sábado, 11 de junio de 2022

Rastreador

Abrí la puerta y el olor a putrefacción me asaltó como si quisiera meterse a la fuerza, por mi nariz y mi boca, en cada poro de mi cuerpo hasta volverse parte de mí sin jamás dejarme escapar de aquel singular abrazo. Retrocedí dos pequeños pasos acomodándome la mascarilla que había vuelto a moverse.
    ―¡Aquí!
    El equipo de extracción se acercó con sus equipos ante mi llamado. La oscuridad del interior era total, debía alejarme de allí antes de que colocaran las primeras luces y comenzaran a retirar los cuerpos, pero no podía hacerlo hasta que no llegaran los extractores y les entregara la guardia. Así lo decía el maldito protocolo.
    El primero de los cuatro miembros del equipo de extracción llegó y de inmediato encendió las luces portátiles. Tuve que verlo todo otra vez, incluida su sonrisa de satisfacción, de insuperable placer por encontrarse frente a esos cuerpos mutilados, desmembrados, destrozados. Los cuatro sonreían. Esas sonrisas eran peor que el olor, los cadáveres y todo lo demás. Sí, mucho peor que todo lo demás.
    Meses después de que se levantaran por completo las medidas de confinamiento, luego de las protestas y los disturbios en el centro de la ciudad, cuando las autoridades abandonaron la ciudad a su suerte al comprender que carecían de la fuerza necesaria para imponerse a la población, seguían apareciendo cadáveres.
    ―Son seis ―dijo uno de los extractores.
    ―Tal vez más ―comentó otro.
    ―Sólo sáquenlos ―respondí alejándome de allí.
    Recordaba las imágenes áreas tomadas de las redes asociales y transmitidas por la televisión, los edificios en llamas, los vehículos policiales dados vuelta, las barricadas improvisadas en cada esquina y los muertos, los muertos, los muertos, por todas partes. Se me empañan los ojos debajo de la mascarilla, si tuviera algo en el estómago lo dejaría aquí, junto a mis pies. Por suerte aprendí a no comer antes del trabajo, ni después; aunque he visto a otros hacerlo durante, como si nada de cuanto hacíamos les afectara, como si fuera un día normal más en sus normales vidas.
    ―Eran ocho ―dijo uno de los extractores al pasar junto a mí―, había dos niños pequeños en el fondo, completamente aplastados por el peso de los demás.
    ―Perfecto ―respondí―. Era justo lo que necesitaba saber.
    ―La información debe de estar lo más detallada y completa posible ― dijo, sin dudas debía de haber captado algo en mi voz―. Los informes son importantes.
    ―Pero yo no hago los informes. No necesito saber eso.
    Yo sólo tenía que buscarlos. Explorar la zona, rastrear, guiarme con indicios como el olor, el color del agua o cualquier otra cosa que me llevara hacia los lugares exactos en los que las personas intentaran esconderse antes de acabar muriendo. Escondites que se convirtieron en sus tumbas diseminadas entre los restos de la ciudad. Alguien más completaba esos informes, a mí no me correspondía, ni quería, saberlo todo.
    Las corridas, las huidas, los muertos, fueron transmitidos por todos los medios. El intento por retomar el control de la ciudad por parte de las autoridades antes del abandono final generó una nueva tanda de muertos. La ciudad se convirtió en un mausoleo, uno en el que ni las ratas entraban. Tanta muerte, tanta destrucción, por nada, para nada. Para que todo vuelva a ser lo que había sido antes. Y allí me encontraba yo, caminando entre los escombros y la basura, dejándome llevar por mis sentidos, la intuición, los astros o alguna otra cosa buscando muertos. Porque nada vivo se encontraba en la ciudad, nada útil, nada de valor, ni siquiera nosotros. Sólo quedaba la cáscara vacía de una ciudad que debíamos limpiar, calles para barrer, paredes para pintar, vidrios que reemplazar en algunas ventanas, y para cuando ya no quedaran muertos por descubrir, nadie recordaría nada de lo sucedido.
    En el cruce de dos avenidas, la caja metálica partida por la mitad de un camión conservador dejaba a la vista su contenido que, quemado y requemado por el sol, todavía resultaba reconocible.
    ―¡Aquí! ―llamé una vez más equipo de extracción.
    La limpieza llevaría varias semanas más hasta que no quedara nada, hasta que se borrara la última huella, el último rastro. Todo desaparecería, salvo las imágenes de los muertos, los muertos, los muertos, que me acompañarían en mis sueños noche tras noche.

El Eternauta, no tiene nada que ver con esta historia, 
pero queda bien como decoración, eso sí.

23 comentarios:

José A. García dijo...

Siempre habrá trabajos mejores que otros, así como habrá otros que serán peores, sin dudas.

Nos leemos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un logrado ambiente distópico, que parece una extrapolación de algo demasiado conocidos.
Que bien contado.
Saludos.

eli mendez dijo...

A veces podemos ser reiterativos en un comentario, pero realmente tus relatos son fantásticos, en todo.. Hacen que uno se mantenga atento y expectante , son mas que amenos y siempre tienen contenidos y finales asombrosos. Felicito de corazón a esa inspiracion tuya que te hace escribir de maravillas. Un abrazo y excelente fin de semana.

Manuela Fernández dijo...

Un escenario que más que futuro diríamos que es pasado y presente de la humanidad. Siempre ha habido y habrá habitáculos repletos de muertos a manos de una violencia gratuita y atroz.
SAludos.

Cabrónidas dijo...

Cuando haya que empezar de nuevo, ¿cuántos trabajos serán realmente necesarios para mantener una nueva sociedad?

unjubilado dijo...

¿De donde vienes, de Lebedin de buscar supervivientes entre los escombros de Kiev, de Yitomir, Malin, o quizás de Mariúpol?
Saludos.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Apocalíptico y certero. Saludos. Carlos

lunaroja dijo...

Tremendo y escalofriante.
Tu talento para crear estos ambientes entre oníricos y futuristas hace de tus relatos algo imprescindible de leer!
Saludos.

José A. García dijo...

José: Gracias a esos trabajos continúa funcionando la sociedad, aunque los neguemos.

Demiurgo: Demasiado conocido, demasiado cercano.

Eli Méndez: Gracias por tus palabras, sin dudas ayudan a seguir adelante, a seguir escribiendo.

Manuela Fernández: Los tres tiempos condensados es una continuidad sin precedentes. Es cierto.

Cabrónidas: ¿Cuántas personas serán necesarias para volver a comenzar?

Un Jubilado: Hay tantos sitios atravesando condiciones similares que se puede elegir sin temor a equivocarse.

Carlos Augusto: La certeza es, sin dudas, la peor parte.

Luna Roja: Gracias. No sé si es para tanto, pero gracias.

Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.

J.P. Alexander dijo...

Buen relato el fina te da un poco de miedo. Te mando un beso.

Doctor Krapp dijo...

Siempre certero y descriptivo en tus textos apocalípticos. El Eternauta ilustraría muy bien muchos de tus textos.

Saludos

Tinta en las olas dijo...

Cierto que algunos trabajos son mejores que otros, pero hay algunos que no valen para todo el mundo. Muy bueno. Un abrazo.

Jose Casagrande dijo...

El caballero que narra sin duda tiene un talento muy importante y el cual ha desarrollado con experiencia y trabajo.

Pero es un talento que no le trae satisfaccion alguna,
y debe ser porque ya conocio otra posibilidad de vida.

Tiene algo con que comparar.

Rajani Rehana dijo...

Great blog

Mujer de Negro dijo...

Aunque los libros no son tan cortos, al venir aquí, es como si estuviera leyendo uno nuevo cada vez y siempre mejor que el anterior.
Nada que ver pero me vino el recuerdo cuando mi hija se interesó por medicina, y para saber su temple me pidieron la llevara al anfiteatro, estando allí, lo que vio ella fue muy distinto a lo que yo vi, ella reforzó su deseo y yo solo pude ver tristeza y desamparo en cuerpos que dejaron de ser personas para convertirse en objetos.

Un abrazo, José

la MaLquEridA dijo...

En estos tiempos tan duros, la palabra más usada es ¨muertos¨. Extraño es lo tanto que nos encontramos en lo cotidiano, que ha perdido su dureza. Muertos como si dijeran cualquier cosa.

Poco es ya lo que nos asombra.


Un gustazo volverte a leer.


Un abrazo José.

lanochedemedianoche dijo...

Nada es perfecto, todo si, es un desorden que te llena de broca, ¿Qué se puede hacer ante la muerte en vano?
Abrazo

Amapola Azzul dijo...

Terrorífico.

Besos.

Gildardo López Reyes dijo...

Saludos José
Debo decir que yo tuve mucha suerte en la pandemia, la razón no la sé, pero la tuve. Y bueno, en estos días hay un repunte de contagios y ya estábamos viviendo como si nada. A ver qué pasa.
Va un abrazo.

Beatriz dijo...

Me dio calosfríos tu narración JOsé. Sabes que yo perdí seres queridos durante el tiempo más crudo de la pandemia. Es que no creían en las medidas de distanciamiento y el toque de queda, quisieron vivir con normalidad, todos hubiésemos querido vivir con normalidad, el caso es que algunos se fueron y otros quedamos para contarlo.

Saludos.

Demian dijo...

Buen relato jose. A pesar de. Lo apocalíptico es algo que estamos viviendo en el día a dia

Guillermo Castillo dijo...

Los hombres se meterán en las cuevas de las rocas, y en las grietas del suelo... para hacer temblar la tierra. Isaías 2:19. Saludos.

Frodo dijo...

Creo yo que tiene bastante que ver el Eternauta en todo esto. Un viajero en el tiempo que viene a recordarnos que la ciudad (la Nación) fue atacada una vez más por fuerzas extranjeras. Y ahí están los muertos, los de ayer, los de hoy.

Muy buen relato distópico, querido herr J.
Abrazos