Mi trabajo es arduo, demasiado, y carece de un posible
final. ¿Por qué? Porque soy el encargado de revisar que no haya cicatriz alguna
en los estómagos de las mujeres. Así es, soy el Inspector de Vientres de la Nación.
Es cierto que no entiendo mucho de esta
situación, tan sólo puedo aceptarla (y disfrutarla), pero no discutirla. Sé que
toda discusión acaba en pelea, y estoy cansado de ser siempre el que recibe los
golpes más duros; por eso evito cualquier disputa.
Para lograrlo me inventé un
uniforme. Mi abuelo, el primer Inspector de la familia, no tenía que
utilizarlo; pero, en mi caso heredé, además de sus deudas, la insignia que mi
padre creara especialmente para éste trabajo. Una chapita verde de Shiny
doblada para un costado, lo que hace que se parezca un poco al símbolo imperial.
Entonces nadie discute.
Imbuido en mi cargo hereditario, con
mis ropas especiales y mis herramientas, recorro el territorio de extremo en
extremo, para catalogar los vientres femeninos. He caminado en los últimos años
tres veces el país, y sé que, antes de morir, he de hacerlo varias veces más.
Pero no me importa, me sostiene el orgullo de una labor bien realizada.
No es cosa fácil distinguir entre
una cicatriz de apendicitis, una de peritonitis, una cesárea mal cerrada, o el
rectángulo de una dentadura torcida. Es una cuestión de saber utilizar los
ojos, además de mucha práctica y evitar, salvo que la persona en cuestión lo
deje bien en claro, utilizar las manos al momento de realizar una inspección.
De cualquier otra manera se corre el
riesgo de ser acusados de violadores, bufarrones, partícipe de alguna estafa
piramidal o ladrón de gallinas.
Y si hay algo que no me gusta en
ésta vida, son las gallinas.
A partir de mi trabajo construyo el interminable
Catálogo de Ombligos y Vientres de la
Nación que, una vez cada cinco o seis años, he de enviar al gobierno
central. En teoría ellos lo publican como material de estudio en las Facultad d
Medicina y Veterinaria, pero nunca tuve la posibilidad de ver uno de esos, así
que no estoy seguro de ello.
Ante la duda, yo continúo con mi
trabajo.
Es cierto que se me adeudan los
últimos dieciséis años de sueldos, aguinaldos, vacaciones y otros premios y
sumar no remunerativas; así como también espero que se pague el retroactivo de
los últimos doce años de trabajo de mi padre (y que de acreditarse todo junto
sería una pequeña fortuna con la que podría retirarme para siempre de los
mugrosos caminos del imperio). Pero, como honesto funcionario de mi Nación, no
he abandonado mi puesto aún. Sigo firme en él, esperando a que se corrija dicha
omisión.
Sé que seguiré aquí por lo menos
hasta que encuentre a la mujer del vientre perfecto, de las que nace solo una
en cada generación. Mi abuelo conoció a su esposa, mi abuela y su vientre
perfecto, con éste trabajo. Proeza similar realizó mi padre al conocer el
perfecto vientre de mi madre. Por supuesto que, en mi caso, sé que haré lo
mismo y que, cuando me encuentre con el vientre perfecto de mi generación, sabré
que mi camino habrá llegado a su final.
La búsqueda, por ahora, continúa sin
el menor resultado.
Éste es mi libro de cabecera...
5 comentarios:
Aclaración: Mafalda es creación de Quino, no mía.
El libro tampoco es mío (pero lo estoy buscando...)
Saludos
J.
Yo soy una estudiosa de la curva del cuello de los hombres. Todavía no sé si hacer el tema de mi tesis será la nuez de Adán o el nacimiento del pelo a la altura de la nuca.
Con respecto a tu búsqueda, poco puedo aportar. Lo siento.
Pobre muchacho... nunca lo encontrará, pues yo le gané de mano hace años. Y por medio de un sistema combinado de embarazos y poca actividad física, lo ocultamos a la vista del mundo entero!!!! Jue Jue Jue! Jamás lo encontrarán!!!
No conocía este libro. Buscaré en la red sobre él.
"El filólogo y antropólogo Gutierre Tibón, en su libro El ombligo como centro erótico, explica la importancia que en Japón se le da al ombligo, clasificando noventa y seis tipos de ombligos distintos. Tal vez esto explique una de las operaciones estéticas que desde hace unos años está de moda entre las japonesas es el Hesodashi, que consiste en operarse el ombligo para tenerlo rasgado. El motivo es que las japonesitas irónicamente tienen el ombligo redondo, mientras que las occidentales a las que quieren imitar lo tienen rasgado".
curioso :)
¡Qué argumento loco!!JAJA!!!Pero original!Un beso Martha
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