domingo, 6 de enero de 2019

Salida Didáctica


Caminamos lentamente para retrasar el final del recorrido.
A pesar de que el lugar que pretendíamos visitar no se encontraba tan lejos de nosotros, la organización de una salida semejante resultaba bastante compleja. Muchos detalles que atender, muchos papeles que recolectar, firmas que homologar, permisas que conseguir, y un etcétera más largo que la propia palabra.
            Luego de los últimos casos de desapariciones y de pérdida de partes útiles de los cuerpos de los niños a nuestro cargo, las salidas didácticas se habían tornado cada vez más burocráticas. Sin embargo, ver las expresiones de felicidad de aquellos niños cuando dejábamos de lado los muros de los internados de socialización, resultaba tan satisfactorio que uno se olvidaba de las dificultad que debió atravesar para llegar a ese momento. Y me refiero a verdaderas expresiones de felicidad y alegría, no las que vienen pregrabadas en las máscaras de usos múltiples. Ese tipo de sonrisas, esas risas indisismulables y expresiones de sorpresa al ver la ciudad más allá del encierro redundan en una satisfacción indescriptible.
            Aquella salida, por otro lado contaba con un componente extra ya que pretendíamos visitar una de las últimas demostraciones artísticas que perduraban en el ejido urbano. De allí el interés que despertaba nuestra visita y la necesidad, real, no inventada, de la misma.
            El retraso en el camino, el tornar una distancia tan mínima como apenas unas calles, en un recorrido similar al de una aventura de descubrimiento personal, se encontraba calculado. No era, tampoco, la primera vez que realizaba dicha visita con los grupos anteriores a mi cargo. No era, pues, una improvisación.
            —Presten suma atención —dije antes de que giráramos todos juntos en la última esquina—, lo que estamos a punto de ver es algo que recordarán el resto de sus días.
            Sabía que no sería así, al menos no en todos los casos. Pero siempre me había gustado utilizar ese tipo de expresiones; quizá, nunca lo sabré, realmente habré marcado a más de uno de los niños con ella.
            —Mucho antes de que nacieran ustedes, sus padres y algunos de sus abuelos, el mundo era un peligro para nosotros —dije, aprovechando la salida para explicarles algunas cosas de historia que ya deberíamos de haber estudiado—, pero, por suerte, la humanidad supo deshacerse de cualquier peligro que pudiera dañarla.
            Sus expresiones comenzaban a desbordar la capacidad de esas horrendas máscaras faciales, lo cual también era uno de mis objetivos, demostrarles que se podía sentir más allá de unas pocas emociones pregrabadas.
            —Tengo miedo —dijo uno de los niños al borde del llanto.
            Otros intentaron imitarlo, pero como realmente no lo sentían sus máscaras no acompañaban sus palabras con sus expresiones.
            —No tienes por qué, ya no puede hacerte daño, no solamente porque su especie ya no existe, sino porque es una simple pintura. Ve a verla —dije invitándolos a doblar la esquina.
            Pudieron ver, finalmente, la versión estilizada, no del todo bien realizada, pero lo más cercana a la realidad que podía pedirse, de un tigre. El animal se asomaba en medio de la vegetación devolviéndole la mirada a quien lo observaba, en este caso, a los niños.
La pintura, una demostración del arte urbano previo al reordenamiento municipal, decoraba la chapa posterior de un antiguo puesto de diarios que por alguna razón aún no había sido retirado. Teniendo en cuenta que el último periódico en papel se publicó hace más de una década, y en ese entonces de por sí ya se trataba de algo sumamente infrecuente, y el que las impresiones en ese material perduran para algunas pocas ocasiones especiales, aquel trasto metálico era más una suerte de resabio del pasado que comenzábamos a olvidar que cualquier otra cosa.
Un minuto y medio después, tal vez menos, la pintura dejaba de ser una novedad. Ni siquiera engañaba a los niños haciéndole creer que se trataba de una pantalla y, rápidamente, al percatarse que el tigre no se movía en lo más mínimo, que no amenazaba con comérselos, no hacía malabares con luces de colores que llamara su atención, ni intentaba venderles ningún producto de moda, perdieron el interés.
Era la señal que esperaba para emprender el regreso.



10 comentarios:

José A. García dijo...

Primera entrada del 2019 y con la que Proyecto Azúcar celebra sus 11 años continuos de publicaciones.

¿Nos esperarán otros 11 más?

Nos leemos!

J.

lunaroja dijo...

Espero que sean otros once años más!
Es un placer pasar por aquí!
Un abrazo afectuoso!

Cayetano dijo...

De momento nuestros carteles, en vez de tigres, están llenos de hienas, zorros, buitres carroñeros y cucarachas. Nuestros amados políticos que nos prometen el paraíso en la Tierra. Feliz 2019.

EvaBSanZ dijo...

Pocos aprecian el Arte urbano.

Un beso, feliz semana.

Dyhego dijo...

Muy bueno y apocalíptico.
Salu2.

Recomenzar dijo...

Un abrazo inmenso escritor y que este año nos traiga Salud de la Buena

Ginebra dijo...

Las salidas didácticas suelen ser muy positivas, también depende del grupo y la edad de éstos, pero tienes razón con el tema que comentas al respecto de la burocracia que hay que desarrollar para programar una actividad fuera del aula. Me ha gustado ese encuentro con el tigre. Te deseo muchas más actividades de ese tipo para este año que empieza.
Besos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

a esas edades es normal i. presionarlos..
yo este año también cumpliré 11 años por estos lares
besos

lanochedemedianoche dijo...

Ser niños y saber reconocer quien nos guía. Feliz 2019.
Abrazo

María dijo...

La pintura esa expresión que capta nuestra mirada desde el interior.

Un beso.