viernes, 27 de enero de 2012

A un paso de la pesadilla

Encendió el velador escuchando por segunda vez el timbre del teléfono. Pensó en ignorarlo, en dejar que sonara y sonara toda la noche si así lo quería; pero sabía que el ruido no le permitiría dormir y que, de seguro, algún vecino comenzaría a quejarse detrás de las paredes de yeso.
Llegó hasta el aparato con el quinto timbrazo, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos, el aire de la madrugada cosquilleándole en la nariz y dando gracias por no haber golpeado ningún mueble en el camino.
—Hola —carraspeó con el tubo en la mano.
Y volvió a escuchar lo mismo que quince minutos antes. Una respiración que jadeaba una, dos, tres veces antes de cortar la comunicación.
—¿Otra vez? —se preguntó medio dormido—. Quién le habrá dado la idea a Edison para inventar este aparato.
Se encaminó hacia la habitación, hacia la cama, las mantas tibias y la almohada mullida. No había llegado a la mitad del camino que el teléfono comenzó, otra vez, a sonar.
—Hola, hola —dijo en tono perentorio mientras escuchaba los jadeos. Después, el silencio.
Lo pensó por casi un minuto, quedándose de pie en el lugar, antes de decidir si volver a la cama o no. El teléfono, mudo e imperturbable, no lo ayudaba a decidirse.
Antes de que terminara de girar sobre sus piernas cansadas, el aparato sonó nuevamente.
—¡Hola! —exclamó con furia, odio y cansancio, obteniendo como respuesta los mismo tres jadeos de antes.
Lo mismo se repitió, al menos, media docena de veces. Colgaba el tubo y se quedaba mirando el aparato silencioso esperando a que volviera a sonar. Nada sucedía hasta que no se encontraba a varios pasos de distancia, entonces regresaba, levantaba el tubo y, otra vez, los jadeos y el silencio.
Se enojó, insultó, gritó, blasfemó contra todos los dioses en los que alguna vez alguien haya creído, amenazó con iniciar juicios y demandas, imploró, suplicó, lloró, para que le dejaran dormir. Pero sus palabras carecían de sentido para quien continuaba llamando y llamando.
Una hora, tal vez hora y media, le llevó tomar la decisión. Regresó a la habitación para buscar una manta con la que cubrirse la espalda, acercó una silla a la mesa del teléfono y levantó el tubo.
Discó un número al azar, dejando que sus dedos jugaran con el disco de plástico y esperó.
Una voz tan soñolienta como la suya una hora, hora y media antes, apareció del otro lado de la línea.
—¿Hola?
No dijo nada, solamente jadeó una, dos, tres veces y colgó.
Contó los segundos dejando pasar un minuto, y volvió a discar.

6 comentarios:

Pablo Galván dijo...

Excelente... me gustan los finales impensados... Saludos! ;)

Geraldine, dijo...

tuve un pantallaso hacia mi infancia con esa foto....
Osea que el numero eqivocado solo podría ser una cadena de boludos repitiendo la misma acción...

Sole dijo...

Fantástico.
La simpleza.
Salú.
Un abrazo grande.

¿Lesbiana? dijo...

Me re gustó, sobretodo cuando decís que puteó a todos los dioses que alguien alguna vez hubiera creado. Linda descepción! (:

Espérame en Siberia dijo...

Eres grande.

Noelia A dijo...

Vaya desquite. Yo habría desenchufado el teléfono, porque a ese ritmo se arma un efecto dominó y nadie duerme.
Ocurrente el relato y entretenido.

Un beso