sábado, 26 de marzo de 2022

Otro diálogo interrumpido

Ese hombre tenía la habilidad de aparecer en los lugares más inesperados e inverosímiles, siempre dispuesto a continuar hablando como si se tratara de una charla de amigos tanta veces interrumpida que, al menos yo, ya no recordaba cuándo había comenzado o de qué tema se suponía que hablábamos.
    ―Fue terrible ―dijo la vez que apareció junto a mí lavándose las manos en un baño público en una estación de trenes―, pero era algo que tenía que suceder tarde o temprano.
    No dijo nada más, sacudió sus manos, las secó con varias toallas de papel y se quedó mirándome en el reflejo del espejo tal vez esperando una respuesta, pero yo no sabía qué era lo que tenía que decir. Como aquella otra vez en la que surgió a mi lado en un asiento del ómnibus, aunque tenía la certeza de que estaba vacío al momento de sentarme:
    ―Y pensar que ese edificio gris, impersonal, frío, mal construido, fuera una casa familiar llena de color, personalidad, calor y firmeza en su construcción ―señaló a un edifico cualquiera de la ciudad antes de levantarse para bajar del vehículo. Me quedé allí sentado observando el edificio señalado, o cualquier otro que se le parecía.
    Al encontrarnos en la sala de espera del cardiólogo dijo:
    ―El progreso es la destrucción de las cosa bellas, claramente ―tal vez la tristeza opacaba un poco el tono de su voz, tal vez fuera la televisión encendida quien me confundía con sus ruidos―. No debería ser así, aunque uno termina por aceptarlo.
    La asistente del doctor me hizo pasar al consultorio en ese momento y al salir ya no lo encontré allí, aunque en ese lugar sólo atendía un único médico.
    Volví a cruzarlo un atardecer al momento de sacar la basura y aprovechar ese instante para respirar el silencio y el aroma de la cercana noche.
    ―Tal vez sea que nos acostumbramos a las malas decisiones ―dijo sobresaltándome a mi espalda―, que luego olvidamos que podemos hacer muchas cosas para cambiar. Es para pensarlo, no tenemos simplemente que aceptarlas.
    ―Muy cierto ―. Para ese entonces había comenzado responderle, no con frases extensas o muy elaboradas, pero sí para que supiera que estaba escuchando.
    Lo que decía parecían lugares comunes, frases de ocasión, pero intuía que en ese interrumpido diálogo existía algo más, algo que se me escapaba. Comencé a frecuentar bares y cafés en los horarios en los que sabía que encontraría poca gente; ocupaba mesas alejadas de las ventanas y otras distracciones y esperaba durante horas. Una vana espera, porque si lo esperaba, si buscaba el encuentro, este no sucedía, él no aparecía. Pero en cuanto me distraía por un mínimo instante, allí estaba, otra vez, él.
    ―Los cambios no pueden seguir hasta el infinito, en algún momento es necesario detenerse y reflexionar sobre ellos. Ver qué se puede sacar en limpio de lo que sucede ―dijo al verme en el pasillo de productos de limpieza de un megahípersupermercado―. Seguir adelante sin más, sólo conduce a un lugar.
    ―Al desastre ―. Esa parecía ser la palabra justa para ese momento, porque por primera vez desde que comenzara tan extraño diálogo, sonrió. No me miró, porque jamás lo hacía, pero sonrió. Sé que lo hizo.
    Esto me envalentonó y me preparé para intervenir en el diálogo más allá de la respuesta de ocasión para obtener de él algo más serio, más útil, de más valor.
    ―Es fantástico ―comenzó a repetir luego de cada una de mis respuestas. Hasta que en una de esas oportunidades ya no pude contenerme y lo interrumpí a mitad de una de sus frases:
    ―¿Quién es usted? ¿Puedo saber su nombre? ¿Usted me conoce a mí? ¿Sabe quién soy? ¿Por qué se empecina en hablar conmigo? ―tenía más preguntar para hacerle, pero fueron esas las primeras que pude pronunciar. Al parecer resultaron efectivas ya que lograron que, por primera vez, volteara y me mirara de frente. Sus ojos vacíos, estáticos, como de muerto, me sobrecogieron y obligaron a que callara el resto de mis preguntas.
    ―Usted ya no me sirve ―murmuró antes de retirarse. Y si no fueron esas sus exactas palabras, fueron otras similares.
    Desde esa noche no volví a verlo. Dejó de aparecerse en los lugares más inesperados e inverosímiles que tanto le gustaban. No volví a escuchar su voz ni la especial cadencia con la que pronunciaba cada palabra. Sólo el recuerdo de sus ojos continuó acompañándome. Cada vez que intentaba dormir un sobresalto me obligaba a olvidar el intento, con el sudor frío recorriéndome la espalda, ardiendo de fiebre y un fuerte dolor en el pecho como el que antes de aquel día nunca sintiera. Lo único que podía hacer en esos momentos era preguntarme si existía algo peor que el sentirse inservible.

20 comentarios:

José A. García dijo...

Y, si lo hay, no quisiera saberlo.
O tal vez sí.
Ya no lo sé.

Saludos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Exacto, ¿Quien quiere conocer algo peor?

Parece que quería aparecer en el momento inesperado, para sus reflexiones.
Pero no responder sobre si mismo.
Bien contado.

Tot Barcelona dijo...

No se si hay algo peor, pero si se que hay algo similar, es el hacerte viejo. No lo dudes.
Salut

lunaroja dijo...

Muy bien narrado, con esa desazón que dejan tus textos!
Encantada de volver por los blogs después de un tiempo de ausencia.
Saludos!

Jose Casagrande dijo...

Es que el parlanchin queria tener alguien que lo escuchara, pero el protagonista/narrador se puso muy pesado, con demasiadas preguntas.

J.P. Alexander dijo...

Buen relato te da la impresión que es un fantasma pero no lo sabes a ciencia cierta y eso te deja incertidumbre. Te mando un beso.

gla. dijo...

Me gustaría pensar que es una parte de si mismo
Abrazos

Anónimo dijo...

Estas frases tan buenas, requieren para no estropear tu texto, laconismo, también,¡¡¡Sí!!!, ....de mi parte: Excentriexcelencia.

serafin p g dijo...

Hay algo de paradoja en eso de qué, al intentar ser uno mismo se diluya el interés aparente del otro sobre uno.
Buen relato, bien narrado y que invita a pensar.
Salute!

María dijo...

Seguramente sí que haya algo peor. Pero mejor no saberlo.

Un abrazo.

Gra dijo...

Creo que era su inconsciente esa voz interior que le recuerda los errores cometidos o experiencias pasadas para no volver a repetirlos.
Y cuando lo descubrio haciendole esas preguntas volvio a su estado inconciente o sea detras del consciente.
Muy linda historia Jose.
Un abrazo y buen domingo!!

Guillermo Castillo dijo...

El diálogo es una suerte de flecha que lanzada, puede dar en el blanco más inesperado.
Saludos.

mariarosa dijo...

Muy bueno José. Sentirnos inservibles debe ser muy feo...no quiero ni pensarlo.

mariarosa

Doctor Krapp dijo...

La conciencia es muy puñetera y ama los disfraces para ofrecernos sus charletas. Lamentablemente es muy esquiva y odio que la identifiquen como tal por eso escapa de nosotros cuanto más la necesitamos.

Saludos

Joaquín Rodríguez dijo...

Escribes muy bien. Da gusto leerte. Un saludo

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

Siempre formidables tus letras

Paz

Isaac

Amapola Azzul dijo...

Un relato para reflexionar, el poder del recuerdo, todo en un ambiente que pareciera apocalíptico o post apocalíptico.

Besos.

Tinta en las olas dijo...

A veces no queremos ver ni oír lo que realmente deberíamos ver y oír. Muy bueno, para reflexionar. Abrazos.

Frodo dijo...

Creo que el cabezón de Carlitos Marx ya abordó la situación.
Y esta semana uno de nuestros mejores funcionarios públicos habló de 1 millón de argentinos "inempleables".

Pero hablando de diálogos interrumpidos lo que yo le quería dec

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Creo que es un alter ego, que se quedó sin interlocutores. Un abrazo. carlos