Era un día normal en la oficina, tanto como puede serlo un día de trabajo en un lugar que se odia, se detesta, se anhela abandonar y aun así continuamos en él porque no podemos hacer otra cosa, tenemos demasiadas deudas o algún otro motivo que mejor no recordar. Situación similar a la mía sería la de los otros oficinistas que, en sus respectivos escritorios se concentraban mientras sin dudas pensaban lo mismo, porque nadie quería estar aquí, en este lugar, en este momento, rellenando formularios, copiando contratos o algún otro archivo que la administración hubiera encargado y ver pasar las horas de sol del invierno a través de una ventana lo suficientemente alta como para que nadie se asomara ni pensara en arrojarse por ella. Al menos la calefacción funcionaba bien, o eso pensaba antes de llegar esta mañana y enterarme de que, por diversos desperfectos que nadie sabía explicar cómo habían ocurrido, la caldera estaba apagada.
El frío, en ese salón amplio y de techos altos, era tal que no solo el aliento se condensaba llegando a empañarme los lentes, sino que los dedos de las manos se entumecían de tal forma que resultaba prácticamente imposible sostener una pluma con ellos o utilizar las máquinas de sumar. Sentía cómo se me endurecía el cuerpo entero si permanecía en una misma postura demasiado tiempo, y eso era lo único que podía hacer, mantenerme quieto para no pensar, para no sentir el frío, para que el aire no se volviera esquirlas de hielo dentro de la nariz, en los pulmones, en el corazón, que ya sentía doler con cada latido. Apenas parpadeaba para no quedarme dormido y tal vez no volver a despertar.
Pensar en medio de tanto frío dolía más que cualquier otro día, me gustaría entender por qué era así, pero el olor a quemado me distraía. Cómo podía oler a quemado con semejante frío, cómo podía escuchar el crepitar de leña si sentía mi aliento como hielo. Pero sí, olía humo, y sí, oía leña crepitar. Incluso comenzaba a sentir un poco de calor a uno de mis lados, por lo que con sumo cuidado, para no dañar mi cuello endurecido, comencé a girar sobre la silla.
Primero vi el reflejo de un resplandor, muy cerca, tan solo a unos pocos pasos, donde se encontraba el escritorio más cercano al mío. El viejo López se sentaba ahí, el empleado con mayor antigüedad y menor jerarquía en la firma. Algo resplandecía, un algo que era una llama, una llama que envolvía el cuerpo de López y comenzaba a lamer la madera reseca del escritorio, los papeles y las carpetas sobre las que trabajara. López sonreía, tengo la certeza de que era la primera vez que lo veía sonreír. La suya era una sonrisa beatífica, de alguien que se encuentra más allá del bien, más allá del mal, más allá de todo. Una sonrisa que nos invitaba a unirnos en su alegría. No era el único que lo había notado y se había girado para mirar lo que pasaba.
Me levanté tan lentamente como me girara en la silla, sentí las articulaciones crujir como si fueran bisagras carentes de lubricación, y me acerqué los pocos pasos que separaban su escritorio del mío. Extendí mis manos hacia las llamas para sentir algo del calor que ansiaba. Mis dedos volvieron a la vida poco a poco. Entendí por qué López sonreía, porque yo también sonreí.
Alguien más se acercó desde el otro lado del escritorio, un hombre de bigote grueso que siempre usa trajes oscuros, Álvarez, si es que no me equivoco, porque es muy poco lo que hablé con él. Me miró, miró a López y luego extendió sus manos.
Antes de darme cuenta, el resto de los oficinistas siguieron nuestro ejemplo y rodearon a López calentándose las manos y sonriendo como si cada uno sintiera en ese momento algo tan especial como único.
28 comentarios:
Incluso aquellos que lo niegan, todos odiamos nuestros trabajos.
Saludos,
J.
Con el frío, todos pensaron en calentarse las manos, al ver incendiarse al empleado con más años y menos jerarquía.
Saludos.
El trabajo es duro y a veces si uno lo odia pero no toca otra. Te mando un beso.
No eres el trabajo, lo que nos hace funcionar. Ni siquiera son las ambiciones personales. Es la ira latente. Saludos.
En tiempos de penuria y frío, el calor nos une.
Un abrazo.
Por lo que se ve, el tal López andaba algo quemado por su trabajo.
¡Qué cosas!,mientras unos odian su trabajo, otros estamos deseando trabajar y no conseguimos un empleo. Ninguno estamos agusto. Yo cuando tenía trabajo y estaba en la oficina me pasaba lo mismo jajaj. Así es la vida.
Me ha encantado tu relato, siempre es un placer disfrutar de tus textos.
Un abrazo.
El que inventó el trabajo no tenía nada mejor que hacer.
Una sonrisa contagiosa la que resplandecía junto al fuego...
Besos.
Impactante relato.
Como ya ha dicho Cayetano, López es un claro caso del síndrome de trabajador quemado. Supongo que la caldera fue lo que le hizo prender, pero seguro que estuvo a punto muchas veces
Abrazooo
Trabajo o hacer lo que amas y que te paguen por ello?... He ahí la diferencia...
Abrazo, amigo. Me encantó!!
Tremendo relato. Tantos simbolismos también...
Excelente como siempre.
Un abrazo
oficinistas.... siempre desarrollando neurosis y momentos misticos, creo suele ocurrir mas bien poco que un milagro asi suceda entre los oficinistas. Espero el supervisor de ese grupo de "indisciplinados" pronto los devuelva a todos a la fria realidad.
La reflexión sobre la rutina diaria y sus pequeñas rebeliones es muy cierta. A veces, esos momentos simples son los que más vida nos dan.
Resto de buen domingo y una excelente semana.
Con cariño,
Daniela Silva 💜🦋
https://alma-leveblog.blogspot.com
Te invito a visitar el blog.
Me ha gustado mucho la historia, ahí veo un pequeña llama que se extenderá por todo el mundo con resultados imprendecibles. Temblará la bolsa, eso seguro, la bolsa siempre tiembla..
Tenemos trabajos que odiamos para pagarnos mierdas que no necesitamos, ¿verdad? La semana pasada hablé con una mujer que tenía un doctorando en farmacia (o algo así) y era funcionaria de grupo C.. Me pareció una historia triste, la verdad...
Un abrazo
Me ha gustado mucho la historia, ahí veo un pequeña llama que se extenderá por todo el mundo con resultados imprendecibles. Temblará la bolsa, eso seguro, la bolsa siempre tiembla..
Tenemos trabajos que odiamos para pagarnos mierdas que no necesitamos, ¿verdad? La semana pasada hablé con una mujer que tenía un doctorando en farmacia (o algo así) y era funcionaria de grupo C.. Me pareció una historia triste, la verdad...
Un abrazo
Eso pasa en el verano, se empañan las gafas por distinta razón, y uno se pregunta si el frío, el legendario frío aún existe en algún lugar. Ahora tú me lo has confirmado.
Me imaginé que todos iban a crecer las llamas...
También mi post recién colgado habla del clima, qué coincidencia.
Saludos y feliz semana.
...Y así fue como descubrimos que, en las oficinas del infierno administrativo, no hacía falta motivación ni calefacción, ni esos calendarios calentones con conejitas usando poca ropa (Salve Gloria Trevi de los noventas): solo un López en llamas y una plantilla lo suficientemente congelada emocionalmente como para convertir una combustión espontánea en una fogata comunitaria *Risas grabadas de El Chavo del 8*. Porque si algo une a los oficinistas más que el odio al trabajo, es el calor gratuito, incluso si viene acompañado de un colega churruscándose con beatitud. Ya no nos importaban las cláusulas, las deudas, ni las ventanas anti-suicidio que ni sirven puesn; por fin, algo había encendido nuestras almas… aunque fuera un incendio literal *creditos de El chavo del 8*.
La mayoría de los seres humanos solo trabajan para subsistir , quienes realizan una labor que aman no lo sienten como un trabajo, son unos privilegiados
Saludos 👍🏻
José:
con tanto papel, se puede hacer un buen brasero...
Salu2.
Un relato muy loco
Me encantó
Abrazos
Boa tarde e uma excelente terça-feira. Paz e muita saúde. A maioria dos empregados, serão trocados por máquinas e IA. Não está muito longe disso.
Pobre Lopez y a nadie se le ocurrió ayudarlo al menos con un matafuego para salvarlo??
Tus cuentos son más locos que los mios estimado José, pero muy buenos.
mariarosa
Así es, somos esclavos, ay, José, me río, pero no debería, :)
Tu relato es como un golpe de suerte, de esos que rompe con la rutina, que desestabiliza la realidad en la que se amparan y de repente simplemente son. Que rápido se olvida esto último.
Un fuerte abrazo.
Pobrecito, el frío es desolador, imagina quienes no pueden calentarse en invierno. Un abrazo
Yo no odio mi trabajo, serà porque no trabajo. Una que es reina y todo le dan.
Me gusta como escribes. Me gusta lo que escribes.
Un abrazo
Tanto frío nos hace equivocar, y no entender si en verdad fuera el frío o el alma.
Abrazo
¡Chupalla!, es que en un ambiente tan denso, tan hondo, sonreír es ser un revolucionario: es prender una luz (llamémosle vela, para romantizarlo con justicia) en medio de la oscuridad. Va un abrazo, José.
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