sábado, 12 de marzo de 2022

Para cambiar a cualquier persona

En la agreste y solitaria playa la arena gruesa, llena de pedruscos y en parte mezclada con arcilla que algunos llaman sábulo, palabra que pocos conocen en la región, daba paso, uno poco más arriba de las primeras rocas, a una tosca escalera labrada en la pared del acantilado. Desde los pies de esa escalera, en la transición entre uno y otro terreno, entre uno y otro mundo, no puede adivinarse lo que se encuentra en la cima por más que se mire entre las rocas buscando algún indicio. Sólo dos tipos de personas se atreven ante esos escalones: los curiosos e impulsivos que anhelan riquezas o fantasías similares, y aquellos que, sabiendo en efecto qué es lo que encontrarán arriba, de todas formas suben.
    Yo fui, yo soy, ambos. La primera vez que pisé cada uno de estos escalones atravesados de tiempo, desgastados por incontables pies antes que los míos, me impulsaba la curiosidad de haberme topado con ellos sin que nadie me advirtiera de su presencia en esa playa sobre la que nadie en la comarca hablaba, de la que nadie parecía querer saber. Como si un pertinaz silencio obligara a las personas que vivían en las cercanías a callar lo que pudieran saber sobre quiénes labraran esos escalones y lo que se encontraba en la cima del acantilado. Nadie decía nada, nadie sabía nada, nadie subía por ellos, nunca. Sin dejarme amilanar ante tantas reticencias, yo sí lo hice, yo los subí.
    Al bajar por esos mismos escalones, no era el mismo que era al subirlos. No podía serlo. No quería serlo. Lo que se encontraba en la cima del acantilado era lo justo y necesario para cambiar a cualquier persona lo suficientemente viva como para saber que algunas veces eso mismo, cambiar, es necesario.
    Milenios más tarde, aunque quizá sólo fueran algunas décadas que se sintieron como milenios, regresé. La playa continuaba siendo la misma zona agreste y solitaria que antes. Nada había cambiado entre el momento en que creara mi recuerdo y el encontrarme otra vez en ella. Las mismas casas, las mismas personas, los mismos árboles, las mismas calles vacías me recibieron. Otra vez, al igual que en mi primera visita, nadie me detuvo. Ninguna palabra suya hubiera sido suficiente para detenerme. Caminé sobre la misma arena gruesa, llena de guijarros y conchillas que ya no lastimaban las endurecidas plantas de mis descalzos y cansados pies.
    Fue así que, entre el aroma de la sal y la resaca de antiguas mareas, volví a encontrarme frente a esos escalones viejos y gastados labrados con manos torpes en la piedra dura y fría. Me detuve junto al primer escalón, que también podía ser el último, y lo contemplé en silencio. Esta vez sin curiosidad, sin desafío en la mirada, solo cansancio y la necesidad de estar una vez más allí arriba, en la cima, entre el viento, las nubes y eso otro que sabía que encontraría.
    Uno a uno volvieron a pasar bajo mis pies los mismos escalones que ya conocía mientras la pared de roca crecía alternativamente a mi derecha o a mi izquierda, debajo y sobre mí. Sin nostalgia ni sorpresa reconocí o recordé antiguas marcas, así como también encontré otras nuevas. Ni una sola vez durante mi ascenso miré atrás. Si lo hacía mi decisión podría flaquear, o tal vez no, la duda era suficiente para no hacerlo.
    El olor de la sal, del mar, pronto quedó abajo. Pero no esperaba que un aroma acre, un tanto dulzón y mezclado con el viento, lo reemplazara. Lo reconocí de inmediato, aunque no quise creer que algo semejante fuera posible. Seguí negándolo al sentir bajo mis pies las cenizas como antes sintiera el frío de las rocas y aún antes la arena gruesa de la playa.
    Al llegar a la cima y verlo, ya no pude seguir negándome a lo evidente. El fuego había arrasado con todo. Un fuego tan voraz que no había dejado nada a su paso. El que la ceniza aún estuviera tibia lo volvía más angustiante. Creí, pensé o supe que de haber llegado tres, dos, o tal vez sólo un día antes podría haber vuelto a verlo. Podría haber vuelto a sentirme como aquella primera vez. Era tarde. No quedaba nada. Mi presencia allí arriba sobraba, como antes, como siempre.
    Sabiéndolo todo perdido respiré las cenizas, mastiqué y tragué todo lo que pude antes de que mi estómago se revelara. Cubrí mi cuerpo con ellas y como un tizón llevado por el viento me arrojé al vacío de las aguas, para que el frío, la marea, la sal hicieran conmigo lo que mejor les pareciera.


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Pueden pasar a leerlo, y apoyar la publicación, cuando gusten

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22 comentarios:

José A. García dijo...

Pero... ¿Qué era lo que había allí arriba?

Saludos,
J.

Alexander Strauffon dijo...

Ya te contesté tu comentario allá en mi blog. Y si es que te disgusta tanto o no te parece el contenido ahí, no te tortures a ti mismo, no es a fuerza el pasar a visitar y leer. Te lo aseguro, no pasa nada si lo dejas de hacer. Saludos, y suerte.

José A. García dijo...

Perfecto. Seguimos los comentarios allí. No hay problema.

J.P. Alexander dijo...

Me gusto el relato y que haces propaganda a una revista de mi país. Te mando un beso.

José A. García dijo...

Las publicaciones independientes, sean del país que sean, siempre merecen nuestro apoyo, porque hacen lo que las publicaciones comerciales no hacen, dar espacios a quienes recién comienzan.

Saludos,
J.

Tot Barcelona dijo...

Sigo tus relatos con interés.
Un abrazo desde Barcelona
Salut

Ginebra dijo...

Un final inesperado...una narración que cautiva.
Un saludo

Beauséant dijo...

a veces intuimos el horror y, aún así, nos sentimos obligados a seguir avanzado, a comprobarlo con nuestros propios ojos...

una narración con muchas posibilidades, me ha gustado...

lunaroja dijo...

Imaginé que en la cima se abría un paisaje arrasado por un volcán ( será la influencia de la cercanía de la isla de La Palma y el volcán arrasándolo todo)
También imaginé al protagonista siendo parte de ese paisaje,siendo un "uno" con todo... Algo místico tal vez.
En todo caso un relatazo.
La imagen me da vértigo nada mas de mirarla.
Un abrazo.

Jose Casagrande dijo...

Claramente hay otras personas que han subido por la escalera, habria que buscarlos y ver si hay algunos que pudieron sobrevivir a la segunda subida.

En todo caso los que suben pro primera vez al menos se sabe que viven, hay que interrogarlos.

Tinta en las olas dijo...

La destrucción total, es lo que se encontró allí arriba. Muy bueno. Un saludo

Recomenzar dijo...

Para que te comenten tienes que comentar t elo digo yo que soy una experta Esta bien lo que escribiste pero si no logras que te escriban es triste el momento

mariarosa dijo...

Final abierto, cada lector piensa, razona que pudo ser aquello que lo tentó a volver. No debio ser malo para el protagonista si viovió. Pero fue terrible para el que incendió el lugar.
Muy bueno José.

mariarosa

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Una narración un poco densa, de la que se deduce que el camino era pedregoso y angosto para llegar a un final que sorprende.
Saludos José
Puri

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde. Parabéns pelo seu trabalho.

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

Un poco la vida es así, ascender por esos escalones sin saber qué hay al final...

Paz

Isaac

unjubilado dijo...

He seguido el relato con curiosidad y cierta inquietud en la lectura, encontrándome un final inesperado.
Saludos

gla. dijo...

Yo también creo que es la destrucción total lo que encontró en la cima, tal vez sea nuestra destrucción
Abrazos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Me encanta el misterio que rodea el cuento hasta el final. Un abrazo. Carlos

Doctor Krapp dijo...

Pero aún pudistes contarlo. Me gustan esas historias míticas en que eres especialista, aunque en mi caso solo la perspectiva de un acantalido me parece en sí mismo un argumento de peso.

Un saludo

José A. García dijo...

Tot Barcelona: Gracias, tus publicaciones también resultan interesantes.

Ginebra: Todos los finales son, en cierta forma, inesperados. Pero no siempre lo sabemos.

Beauséant: Tal vez sea porque lo que no se ve no se conoce realmente, o así lo creemos.

Luna Roja: Tiene algo de misticismo el relato, tal vez no el esperado, sí el necesario.

José Casagrande: La experiencia de los otros puede alentar nuevos intentos, es cierto.

Tinta en las Olas: Esa destrucción era la única opción al parecer.

Recomenzar: Gracias por el consejo, tiendo a recordar y respetar cuando me piden que no siga comentando en un blog determinado, como lo fue en tu caso.

María Rosa: Exacto, en algunos casos esos finales abiertos son la única posibilidad.

Dulcinea del Atlántico: La vida tiene sus momentos densos, ¿por qué habrían de quedar afuera de la literatura?

Luiz Gomes: Gracias por la visita y tus palabras.

Sólo el amor es real: Ascender y luego caer para volver a ascender y caer, y asó sucesivamente…

Un Jubilado: Gracias por la visita y el comentario.

Gla: Por algo decidió destruirse él también, ¿no?

Carlos Augusto: Gracias, lograr una atmósfera semejante no siempre es fácil.

Dr. Krapp: Gracias por considerarme un especialista, por lo general nadie lo hace, por lo que uno comienza a dudar de sus habilidades después un tiempo.

Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,
J.

Frodo dijo...

La sin nombre, la calaca, la vieja cosechera, Tánatos, la Parca...

Abrazos herr