La mañana siguiente sentía como si el descanso
de la noche anterior no hubiera hecho efecto alguno. Persistían los mismos
dolores, las mismas molestias, la misma sensación de incomodidad que sintiera
durante la última semana y que le acompañaría el resto del día. Las delicias de
la vida en sociedad, adulta y responsable, se dijo sin que sentimiento alguno
se reflejara en su expresión.
Mejor
no pensar.
Resultaba
más fácil unirse a la corriente habitual de los acontecimientos, dejarse
llevar, antes que enfrentarla, junto con el mundo entero y el universo que
simulaban no darse cuenta de los problemas que afectaban a cada individuo. Al
menos por ese día, lo mejor era dejarse llevar hasta que acabara el confuso —desastroso—
despertar. Llegarían los días en los que la corriente se transformaría en un
remanso y podría hacer en ella lo que quisiera. Pero, para la llegada de ese
tiempo, aún faltaba.
Con
la mente en piloto automático, cumpliendo la rutina y el siempre idéntico
trabajo, continuó con los mismos gestos, los mismos movimientos, las mismas
respuestas ante similares situaciones y estímulos. Como una más de las innumerables
repeticiones con mayor o menor sentido. Pero sabía la cantidad exacta, como en
los once mil días anteriores; pero tampoco quería imaginar números.
Mejor
no pensar.
Otros,
todos, estarían haciendo exactamente lo mismo y sabrían disimularlo de mejor
manera. De seguro ellos tenían el interés de que así lo fuera; de que no se
reflejara en el exterior cuanto acontecía en el interior. De que lo imperturbable
fuera lo falso y la desazón oculta la norma. Siempre en silencio, un secreto
compartido en silencio por cada uno de todos los demás.
Y si la mañana comenzaba de ese
modo, las sucesivas capas de cansancio, fastidio y vulgaridad de cuanto debía hacer
y suceder, se acumularían sobre sus hombros agotándolo de tal manera que las
pocas horas de sueño de la próxima noche tampoco serían suficientes para
sentirse mañana, al menos en parte, un poco mejor.
Mejor
no pensar.
Pero,
por supuesto, nadie sabe lo difícil que es dejar de pensar para una mente, una
cabeza, un cerebro, acostumbrado a saber que esa y no otra, esa y solo esa, es
su función.
Siempre
puede intentárselo, lo difícil es lograrlo. Pero vale la pena intentarlo.
Claro
que, mejor, no pensar.
12 comentarios:
Gracias por sus visitas. Muy domingo para pensar en otra cosa.
Nos leemos,
J.
Pero el descontento ya implica pensar.
Saludos, colega demiurgo
Relato opresivo, como si viviera en un loop del que no se puede liberar...
Me gustó... Y si, un relato muy de domingo 😉
Todos queremos, en algún momento, dejar de pensar. ¡Pero no lo logramos! Las ideas, o los problemas, vienen y cuando parece que se han ido, zas, vuelven y vuelven. ¡Qué desesperación!
Menos mal que estoy leyéndolo hoy martes a la tarde. Si hubiese pasado por aquí este domingo, justo este domingo y pensaba ¡chau!
Menos mal, porque describiste muy bien esa sensaciones de cansancio mental, o tal vez físico, pero muy de domingo, de fin de fiesta de eterno retorno
Abrazo!
SÍ MI HERMANO, A VECES ES MUY LÚCIDO NO PENSAR.
ABRAZOS
Para los que piensan no existen los días de descanso.
Un saludo
Mejor no pensar...es difícil no pensar...dejar todo en blanco y que sea lo que sea...pase o no
Abrazos
Mejor no, es en si ya, linda paradoja expresada en texto.
saludos José!!
Sera
Al contrario, seamos honestos con esa infelicidad colectiva. ¿Sólo entonces posible el cambio?
Abrazos domingueros.
No pensar, ese juego al que los políticos socialistas les encanta que participe el mal llamado pueblo; con tal, están ganando una guerra imaginaria
interesante tu texto
y los comentarios cada uno ve la vida desde su punto de vista...
es decir todo es
percibir
abrazo
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