domingo, 12 de enero de 2020

Familia - Hermanas


Como mencionara antes (frase nunca utilizada en la literatura, lo sé), no soy hijo único, ni el mayor, ni el más importante, ni nada similar. Era quien había llegado para cerrar el ciclo, era el último; aquel cuyo nacimiento causara todos los males familiares desde aquel annus horribilis de 1983. El mismo que, al decir de muchos, continuaría causándolos.   A mi llegada muchas cosas cambiaron (diría que todo cambió, pero eso sería otorgarme demasiada importancia, de la cual carezco), desde la forma en que debía organizarse la familia, las ausencias y otras situaciones de las que recuerdo alguno poseo. Tal vez por suerte.
            Mis hermanas, por otro lado, sí recuerdan otro tipo de cosas; claro que era muy poco lo que se hablaba al respecto en la casa. Un acuerdo tácito de no mencionar ciertos temas rondaba por las habitaciones de la casa que, muerto mi padre, quedaban vacías y casi sin uso. Habitaciones vacías en una casa enorme, según mi modo de ver; aunque mucho más pequeña que la antigua casa de mi tío el pequeño, es cierto. Hubo un antes y un después a 1983, imposible negarlo.
            Mi primera hermana nació en 1969, antes de que la familia se trasladara definitivamente a la ciudad, olvidándose de las dificultades que representaba vivir en el campo y carecer de las comodidades básicas. Pero como carecemos de la costumbre de hablar sobre lo que sucediera en el pasado muy lejano, muy particular, muy personal, y como en esos primeros años se viajaba con mayor asiduidad de ida y de regreso al campo, al pueblo, quizás ella posea algún recuerdo puramente suyo sobre esos mismos viajes. Algo que jamás fue compartido, ni puesto en común, al menos no conmigo, que soy quien escribe esta historia, no porque no haya otras opciones, sino porque nunca fue necesario hacerlo.
            Las experiencias personales son las marcan el carácter de cada uno, en ese caso se comprende que ciertas vivencias no sean nunca compartidas y se mantengan siempre, sino en secreto, al menos en la seguridad de la memoria silenciosa.
            En 1973, el año en que recuperamos, una vez más, aunque brevemente, nuestra caótica, desorganizada y desastrosa democracia, nació mi segunda hermana. El pueblo, el campo, quedaban cada vez más en el recuerdo y la ciudad se tornaba el espacio predominante de la vida. Una ciudad llena de problemas, de posibilidades a favor y en contra, de miedo y violencia, de amor, de locura y de muerte. Una ciudad donde crecer, estudiar, convivir con miles de desconocidos que lo continuarán siendo para siempre, y proyectar cómo podrían suceder muchas cosas que podrían ser o que, muy bien, podrían frustrarse irremediablemente.
            Aún hoy, 2020, quedan personas que sostienen que la educación del hombre y la mujer deben ser diferenciadas; personas con un pensamiento sumamente retrógrado y que se llevarían muy bien con el viejo cascarrabias del abuelo materno. Al menos en la segunda mitad de la década de 1970, otra vez en dictadura, la idea de los colegios mixtos no era tan extraña, tan novedosa como para ser repudiada sin más argumentos que los accesibles al sentido común. Tampoco eran épocas como para asistir a una escuela pública, que desde esos momentos nunca dejó de caer en una espiral de olvido, desidia, desinterés y degradación general donde cualquier intento por mejorar algún mínimo aspecto requeriría una oda poética al estilo de las de Homero.
            Terminaron la primaria, atravesaron la secundaria, y continuaron estudiando, como la mayoría de la gente de la ciudad, más allá del límite autoimpuesto. Continuaron haciendo otras cosas también, mientras los años pasaban y había que llenar el tiempo libre cuando la tecnología aún no anulaba esta posibilidad. Comenzaron las actividades típicas de mujeres, así como también otras opciones que, de una manera u otra, hay que intentar, para ver si resultan de interés o no. Los mandatos sociales, aunque desprestigiados, todavía conservaban cierto peso, cierta entidad, que detenía parte del progreso, no sólo el social, sino también el personal.
            La década de 1990 trajo una enorme batería de novedades culturales, económicas, sociales, políticas, sexuales, televisivas, musicales, que se insertaban en tu vida lo quisieras de ese modo o no. La imposición de la moda obligaba a conocer todo lo nuevo, a dedicarle cada vez más tiempo a eso que el año próximo yacerá irremediablemente en el olvido más atroz, antes que dedicar ese tiempo a alguna otra cosa verdaderamente útil.
            Faltaban varios años para que explotara el uso de internet, de la primera internet, no la que han creado las redes asociales, la otra, la que lucía más artesanal, aunque no lo era. Una red en donde la futilidad de lo vano, las fotografías de uno mismo y la publicidad no ocupan todo el espacio disponible. Pero, claro, al principio siempre sucede lo mismo, el interés que despierta cualquier manifestación de lo que sea es suficiente para atraer a quien pretende hacer de cualquier cosa un pozo de beneficios propios e particulares.
            Mis hermanas crecieron, claro, e hicieron sus vidas, del mismo modo en que yo lo hice, en otro contexto, en otra realidad, otro mundo. Nunca es lo mismo crecer y hacerse mayor en una época que hacerlo en una diferente; tan siquiera con un año de diferencia es lo mismo. Porque existe, precisamente, ese año que marca que no hemos vivido el mismo tiempo, las mismas experiencias, las mismas vivencias sociales. Hermanos tal vez; pero nunca iguales.
            Debemos pensar también que eran más que diez los años que nos separaban, más que las experiencias no compartidas (y también las que sí lo fueron), impactaban casi tanto como la diferencia de género. Podría poner cualquier excusa para fundamentar esa diferencia real o inventada, pero por más palabra que utilizara para justificarla justificándome, la misma no desaparecería sino que, al contrario, se mantendría inalterable.
Había algo más, otra cosa, un algo indefinido y sin nombre que fue abriéndose paso poco a poco desde mediados de los noventa y esa separación no sólo no concluyó sino que se amplió cada vez más, haciéndose cada día más evidente, más profunda, más insalvable; hasta que se volvió un océano, metafórico en este caso, de distancia. Un océano en el que buque alguno se atreve y en el que ni siquiera existen los cables telegráficos como los que suturaban el Pacífico y el Atlántico a principios del siglo XX.
Algunos dicen que saber aceptar esa diferencia, esa distancia, es madurar. Para mí, madurar siempre me sonó como una metáfora para señalar que no dejamos de acercarnos un poco más a la muerte. Pero, claro, eso tal vez sea porque siempre entendí mal las cosas.


Aclaración: Estas dos niñas abrazadas, felices 
sonriendo a la cámara claramente en nada se parecen
 a mis hermanas (al menos no en la actualidad).

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Inicio del Espacio Publicitario:

En el número 25 de la Revista digital La Ignorancia, pueden leer el relato (hasta ahora inédito) Una sonrisa suya fue más que suficiente.

Fin del Espacio Publicitario.

21 comentarios:

José A. García dijo...

En esa diferencia, dicen también, está la gracia de los hermanos.
Pero nunca la entendí.

Saludos,

J.

Frodo dijo...

J. dice desde la red social que deberíamos llamarla red asocial.
J, Usted es diabólico

Lo abrazo!

José A. García dijo...

Cuando nos demos cuenta que en realidad no conectan a la gente, sino que la aíslan cada vez más, será muy tarde.
Y no habrá hashtag suficiente para despertarnos.

Saludos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Bien contado.

Yo tampoco entiendo algunas gracias.

Y también coincido en la interpretación de madurar, colega demiurgo.

Saludos.

Cayetano dijo...

Comprendo lo que dices. Diez años es mucho tiempo entre hermanos si en medio tocan cambios profundos. Los que nacieron diez años después que yo no tuvieron que sufrir apenas un sistema educativo ultraconservador y castrador de las libertades como el que me tocó a mí padecer, los de la dictadura franquista en pleno apogeo.
Saludos, compañero de textos en la revista La Ignorancia, a punto ya de salir el número 26.

Cayetano dijo...

Perdón, quise decir el número 25.

JLO dijo...

también nací en el 69 como tu hermana y tampoco tuve el gusto de los colegios mixtos. Ese océano puede ser una "lagunita" si quieren o se quiere. Solo es cuestión de ganas y no usar el teléfono por un tiempo je. Saludos.

lunaroja dijo...

Nosotros somos 4 hermanos, 3 chicas y el más pequeño fue por fin varón que vino así inesperadamente y por fin mi viejo pudo sacarse las ganas del "nene". Las hermanas no llegamos a llevarnos dos años cada una, y con mi hermano me separan seis años.
Así que vivimos circunstancias parecidas.
Me encantó tu relato,tan cercano y costumbrista. Reflejando una realidad tan familiar.
Realmente las tres hermanas (en mi caso) vivimos la peor parte de la dictadura en la década del 70 así que es una época que no recuerdo demasiado. Creo que inconscientemente la he ido anulando.
Yo, lo que tengo que agradecerle a las redes,es el haberme acercado a la inmediatez de poder comunicarme al instante prácticamente con el otro lado del océano.
Me encantó leerte José.
Un abrazo.

la MaLquEridA dijo...

Internet acerca a la gente que está lejos Y aleja a la que está cerca.


Saludos. Guapetonas tus dos hermanas.

gla. dijo...

Me encantó tu escrito
En cuanto a los hermanos, con cada hermano es una relación diferente
Yo tengo cuatro hermanos y una hermana
Abrazos

Tot Barcelona dijo...

Tenía un hermano con el que nos llevábamos 11 años de diferencia. La relación nunca fue buena, y no lo fue precisamente por la edad. Él a los 20 ya tenía novia, mientras que yo jugaba.
Como siempre, la narración en su medida.
Me agrada el leerte, y me hace acordar de ciertos momentos, que creo, hemos pasado todos.
Un abrazo desde Barcelona
Salut

taty dijo...

Hay un libro por allí, "La expulsión de lo distinto", que aborda el tema de las redes sociales como herramienta de autovalidación con todo lo que esto trae al perpetuar también las propias limitaciones.

Buena crónica, sin romanticismos innecesarios, el mensaje es claro, se agradece.

Abrazos.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Yo nací en el 69 como tu hermana, fuimos tres niñas, y mi padre q,uizás por no haber tenido varón, nos educó con una total libertad....
Aunque he de reconocer que en mi época si se hacía distinción de sexos
besos

Recomenzar dijo...

Te leo sonrío me gustas
porque pienso
que sos super guapo
si casi te veo
dorándote al sol
Feliz 2020

Recomenzar dijo...

Yo naci en 1931.
y vos querido?

Doctor Krapp dijo...

Muchos nos desarrollamos en aquella educación discriminatoria, separada e injusta y eso nos perjudicçó gravemente en nuestras relaciones personales posteriores.
Yo conocí aquel Internet aún poblado por seres autónomos que podían navegar sin ser acosados por la vigilancia y el control. Duró poco, las empresas han convertido este espacio que aparentaba ser libre en la cochambre actual y lo peor de todo que no nos ofrece alternativas.
Salud

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Es una fortuna tener en la familia hermanas. Cuánto se comparte con ellas, y cómo se tiene una mirada diversa del mundo. Un abrazo. Carlos

lanochedemedianoche dijo...

Una familia es lo mejor que nos puede pasar, yo soy la del medio y mi hermana menor tiene casi 15 año menos, claro que se nota la diferencia, pero somos muy unidas, me encanto leerte amigo.
Abrazo

Ana Manotas Cascos dijo...

Yo también me llevaba alguna diferencia de edad con mi hermana, pero menos, no nos empezamos a llevar bien hasta que yo cumpli los veintitantos. Pero eso si, después una y carne. Un abrazo

José A. García dijo...

Demiurgo: Gracias. Es cierto, madurar tiene mucha publicidad positiva, lo que me lleva a pensar lo contrario.

Cayetano: Algunos cambios son para mejor, no todos, pero sí la mayoría.

JLO: Es cierto, las distancias siempre son más relativas que otra cosa.

Luna Roja: Las redes asociales pueden servir para eso de unir en la distancia, eso es cierto; pero también para crear una distancia inexisten con aquellos que están al alcance de la mano.

La Malquerida: Eso mismo, al menos es la función hacia la que la llevaron.

Gla: Cada hermano es un mundo.

Tot Barcelona: Ni la vida ni la sociedad suelen ser muy creativas, de allí ciertos parecidos entre quienes se hayan criado más o menos en la misma época, o en la misma región.

Taty: La vida no es necesariamente literaria, ni romántica, ni atroz. Es nuestra mirada la que le da esa cualidad. Feliz regreso. Y no, no conozco ese libro.

Marie: En la actualidad continúa habiendo diferencias de género. Eso va a llevar mucho más tiempo cambiarlo.

Recomenzar: Gracias por tus palabras. Debería tomar algo de sol, es cierto.

Dr. Krapp: Duró muy poco esa internet, rápidamente se impulso la otra, la que todo lo controla, la que sólo es una herramienta de distracción.

Carlos Augusto: Supongo que eso depende de las relaciones de cada uno. Dudo que sea automático el llevarse bien con cualquier persona.

La Noche de Medianoche: Lo mismo que dije antes, dependerá de la familia y lo que cada uno hace, y deja hacer, con ella.

Ana Manotas: La vida une, o separa, lo que necesita que así lo esté.

Gracias por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,

J.

Dyhego dijo...

Me gusta, José, el tono irónico de la historia.
Irónico, pero con un fondo real, que también me recuerda al mío.
Salu2.