La historia de mi familia recorre el siglo XX,
sin pena pero, también, sin gloria. Como corresponde, por supuesto; aunque, de
seguro, con mayor cantidad de la primera que de la segunda. Conociendo esos
detalles, es fácil comprender algunas pocas cosas de mi presente, ignorar
otras, dar por sentado los fiascos y entender la mayor parte de la resignación
que ciertos días logra conjugarse con mi habitual pesimismo.
El
repaso comienzo con mi abuelo paterno, por poner un punto de inicio que podría
ser cualquiera. Poseo muy poca información de la generación anterior, además de
escaso interés. El abuelo abrió sus ojos al mundo a finales de 1900, cuando el
siglo XIX cerraba sus puertas de manera definitiva; momento en que la
modernidad dominaba al mundo y todo aparentaba cambiar tan rápido que debías de
vivir en medio del campo para no enterarte de nada de lo que sucedía en las
ciudades más importantes del mundo. Claro que en esa época el mundo era más
pequeño, ya que solamente incluía algunas ciudades de Inglaterra, Francia,
Alemania, el Imperio Austro-Húngaro, tal vez Prusia y, quizá, Rusia. ¿Adivinan
dónde es que vivía la familia de mi abuelo paterno? En medio del campo, en
Almería, que es parte de Andalucía, en España, que según los historiadores, en
ese momento, era como ser el más pobre entre los más pobres.
Andalucía,
la mayor productora de miseria del mundo desde mediados del siglo XIX y hasta
la caída del generalísimo, si es que no más. El sur de España es ese lugar en
donde ni siquiera el sol recuerda, durante el verano, que debe continuar su
camino en lugar de quedarse allí, quieto, estático, incinerando la tierra, las
cosechas y los pocos segadores que sobreviven a sus rayos.
Pocos
incidentes son para recordar en la vida de un campesino y, para peor, un
campesino pobre. Casado joven, y con varios hijos de los que hablaré más
adelante, lo único que quedaba por hacer era trabajar la tierra, que no era
propia, porque nunca lo es y cumplir con lo que se espera que se haga sin
rechistar. Hasta que un día llegó la guerra y, como no podía ser de otro modo,
el abuelo tuvo que eligir un bando. ¿Qué bando eligieron la mayor parte de los
campesinos pobres del sur de España? El perdedor. Quizá fuera el correcto;
cuestión para discutir en otro momento, sin alcohol ni elementos cortantes de
por medio. Esa elección le hizo perder lo poco que tenía. 1939 es la segunda
fecha en la lápida de los sueños muertos de toda una generación de españoles
idealistas a los que no sólo la realidad, sino también la violencia, la
política y la muerte obligaron a pagar la cuenta.
Luego
de esa fecha vivieron escondidos, sin llegar a un nivel de la historia de Ana
Frank, porque en el campo todo es demasiado extenso, amplio y difícil de
ocultar y ver; pero también fácil de señalar. Así esperaron la muerte del generalísimo
mientras se aliaba con Adolfo en contra del comunista Stalin antes de comenzar
otra guerra, luego se aliaba con los yanquis, pero otra vez contra el mismo
comunismo de Stalin. Para peor, no parecía querer morirse nunca.
Quizás
Orwell no lo haya pensado para el contexto español, ni la Guardia Civil sabía
de la existencia del libro (suponiendo que supieran leer o quisiera hacerlo),
pero el campo andaluz era la cuna de las delaciones, las traiciones y la
especulación. Por esa razón, huir no sólo era necesario, sino una cuestión de
vida o muerte, en el caso de que alguien recordara de improviso que el abuelo
había sido miliciano.
A
mediados de la década de 1950, el nombre Argentina, no sólo sonaba a otro
mundo, otra realidad, era la promesa de una existencia pacífica, lleno de
tierras qué trabajar, de españoles que emigraran años antes, o que lo harían
años después. La tierra de la promisión, donde el que quería podía hacerse rico
y vivir a cuerpo de rey. Al menos eso decían las cartas, algunas de ellas
fraguadas, sin dudas, que los familiares del abuelo enviaban desde Buenos Aires
prometiendo tierras, ayudas, trabajo, pan y circo.
El
problema es que Argentina quizá haya sido la tierra de la felicidad, para
algunos, antes de septiembre de 1955, y para otros después de esa fecha. La
suerte siempre es cambiante y caprichosa, como lo sabe cualquier apostador. El
abuelo, su esposa, es decir, la abuela, y sus cinco pequeños desembarcaron en
Buenos Aires en medio de la reconstrucción post-bombardeos de la ciudad de
junio de ese mismo año. El miedo, el terror, las traiciones, tenían también un
lugar prominente en este otro hemisferio, como no podía ser de otro modo, en
donde los hombres se disputaban una mísera parcela de poder, un estúpido bastón
de mando y un título rimbombante, que señalaba la carencia de ideas. El hombre
es hombre, sin importar si se encuentra en el sur, en oeste, en el este o en el
norte.
Eso
sí, allá lejos, en Madrid, y por si quedaban dudas, el generalísimo gozaba de
perfecta salud.
A
trabajar, entonces, como dios, la justísima burguesía, su aliada la iglesia y
el siempre demandante estómago mandan. Porque el que no trabaja no come, y el
que trabaja no tiene tiempo de pensar, ni darse cuenta del sin sentido de la
compulsión por el trabajo en beneficio de alguien más. Incluso había veces en
las que el que trabajaba no comía, pero ese, por supuesto, era otro problema, o
problema de otro, que es casi lo mismo.
Pero
había que darle de comer a todos los niños, y a la señora, que trabajaba en la
casa, y que no iba a salir a trabajar los campos. La excusa era casi perfecta.
Los niños crecían y se sumaban al trabajo del padre, las niñas crecían y
ayudaban a la madre; el sistema se reproducía y se cuidaba a sí mismo.
Durante
la segunda mitad de la década de 1960, dos muchachos, un hombre curtido por el
sol y el cuasi-obligatorio trabajo, y una mujer recién salida de la
adolescencia se conocen, de casualidad cabría decir, en la fiesta anual de la
cosecha que se celebraba en el pueblo de San Pedro al norte de la provincia de
Buenos Aires. Y aunque suena a historia de película mediocre para adolescentes
que podrían pasar en la televisión un sábado por la tarde, a sabiendas que casi
nadie mira televisión en esos momentos, de algún lado tomaron esa idea. Algunas
pocas veces la ficción se parece demasiado a la realidad. Y la década de 1960
resultó ser extremadamente rara, extraña, violenta, oscura, en la Argentina. Lo
era más que nada para aquellos que viven para trabajar en lugar de trabajar
para vivir.
Se
conocieron y ya. Ignoro la mayoría de los detalles; quizá se miraron y se
gustaron; quizá hubo alcohol de por medio; quizás algo más. Lo que importa es
que se conocieron y, en medio de ese baile, dos familias unían sus destinos.
Al menos, creía el abuelo, que se
encontraban en un lugar en el mundo en el que las bombas, cuando volviera la
guerra, que sin lugar a dudas lo haría de un momento a otro, no caerían. Lejos,
también, de los barbudos en ropa de fajina del Caribe y sus adláteres.
La opinión del abuelo sobre quien
seria mi futura madre, si es que la tuvo, y si la tuvo la expresó, la ignoro. AL
igual que ignoro infinidad de detalles que cualquier otra persona conoce sobre
su historia familiar. Al menos puedo decir que, a diferencia de otros casos, no
se opuso al casamiento de manera activa. O eso creo hoy.
Aclaración: Este señor no sólo no es el abuelo
del que hablo, tampoco se parece a él.
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En el número 43 de la Revista digital El Narratorio, pueden leer el cuento: Las Mujeres de Tebas
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20 comentarios:
No olviden que la mayor parte de lo escrito es ficción.
Nos leemos,
J.
Mi abuela materna también era de ahí. De hecho de un pueblo, o tal vez un cortijo en medio de la nada, que ya ni aparece en los mapas, sepultado por las macroextensiones de plantaciones de tomates. Antes de su muerte, alguién la llevó a buscar ese pueblo y no hubo forma de encontrarlo murió siendo consciente de que su pasado ya había muerto previamente. Saludos.
Ficción o no, está muy bien escrito... llega; toca, porque te identificas, ves parte -tal vez- de la propia historia... y eso es muy bueno.
Me gustó. Un análisis complejo que da, sin dudas, para reflexionar un poco.
Saludos.
Jfbmurcia: Lo que le pasó a tu abuela ha de ser una de las experiencias más duras que debe atravesar un ser humano, saberse más afuera de la historia que dentro de la misma, más dejado a un lado que tenido en cuenta. Tremenda situación.
Alma Baires: Gracias por la apreciación. Si sirve para reflexionar, algo debe de estar bien.
Gracias por sus comentarios.
Nos leemos,
J.
Ficción o no, fueron muchos los "gallegos" -como decís por allá-, que tuvieron que salir huyendo de la miseria o de la guerra. ¡Qué corta es la memoria y qué largo el olvido! (Parezco Neruda). Hoy, mucha gente joven -y otra no tanto- desprecia a los que vienen de fuera a buscarse la vida, lo mismo que hicieron sus abuelos, sin darse cuenta de que la vida es una noria, que un día estás arriba y otro abajo. Los españoles debemos dar gracias de la buena acogida que nos dispensaron siempre países como Argentina o México. No debemos olvidarlo.
Un saludo.
Un exhaustivo y literario comienzo de un especial árbol genealógico. La historia que muchos de nosotros,sobre todo los argentinos, hemos vivido con nuestros antepasados inmigrantes.
Muy interesante y exhaustivo el relato,con muchísima información.
Gracias!
Dura historia que aunque haya sido imaginada o solo dramatizada, es real. Nosotros, mi familia, la de mi marido, somos todos andaluces y sabemos lo que cuentas. SAludos.
Cayetano: España siempre detestó a los "sudacas" que buscaban matarse el hambre en sus tierras, porque, claro, no recordaban que muchas de sus familias habían hecho lo mismo años antes.
Luna Roja: Es un comienzo, en eso tienes razón. Y va a continuar.
Manuela: Hay muchos andaluces esparcidos por el mundo, muchos más de los que creemos.
Gracias por sus visitas.
J.
Pensaba que no era ficción.
Besos.
A decir de jorge Drexler: Nadie existe solo,nadie vive solo. Todos somos lo que somos porque otros fueron lo que fueron.
Saludos
En mi caso no conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, por cierto esta última salida de viaje ha sido para visitar tres ciudades andaluzas, que aunque ya las había recorrido medio siglo antes no se parecían en nada excepto los monumentos más importantes.
Granada, Sevilla y Córdoba fueron las elegidas por el recorrido después de Toledo ya que a la ida paramos a descansar y conocerla pasando allí una noche.
Saludos
Mis abuelo paternos emigraron de Italia, llegaron en barco a la argentina pudiente y armoniosa, después ya perdí la cuenta o ellos no me dieron más información.
Abrazo
Bueno, a pesar de no querer, quiso que se revelara algo de tu ascendencia española, donde la fatal guerra civil, se enseñoreó, dando la victoria, a los malos del paseo, como decimos acá en Colombia, y forzó a una emigración a Argentina, de la cual son hijos no pocos. Qué bueno que no le faltara el humor a este buen relato familiar. Un abrazo. carlos
Meterse con la historia del árbol genealógico, siempre es ficción. Es lo que nos contaron, lo que creyeron, los chamuyos que dejaron documentados, etc. y si a eso le sumamos que la historia argentina (y mundial) es tan complicada que habría que revisarla todos los días, Ud. se ha metido en un quilombo.
De todas maneras, salvo los detalles, es muy similar al árbol genealógico de quien le habla.
Abrazo, a esperar la segunda...
Amapola: No lo es, pero sólo en parte.
Guillermo: Nada existe, todo se transforma.
Un Jubilado: Tuve la desgracia de haber conocido sólo a uno de ellos. Y la desgracia fue, precisamente, conocerlo. Cambió mucho el mundo en las últimas décadas, tanto que ni siquiera quienes vivimos en él lo reconoceríamos.
La noche de Medianoche: ¿Argentina pudiente y armoniosa? ¿Cuál es esa Argentina? También es poco lo que se sobre la mayor parte de la historia, por eso es casi una ficción más.
Carlos Augusto: La mala memoria, o el olvido rápido, siempre están presentes.
Frodo: Siempre es ficción, nunca mejor definición. Los detalles son los que vuelven interesantes las historias. Al menos eso dicen.
Gracias por sus comentarios.
Nos leemos,
J.
Muy buen texto -ficción o no- de tu familia.
Un saludo
Me gusta cuando una familia comprende que es tiempo de retirarse de su patria, motivos para hacerlo siempre hay, solo falta tomar la decisión de hacerlo.
Español/Argentino, seguro de ahí vienes tú
Como tu mismo aclaras esto que cuentas es ficción, y muy bien contada. Narras las peripecias que pasan para buscar una tierra mejor y forjar un futuro para sus hijos.
No le falta detalle a toda la narración, será ficción repito pero es una verdad de gran tamaño.
Saludos Jose
Puri
Contás esta ficción, en una manera que parece real. Así que iré a la segunda parte.
Excelente crónica José. Si bien es ficción, --eso dices--, bien podría ser reseña histórica. Yo nací en el 44 y tengo un tremendo recuerdo del 55 (lo plasme en un cuento en mi blog).
Acabo de descubrir tu blog y ya quiero seguir con la historia familiar del narrador.
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