La reunión tenía lugar en el
paraninfo de la universidad; o como le decimos ahora, que utilizamos cada vez
menos lenguaje, el salón de usos múltiples. Las gradas estaban repletas debido
al éxito que en los últimos cinco o seis años tenían las ciencias postsociales y
las disertaciones teóricas y metodológicas orientadas en dichas temáticas.
Afuera,
en el campus, en la ciudad, en toda la región, llovía de la misma manera en que
venía haciéndolo cada noche en las últimas semanas; la lluvia era, pues, la
excusa de por qué me encontraba allí. Lo poco que había podido leer acerca de los
postulados postsocialeas se acercaban demasiado a las ideas más absurdas de la new age mezclados con un poco de nexialismo,
una pésima lectura de Nietzsche en su vertiente más kafkiana, y algunas cosas
más que, de por sí, fui incapaz de identificar. Claro que tampoco me importaba
tanto hacerlo. Como dije, la lluvia era lo que me había llevado allí.
La
disertación de esa tarde llevaba el llamativo y amarillista título de El último verano será eterno y, como
claramente no podía ser de otro modo, versaba sobre el cambio climático. El
nombre del orador, así como su nula habilidad para armar cuadros con el
powerpoint o cualquier otro programa similar, quedaron en un segundo, o tercer,
plano, a medida que la charla avanzaba. En medio del sopor en el que me sumía
con el único fin de intentar recuperar el calor corporal perdido, escuché una
frase que atravesó la barrera de mi destinteres.
—¿Saben
ustedes cuántas noches llevamos sin Luna? —preguntó al silencioso auditorio.
Esas
siete palabras dispararon mis recuerdos. Pensé en las noches de la última
semana sin poder encontrar una respuesta. Avancé en retrospectiva hacia la
semana anterior, y luego a la anterior a esa. Pero la Luna, efectivamente, no
se encontraba aun cuando tenía presente mis caminatas nocturnas, mis noches
atravesando la ciudad de un rincón a otro, y no siempre en solitario ni bajo la
lluvia.
Tanto
ejercicio mental resultaba doloroso; tanto mirar hacia atrás y hacia adentro de
uno mismo dudando de muchas cosas que damos por seguras, por válidas y
definitivas por un tiempo no era nada fácil. Recordé una de las frases de Kierkegaard,
pero nadie recuerda algo semejante en medio de una molestia; nadie va al
dentista para pensar en la filosofía de los cínicos; nadie se expone a una
radiografía pensando en Sócrates.
No
encontraba a la Luna en mis recuerdos recientes.
Intenté
recordar con algo de exactitud algún nocturno momento del año anterior. Sin
suerte, por supuesto, porque la memoria no funciona de esa forma. La
reminiscencia puede ser voluntaria pero el recuerdo es completamente
involuntario; podemos intentar forzarlo de otro modo, pero nunca resultará tal.
Tuve, pues, que buscar en otro lugar, en otros momentos, en otro tiempo.
En
la infancia, en la adolescencia, en las escapadas nocturnas procurando
diversión, y algunas otras pocas cuestiones, la Luna siempre se encontraba
presente. Luego nada, el cielo vacío y el sol brillando eternamente sobre
nuestras cabezas. Salvo, claro, en las noches sin Luna.
La
conferencia continuaba, pero no podía permanecer allí. Debía salir, despejar mi
mente de aquel esfuerzo, pensar en alguna otra cosa, dejar de preocuparme por
las gráficas que mostraban el aumento interanual del promedio de temperaturas continentales
y los índices de tropicalización del clima templado. Necesitaba estar en otro
lugar, aunque más no fuera bajo la lluvia.
Ya
no llovía, lo noté inmediatamente al salir del SUM. La humedad se mantenía por
encima de lo humanamente tolerable y los insectos se multiplicarían sin cesar,
una vez más, en los próximos días.
Con
temor ancestral, de quien teme darse cuenta que la realidad misma pende de un
hilo demasiado delgado, de una película lo suficientemente tenue como para que
cualquier mínimo cambio, una mirada prolongada, una brisa inesperada o un aliento
de más, pudiera resquebrajar, levanté la mirada.
Las
nubes apenas habían comenzado a deshacerse arrastradas por el viento y algunas
estrellas se adivinaban en el firmamento. De la Luna aún no había noticias,
pero la noche recién comenzaba.
-
Inicio de Espacio Publicitario:
En el Número 4 de la revista
digital de Ciencia Ficción Teoría Ómicron
(Ecuador) pueden encontrar un artículo de crítica/interpretación literaria,
bajo el título de: Solaris, la utopíainterrumpida. En la que hablo, precisamente, sobre los libros Utopía, de Tomás Moro y Solaris, de Stanislaw Lem.
También, en el número 7 de la
revista Callejón de las Once Esquinas,
de España, pueden leer el cuento La caja
de Té.
Pueden pasar a leerlos cuando
quieran.
Fin del Espacio Publicitario.
14 comentarios:
Ahora me dejas a mi pensar y recordar cuando fue la última vez que visualice tu universo, tan real y tan de otro mundo.
Me dio gusto pasar por acá.
Saludos.
OHH...
Un relato que deja un regusto de ansiedad, algo que desaparece y no se sabe si volverá?
algo generado por el cambio climático?
Aparecerá la luna?
Muy buen relato!
Feliz mes de septiembre
Yo, en las noches, salgo al jardín con mi pequeñina en busca de la luna, y ella la mira entre asustada y muerta de gusto. Sin duda, ella y yo somos presas de su misterioso influjo. Saludos.
Puede que esa pregunta te haya hecho acordar (y de paso sorprender) que todavía existe la luna, mas no en ti porque este último tiempo andas distraído en otras cosas (que solemos considerar tontamente más importantes). Toda esta futilidad humana bajo la luna.
Te dejo un abrazo.
Como en los cines, publicidad y películas.
Al fin, ¿dónde está la luna?
Los Macristas, los Kirchneristas... alguien la tiene...
Perdón por la broma a tu interesante cuento.
mariarosa
Que no haya Luna es mala señal, aunque los licántropos no mostrarán su lado salvaje nunca. Un pequeño consuelo. En todo caso, tu relato transmite una sensación de agobio, muy conseguida, como si el cielo fuera de plomo denso y sofocante.
Un saludo.
Hola Jose, fue leer tu relato y visualizar la luna en el cielo, fue un acto reflejo de mi mente y pensé, mira que si un día no aparece tal y como se narra en esta historia?.
Es hermoso ver la Luna en su espacio, es parte del cosmos .
Angustia el pensar que algún día no podamos verla.
Un saludo
Puri
Maravilloso relato, un placer leerte.¿Encontraste la luna?
Un beso
En recientes vídeos que he observados, aseguran que la luna no es lo que parece. Un oscuro misterio se oculta en ella. Una moneda que no tiene anverso ni reverso principal.
Saludo colombiano a todos tus seguidores.
Coincido con Cayetano, la sensación de agobio es tremenda. Esa pregunta fue como un clic. Excelente.
Besos.
Ahora que vuelve a cambiar el tiempo pensar en la Luna me da frío..., ya echo de menos el verano y sus interminables horas de luz a pesar de que no se ha marchado todavía.
Saludos!
Esa Luna que nos tiene a todos embobados. Esa misma de mi anteultima entrada, aunque no es la misma, como tampoco lo es la de mi última entrada ni la que se asomara hoy casi en Luna nueva. Ni como dijo Don Jorge Luis no es la misma que vio Adán
Abrazo grande escéptico y conspiracionista J.
Gracias por sus comentarios. No dejo de sorprenderme por las lecturas que realizan sobre mis palabras. Muchos sobrepasan lo que había pensado, incluso encuentran sentidos allí donde para mí no los había, lo que enriquece las lecturas siguientes.
Muchas gracias a tod@s.
Nos leemos,
J.
Publicar un comentario