Vía de conexión Luna-Calixto. Detrás de tan rimbombante nombre se esconde el más turbio de los negociados en la historia de la humanidad. La delimitación del camino de unión entre ambos satélites, a partir de boyas-radiofaro espaciales que pretendían mejorar la comunicación y el transporte entre ambos extremos de la Vía, se había realizado escatimando recursos de todo tipo.
Así fue que se utilizó plastimetal allí donde se requería acero de la mejor calidad. Se usaron alambres del más fino cobre terrestre donde debería haber habido plastimetal. A los pocos meses de inaugurada la obra los operadores sintéticos de ambas terminales eran ya obsoletos debido a que el sistema operativo con el que fueron programados no era el ideal para la cantidad de tareas que debían realizar a un mismo tiempo. Además de que el sistema completo de cada operador sintético no podía actualizarse de manera automática, sino que cada vez que dejaran de cumplir su funciones debían de reemplazarse la unidad completa.
Las boyas-radiofaro ―cómo olvidar ese detalle―, cuya vida útil en el espacio profundo es de quince años, tendían a quedar fuera de servicio una detrás de la otra cada nueve meses aproximadamente. Tal vez, de haberse utilizado las boyas reglamentarias, se hubieran salvado numerosas y costosas naves de carga, para no mencionar la cantidad de vidas perdidas.
Claramente, todo estaba pensado para abaratar costos.
El sistema judicial suprajuridisccional que abarca hoy la vía y sus múltiples destinos no estaba conformado al momento de comenzar las obras, por lo que nadie creyó necesario aplicar ninguna de las normativas vigentes.
Desidia y dinero llevaron a que la Tierra y las colonias desperdigadas por el sistema solar invirtieran millones de miles de millones ―una suma astronómica si se me permite el eufemismo―, en algo que hoy se erige como un recuerdo más de la locura del último siglo. Una anécdota para los libros de historia anecdótica que continúa, metafóricamente hablando, acumulando herrumbre y se pierde, trozo a trozo, en el vacío negándose a pasar al olvido como otras grandes y fallidas obras encaradas por la humanidad en su ansiedad por controlar las estrellas.
Estrellas a las que, claramente, nunca llegaría.
Se trata, también, del último gran proyecto encarado por el humanidad en la etapa en las que los viajes espaciales solamente podían realizarse con rudimentarias naves que reunían, supuestamente, la mejor tecnología de la época y servían para señalar en el cielo nocturno de la Tierra la estela del poder del hombre. Es una pena, pues, que hayan comenzado su construcción apenas unos años antes de que se descubriera el proceso de la teletransportación de la materia orgánica ―TMO según su sigla en idioma intergaláctico―, todos los esfuerzos realizados, todo el dinero invertido y toda la tecnología aplicada, se tornara, inevitablemente, obsoleta.
Cuento incluido en: El último pueblo
al costado del camino (2019). Disponible aquí
domingo, 13 de julio de 2008
Sólo chatarra
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7 comentarios:
Excelente! Me encanta esta ciencia ficción...
Pregunta:en ese tiempo, quienes integraban la suprema corte?
¿Suprema corte?
Desconozco esos términos, ¿seguimos hablando de Ci-Fi, ¿no?
Pero por Dios! (que ya sabes quien es), eso es parte de la trilogia?, cada dia escribis mejor, como Gardel, por ahi si te moris todos nos damos cuenta queras el mejor, pero mejor no te mueras que sino no puedo alardear de "mi amigo el profesor de historia"
jlg
Muy bueno!
Hay un segundo capitulo? :)
buenísimo.sigo leyéndote.
No jlg no es parte de ninguna trilogía (Además era una tetralogía), es sólo un cuento.
Mechi: cuentan las leyendas que las segundas partes nunca son buenas, así que mejor lo dejamos ahí.
La otra parte de mi, lee tranquila/o que todavía es gratis.
Me encantó, no puedo dejar de hacer un paralelismo con todos los residuos derivados del petróleo que llenan los rincones del planeta,
saludos!
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