la cuarta, o tal vez la quinta, vez que intento ponerlo en palabras. El tamaño de la sorpresa que me llevé fue tal que, cada vez que volvía sobre ella, la confusión crecía y se tornaba inexplicable. Incluso para mí, tan habituado a que cosas sin sentido me ocurrieran casi a cada paso.
            Como aquella tarde en que me persiguió una bandada de loros a través de medio pueblo tan sólo porque me había vestido de verde y amarillo; o esa otra vez que el cartero dejó en mi casa una bolsa de cartas dirigidas a un viejo gordo y barbudo porque, según sus palabras, me parecía demasiado a él (al viejo, no al cartero). El ómnibus que casi me atropella en medio de una noche de lluvia porque no vio que le hacía señas en medio de la calzada con mi impermeable de color. Esto para no mencionar la incontable seguidilla de perros que atacaban mis tobillos, junto con el resto de mis piernas, cuando decidía salir de la casa; no eran solamente los perros de los vecinos, que misteriosamente se habían escapado minutos antes, sino también canes completamente desconocidos, que nunca habían sido vistos en las cercanías y que, luego de desgarrar mis pantalones, mis medias, mi piel y cualquier otra cosa que llevara en mis manos, desaparecían son que nadie más volviera a verlos jamás.
            De más está decir que no volví a vestirme de verde, ni de amarillo. Ya no dejé que me creciera demasiado la barba, ni salí de noche a pretender utilizar el transporte público, ni tampoco de día a dar un paseo por el pueblo. Es más, decidí no volver a salir para preservar mi integridad y dedicarme, finalmente, a tiempo completo a mi escritura.
Logré ambas cosas aunque, es cierto, me llevó bastante más lograrlo en el segundo de los casos.
            Incluso pasando la mayor parte de los días encerrado en mi hogar había momentos en los inevitablemente debía salir. Lo hacia al menos una vez a la semana para comprar provisiones; no entraré en detalles de cuáles son las cosas que pueden englobarse bajo esa denominación, no creo que haga falta en este momento porque tampoco viene al caso dar tantos detalles inocuos para lo que me interesa realmente contar. Pero sí es necesario mencionar estas salidas porque fue en una de mis contadas visitas al exterior que sucedió aquel extraño encuentro.
            Abandonaba la proveeduría del pueblo, la que está en la plaza central, casi en frente del bar y junto al templo abandonado, cargando mis bolsas de tela reutilizables rebosantes de alimentos, cuando fui abordado por una persona a la que no conocía pero que parecía conocerme a mí. Con un nivel de conocimiento que debería de haberme resultado extraño en ese momento.
            —Maestro —escuché y me volví de inmediato en dirección en la que llegaran las palabras.
            —¿Quién me llama? —pregunté.
            —Un humilde lector, el más pequeño de sus seguidores, el más insignificante entre aquellos quienes interpretan sus palabras.
            Podría negarlo, pero me gustó la forma en que se expresaba, tan amena, tan certera, tan real para dirigirse a mí. Aunque, es cierto, era la primera vez en que alguien la usaba conmigo.
            —Excelente presentación —respondí pensando en utilizarla en algún futuro relato—, ¿y qué es lo que buscas, pequeño? —porque lo era, al menos en edad.
            —Tan sólo una firma —dijo extrayendo de un extraño morral que no había notado colgando de su hombro, un pesado volumen encuadernado en gruesas tapas duras como las que se hacían antaño, tal y como me gustaría que en algún momento del futuro fueran editadas mis obras completas—, si me permite el atrevimiento.
            —Por supuesto —respondí—. Pero ese libro no es mío.
            —Claro que lo es —dijo aquel muchacho, ¿no les dije que era un muchacho? Porque por momentos lo parecía y, en otros momentos, ya no estoy tan seguro.
            Me lo quitó de las manos sin que apenas hubiera llegado a acariciar la piel —probablemente artificial— de la portada, y lo abrió frente a mí.
            —Aquí está su foto. ¿Lo ve?
            Era una fotografía sí, de alguien a quien tal vez en un par de décadas termine de parecerme; o de alguien que tenía un parecido relativo con una versión un tanto mayor de mí mismo, no estoy seguro. Los ojos de aquel hombre me miraban como invitándome a no dudar de que en verdad él era, sería, o llegaría ser, yo mismo.
            —Pero… —murmuré—, ¿qué es esto?
            —Es el séptimo tomo de sus memorias. Narran desde el año…
            —¿Séptimo qué…? —interrumpí a la muchacha quitándole el libro de sus manos. Pude sentir su dolor, el de la muchacha, ante el crujido de la encuadernación de aquel preciado libro cuando lo abrí sin el menor cuidado.
            Miré al azar algunas páginas, sin detenerme en realidad a leer nada específico, solo lo suficiente para reconocer en esas pocas palabras mi indudable e irrepetible estilo.
            —Imposible —dije una vez más esa mañana, luego de conocer el precio del litro de leche, y de haber visto caminar en otra calle a quien creía muerto desde hacía varios años sabiendo que ahora podría recordarle su deuda—. Imposible.
            Arrojé el libro a la calle, creo que fue a caer sobre un charco de agua estancada, o cosa similar; el grito aterrador del muchacho, a quien le daba la espalda para alejarme, en parte así lo confirmó. No me detuve hasta regresar a la casa; mis manos temblaban mientras guardaba las provisiones de esa semana en los estantes de la alacena; la mirada se me nubló en más de una oportunidad y no podría decir si se trataba tan sólo por el cansancio o si las lágrimas tenían algo que ver en todo ello.
            Durante esa misma tarde decidí, en varias oportunidades, dejar de escribir, para siempre, de una buena vez, como mucha gente no dejaba de recomendármelo. Pero luego me decía a mí mismo que no podía privar al mundo de mus ideas, de mis palabras, de mi genialidad. Entonces decidía volver a escribir. Al menos hasta que el recuerdo de aquel muchacho, o muchacha, regresaba, y la decisión flaqueaba una vez más. Por que debía decidir qué hacer, en ese momento, antes del mediodía, en ese lugar, de pié junto a la alacena medio vacía, para saber cómo continuar.
Pero la cuestión no parecía tener una resolución fácil porque si dejaba de escribir, de una vez y para siempre, esas memorias que en parte había visto, nunca llegarían a existir. En ese caso, nadie vendría a verme en la mañana que acababa de terminar, a la puerta de la proveeduría del pueblo a pedirme que firmara aquel extraño libro. Si nadie venía a mostrarme ese libro nunca sentiría este miedo visceral a continuar escribiendo, entonces lo haría, continuaría escribiendo. Pero eso llevaría a que en la mañana que acababa de pasar, alguien apareciera junto a mí en la puerta de la proveeduría del pueblo pidiéndome que le firmara un extraño libro. Lo que me llevaría a sentir un miedo visceral que me obligaría a reconsiderar toda mi labor con las palabras.
            Es la quinta, si no la sexta vez, que intento ponerlo en palabras de forma de poder entenderlo y, tal vez, lograr tomar una decisión sobre lo que debo hacer. La tarde no deja de consumirse. Se acerca la noche y, por alguna razón que todavía no logro descifrar, siento que esta noche, la que se me viene encima, la que no deja de aproximarse, la que consumirá hasta el último rastro del día que se termina será, también, la última.
            ¿La última de qué? Eso es lo que no sé. Aún.

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En la Revista Digital Tabaquería (México), se publicó el relato Gran Maestre.

En la Revista Digital Masticadores de América (EE.UU.), pueden encontrar el relato Jauría.

Y, por último, en el número 27 de la revista española La Ignorancia pueden leer el cuento Araucaria.

Fin del Espacio Publicitario.

22 comentarios:

José A. García dijo...

No todas las decisiones son fáciles de tomar.

Saludos y buen fin de semana,

J.

gla. dijo...

Pues
Me encantó su relato
Abrazos

la MaLquEridA dijo...

Alégrate serás reconocido en el futuro, muy padre ¿no?

Un abrazote

Tot Barcelona dijo...

Muy bueno, muy bueno, al menos para mi.
No hubiera podido encontrar palabras para relatar algo similar.
Un abrazo fuerte desde Barcelona.
Salut

Doctor Krapp dijo...

Ese prefería no hacerlo que te obliga a no dejar de hacerlo. Paradojas de la vida.
Si me permites una humorada a cuenta de tu estupendo texto: ¿Lo de que atacaran al personaje vestido verde amarillo una bandada de loros podría tener algo que ver con la famosa rivalidad futbolística entre Brasil y Argentina?

Saludos

fany sinrimas dijo...

¡ Con la ligereza y alegre vanidad con la que muchos estampan su autógrafo y firma en sus libros, y el protagonista de este relato sin decidirse !

Saludos.

lunaroja dijo...

Admirable tu facilidad para narrar y empatizar con el lector. Eso sí que es talento!
Me ha encantado.
Como dice Tot, yo tampoco hubiera encontrado palabras para escribirlo!
Excelente.

Paula dijo...

Hola pasaba saludar!!!!
Te cuento que abrí un blog de haikùs y voy a dejar los otros puesto que no me da el tiempo para todos.
Espero verlos allì, un beso enorme y un abrazo.
PD: ESTE ES MI ÚLTIMO Y ÚNICO BLOG DE AQUÌ EN MÁS. TE SIGO CON ESTE NUEVO PERFIL.

Guillermo Castillo dijo...

El único autógrafo digno es el que se deja en lo que se escribe.
Saludos,

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Efectivo relato.
Será por eso que esas experiencias no son comunes. Para evitar las paradojas.
Bien escrito, colega demiurgo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Si es un libro autobiográfico, tal vez tendría que incluir el episodio.
Por lo que quien haya solicitado el autógrafo debía conocer de antemano la reacción del escritor.
Salvo que haya sido registrado en otro tomo de las memorias, que no haya leído quien pidió el autógrafo.

Siby dijo...


Una muy buena narración,
que admiro sinceramente.

Besitos dulces
Siby

Beatriz dijo...

Me habría llenado de timidez, pero qué bonito! en hora buena!

Salud!

Mista Vilteka dijo...

Lo que seremos, ya fuimos.
Pero no somos lo que hemos sido ni seremos.

Dyhego dijo...

Se ve abocado a escribir para que su futuro no se trunque.
Salu2, José.

Pitt Tristán dijo...

Eres un gran narrador.

Abrazo.

Katrina.Snz dijo...

Me ha gustado tu relato ¿Escribir o no escribir? he ahí el dilema ¿Desarmar el nudo? aunque me pasara algo similar, con el pánico que me daría... no podría dejar de escribir y seguir viva.
No podemos elegir lo que queremos.

Enca Gálvez dijo...

Te le leído detenidamente y decirte que me ha encantado tu relato, te animo a que sigas escribiendo, puede ser el comienzo de una gran novela, piensatelo amigo! Un abrazo

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

pues me has dado que pensar 🤔
o eres un tipo demasiado común, al que puedan confundir con cualquiera....
.... o demasiado extraordinario al que todo el mundo admire
un beso

Frodo dijo...

Qué lindo sería escribir nuestras memorias. Primero hay que hacer algo importante... o hacer creer que hicimos algo importante. Vamos con la segunda opción entonces

Abrazos J!

José A. García dijo...

José: Cuanta razón hay en tus palabras.

Gla: Muchas gracias Gla. Espero que vuelvas a pasar.

La Malquerida: Me alegro por el personaje, sí.

Tot Barcelona: Tampoco las he encontrado yo, sigo viendo fallas en su redacción.

Dr. Krapp: La vedad no había tenido en cuenta el tema del color y el futbol. Es más, no sé a dónde quería ir al mencionar esos detalles…

Fany: El miedo nos hace actuar de manera inesperada.

Luna Roja: Gracias por tus palabras sobre el relato.

Paula: Hola, gracias, iré a visitarte en cuanto puedo.

Guillermo Castillo: Muy cierto, pero la vanidad siempre puede más.

Demiurgo: ¿Qué harías en su lugar?

Siby: Gracias.

Beatriz: El reconocimiento llega de maneras inesperadas, es cierto.

Mista Vilteka: Es cierto, solo nos queda aceptar lo que somos.

Dyhego: Escribir o no escribir, esa es la cuestión.

Pitt Tristan: Muchas gracias, nos leemos.

Cristina Snz: El nudo, el verdadero nudo, nunca puede desarmarse, sólo nos queda cortarlo.

Enca Gálvez: Puede ser, pero en este caso el relato allí se termina.

Marie: Si hasta los loros querían estar con ese personaje, es cierto.

Frodo: Hay poder escribir las memorias primero hay que tenerlas, y para eso hay que hacerlas y para eso… La cadena es interminable.

Gracias a tod@s por sus visitas.

Nos leemos,

J.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La anticipación de la gloria literaria. UN abrazo. Carlos