domingo, 1 de diciembre de 2019

Familia - Madre


Ni siquiera puedo imaginar lo que significa ser mujer en medio del campo argentino, mucho menos habiendo nacido en 1945. No sólo porque soy hombre y mis experiencias difieren, sino porque haber nacido en una ciudad y en un mundo, el de los 80s, tan diferente al de los 50s, que si alguien se hubiera quedado dormido el 31 de diciembre de 1949 y despertado el 1 de enero de 1980 no sólo no comprendería nada de la política y la economía del país, sino que se encontraría con una sociedad tan diferente que apenas sí tendría la posibilidad de adaptarse. En el hipotético caso de que quisiera hacerlo.
            Tampoco puedo saber lo que es vivir durante tantos años en la misma casa con el viejo cascarrabias que conocí como abuelo cumpliendo el rol de un padre; mi imaginación es demasiado amplia, al decir de algunos (pocos), pero ciertos hechos me superan en cuanto a de qué manera resolverlos. Esos años han de haber sido un infierno en la tierra, con pocos momentos de alegría, muchos menos de satisfacción, y ni hablar de la verdadera felicidad.
            Soportar el frío del invierno sobre el cuerpo porque las señoritas usan faldas y no pantalones, por más pares de medias o abrigos que sumes uno sobre otro, nunca es fácil. Así como tampoco es sencillo soportar el verano, por más sombra que arrojen los eucaliptos sobre la casa, el techo de chapas viejas y el sol abrazador vuelven insuficiente cualquier sombra, cualquier intento por respirar. Claro que nadie dice que la primavera, o el otoño, fueran fáciles de sobrellevar. La electricidad demoraría varios años más en entrar en esas tierras, y no porque no llegara el tendido eléctrico, sino por otras razones, algunas más retrógradas, como siempre sucede.
            Gracias a la presión de su propia madre, mi madre asistió a la escuela, y si completó la primaria fue porque era suficiente para una señorita. La secundaria no sería obligatoria hasta décadas más tarde, y con lo que aprendías en la primaria alcanzaba para toda la vida. Al menos eso era lo que se creía entonces, solo los verdaderamente mejores, y a través de mucho esfuerzo, continuaban estudiando.
El pequeño (por no calificarlo de ínfimo) periódico local llegaba a la casa de los abuelos cada domingo era el único estímulo para poner en práctica lo aprendido en la escuela; además de que fue una de las pocas lecturas a lo largo de su juventud. De igual manera, cuando llegaba alguna carta (casi siempre citaciones judiciales para el viejo), era ella quien debía leerla cumpliendo su función de hija educada. Libros, en la casa de su padre, resulta obvio decirlo, no había ninguno.
¿Cómo soportar la convivencia en ese lugar?
Pocas veces mi madre habló de estos temas, siempre prefería recordar otros momentos, más felices quizás, en los que nada opacaba lo que sucedía en ellos; momentos en los que ese padre tan atroz nunca se encontraba presente. Dudo que sea casualidad, también, que esos recuerdos pertenezcan al momento posterior a haber conocido a mi padre, desde aquella fiesta de la cosecha de 1967 hasta su muerte, años más tarde. Siempre, en soledad o junto con algún otro familiar que nosotros íbamos a visitar al pueblo (porque nunca nadie venía a visitarnos a la ciudad), sus recuerdos se encaminaban a esos años, nunca a lo anterior, como si ese pasado en el que se encontraba sola fuera menos importante que el resto de su historia. O como su prefiriera olvidarse de ellos.
            Hablaba de sus abuelos, pero nunca, ni por error, de sus padres, ni del hermano que se quedara en el campo cuando ella partió hacia la ciudad acompañando a mi padre y sus proyectos. La mayor parte de la de sus experiencias vividas en el campo fueron un secreto para mí; solo sé lo que pude reconstruir a partir de mis recuerdos de lo que alguna vez escuché, y eso porque me encontraba de casualidad en el momento en que ella recordaba algo en particular, no porque le gustara hablar del pasado, de lo que había sido ni de lo que podría haber sucedido.
            Ciertos problemas carecen por completo de solución, no por incapacidad de quienes los enfrentan sino porque el mismo problema se resiste a dejarse solucionar, a dejar de afectar la vida de quienes les rodean. Ante esos problemas, es lamentable, lo sé, pero lo mejor, quizá lo único que puede hacerse, es alejarse, poner kilómetros de distancia de por medio y evitar dejarse llevar. Es doloroso, claro, pero con el tiempo uno comienza a darse cuenta que cualquier otra respuesta hubiera sido mucho peor.
            Transcurrieron dos años entre que se conocieron y se casaron mis padres. Dos años de ácidas discusiones, de ataques, reproches y desprecio entre el abuelo y mi padre por haberse, este último, atrevido a acercarse a la casa. Ese mismo hombre que le ofrecía la felicidad a mi madre y ayuda en el campo al viejo cascarrabias, que se negaba a aceptar nada de nadie (como si supiera que de su veneno saldría una separación familiar que demoraría más de treinta años en solucionarse), dejaba en clara tras cada discusión que, aunque se opusieran, acabarían casándose.
            El casamiento, que para muchas mujeres no es otra cosa que una cadena más en la sociedad machista y patriarcal del siglo XX, fue, en el caso de mi madre, no una cadena, sino un camino a la libertad. El paso necesario para alejarse del padre y conocer otros modos de decirlo y hacerlo todo, otra casa, otra ciudad, otra forma de relacionarse, otra forma de pensar, otra forma de ser. En definitiva, fue otra vida.
            El único dolor permanente en los cambios venideros fue el saber que dejaba al cuidado de un perro rabioso y furioso a su madre y a su único hermano, quien apenas sí se percataba de algo de lo que sucedía en su entorno. Él estaba feliz por el casamiento de su hermana y eso es lo que, así se lo habían dicho, ha de hacer un buen hermano.
            San Pedro quedó, pues, en el recuerdo. Ya con mi hermana mayor llorando en el regazo de mi madre, partieron hacia la ciudad, a la primera casa que había conseguido mi padre para poner 170 kilómetros de distancia a los problemas. Y si ya la familia ni siquiera los visitaba para no tener que recorre los cinco kilómetros que separaban el campo del pueblo en el que momentáneamente vivían, una vez en la ciudad, ni siquiera realizaban una llamada por teléfono (la excusa podría ser que aún no era tan comunes) para saludar para un cumpleaños, ni enviar una mísera postal, una carta de salutación, una tarjeta de visita, nada. La más absoluta nada.
            La ciudad es, también, un punto de partida, un momento cero, el inicio de una vida nueva, el olvido de los problemas y el dolor de los años pasados. Un lugar en donde poder concentrarse en criar bien a la niña, que pronto serían dos, que necesitaban iguales cuidados ambas, por supuesto, y crecían tan rápidamente en una década, la de 1970, que se parecía mucho a una montaña rusa en lo económico, y a un tren cargado de fantasmas en lo político. Pero, a pesar de cualquier problema que pudiera surgir, con ahínco, tesón y dedicación suficiente, puede construirse una nueva vida allí donde vayas. Si es eso mismo, y no otra cosa, lo que se pretende.
            Que el viejo se quede con el campo si así lo quiere y si le sirve de algo diferente que como tumba, cosa que muchos dudaban ya en esa época. El futuro, el suyo, y el de sus hijos, no se encontraba allí, no se encontraba junto a ese viejo cascarrabias, ni siquiera por casualidad. Su vida tendía lugar en las antípodas de todo lo que ese hombre dijera, pensara o impusiera en su antiguo hogar; y no estaba sola para lograrlo. Al menos en los primeros años en esa ciudad tan diferente, cuando no directamente indiferente, a lo que conocían del pueblo.
            Lo que no se puso en duda, nunca, jamás, fue la decisión de haberse marchado. O, si lo hizo nunca lo reconoció frente a mí.

Aclaración: Dudo, con completa certeza, que mi madre 
se haya vestido alguna vez como la mujer de la foto a 
quien, por otro lado, tampoco se parece.


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Inicio de Espacio Publicitario:

En el último número de la revista Callejón de Once Esquinas (España), que es el número 12, pueden leer el cuento: Quienes regresaron.

Fin del Espacio Publicitario.

19 comentarios:

José A. García dijo...

Esta entrada pone punto final a la historia de la segunda generación de la familia.

Queda pendiente la historia de la generación "actual". Ya en camino.

Gracias por sus lecturas y comentarios.
Nos leemos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una interesante serie de historias.
Me gusta el que el pasado no se algo idealizado, sino algo que merece dejarse atrás, con una combinación de una mudanza. Y con algo de olvido.

Saludos.

Mujer de Negro dijo...

Aún en la actualidad, algunas mujeres se casan para salir de un entorno, a veces sin tener sentimientos hacia su pareja [que no es el caso], puede funcionarles, puede que no, se arriesgan, aunque lo ideal sería que salieran por sus propios medios.

Escuché a unas adolescentes, "me casaré con un hombre rico", le dije a mi hija cuando tuvimos oportunidad, "crea tu propio destino, sin depender de nadie"

Ha sido interesante el recorrido estas horas intermitentes, volveré por más.

Tot Barcelona dijo...

Me gusta el estilo conque se explica esta trama. No es diferente a otras, cierto, pero tiene el encanto de retratar a toda una sociedad.
le sigo
Salut

Cayetano dijo...

La década de los 40, tiempos muy difíciles para todos especialmente para las mujeres de los dos lados del charco, salvo que nacieras en una familia de clase media en EEUU o en la Europa desarrollada. En España se sumaba a todo esto la falta de libertades de la era franquista. En la mujer se agravaba. Mi madre, por ejemplo, si quería viajar sola o con nosotros debía tener por escrito permiso del marido.
Un saludo.

lunaroja dijo...

Esta historia tiene tanta similitud con la de mi propia madre! Me impresionó realmente...
Creo que esa época tenía ese tipo de perfil no?
El hombre como dueño y señor de todo. La mujer sumisa y obediente cediendo al mandato paterno.
Me ha encantado José.
Espero con ganas la historia actual de la familia.
Un abrazo.

Antoni dijo...

No importa el país ni la ciudad. Las mujeres nunca lo tuvieron fácil (ni hoy en día), y sus historias son muy parecidas: represión. Esa estupidez social y sexual siempre llevó a la mujer a ser oprimida.

Bendita sea tu forma de contar las cosas. Me encantó.

¡FELICES FIESTAS!

Recomenzar dijo...

te leo y admiro

unjubilado dijo...

A mi madre con 98 años le dedicaba este post : 98 años.
Desgraciadamente 5 meses más tarde tuve que dedicarle este otro, In Memoriam.

Mi madre fue la mayor de 8 hermanos y a la edad de 13 ó 14 años fallecieros sus padres y tuvo al menos momentáneamente, hacerse cargo de todos.
Todos sus hermanos murieron antes que ella.

Saludos.

mariarosa dijo...


Muy real tu historia. Antes los viejos cascarrabias mandaban y había que obedecer,y lo que una hija quería rara vez se tenía en cuenta. Sobre la foto y por experta en modas como soy, creo que esa foto es de la década del 60, posiblemente 1966.
Mariarosa

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Un buen tránsito con sabor a crónica por la ruta de vida de la generación de tus padres. ESperamos la otra. Un abrazo. Carlos

lanochedemedianoche dijo...

Las historia familiares se parecen mucho, en esos tiempos las mujeres no tenían que estudiar, ni trabajar, solo en la casa, tejer, bordar. Fue para mi madre así de triste, en fin ya paso todo eso, el mundo a cambiado y se nota, maravilloso leerte.
Abrazo

Manuela Fernández dijo...

He leído tus dos últimas entradas que me faltaban. Me ha resultado muy interesante la saga completa, has definido los personajes con total independencia unos de otros, yo no sé bien si te has inspirado en una familia en concreto, si era la tuya con retoques o tu imaginación es prodigiosa, quizás sea todo junto. En cualquier caso, enhorabuena.
SAludos.

Doctor Krapp dijo...

Es una coda hermosa a una historia que aunque personal tiene valor universal por reflejar en un contexto que muchos solo hemos precibido desde la otra orilla del Atlántico. Además has puesto por delante la necesidad de desvelar las intenciones de tus mayores.
Felicidades.
Saludos

ANNA dijo...

gracias por tu visita y aportacion en el blog me alegra que pases a visitarme de vez en cuanto
Besos

Frodo dijo...

Madre... hay una sola.
Le dijo Jaimito a su vieja mientras luego de la larga caminata por el desierto se encontró una heladera, con una única lata de Coca.

Abrazo!

Recomenzar dijo...

Gracias por lo que nos das
Te deseo lo mejor al final y en el proóximo
abrazos

José A. García dijo...

Demiurgo: El pasado necesariamente debe ser dejado atrás, de otra forma no se puede vivir.

Adel: Gracias por la visita y el comentario. Es cierto que, en muchos casos, para escapar de un problema nos encadenamos a otro sin saberlo.

Tot: Gracias. No sé si es algo buscado, lo del estilo, o si simplemente salió así.

Cayetano: La vida de las mujeres aún es difícil, nazcan donde y cómo sea.

Luna Roja: Así lo pedía/quería la sociedad de la época. Y en algunos casos continúa prefiriéndolo de ese modo.

Antoni: Gracias por la visita y el comentario. Es cierto, nunca les fue fácil.

Recomenzar: Gracias

Un Jubilado: Pasaré a leer lo que escribirte. Gracias por el comentario.

Y sigo en el siguiente mensaje…

José A. García dijo...

María Rosa: No tengo la seguridad de que sea de 1966, pero sí es de la década de 1960. En muchas familias los viejos cascarrabias aún conservan su cuota de poder.

Carlos Augusto: Gracias, y continúa la historia.

La noche de medianoche: Las generaciones siguientes, aunque no todas, tuvieron una suerte algo mejor. Y las que vengas después la tendrán aún más.

Manuela Fernández: Es ficción y realidad; pero pocas personas sabrán en qué porcentaje abusé de cada una.

Dr. Krapp: Es una coda, sí, pero sólo de una parte de la historia, de su generación, lo que viene después apunta en otra dirección.

Anna: Gracias por tu visita también.

Frodo: Jaimito supo siempre de lo que hablaba.

Recomenzar: Gracias una vez más.

Y, claro, gracias a todos por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,

J.