sábado, 5 de marzo de 2022

Toda esa niebla

Entre el cielo encapotado, las nubes plomizas, la pesada humedad del aire, los escasos ruidos amortiguados por la distancia, la comarca parecía más muerta que viva. Mucho más de lo que habitualmente lo estaba durante los largos y aburridos inviernos de la región. Tal vez lo estuviera desde la tarde misma en que la niebla comenzó a descender desde los cerros. Al principio esa niebla se confundió con las habituales nubes bajas, sólo que resultaban ser unas nubes tan densas y húmedas que ninguna brisa tenía la fuerza suficiente para moverlas, para desplazarlas, para permitir ver una vez más el sol.
    ―Me duelen los huesos, la niebla seguirá ―dije mirando por la ventana del salón.
    ―Es lo único que te he escuchado decir en los últimos meses ―respondió mi esposa concentrándose en el bordado del décimo quinto mantel de punto que le viera confeccionar desde que comenzara la niebla.
    ―¿Qué otra cosa quieres que diga?
    Los libros se me habían agotado, era imposible trabajar la tierra con este clima, la radio no funcionaba, y la falta de imaginación para intentar otra cosa me llevaba, una y otra vez, a quedarme frente a cualquiera de las ventanas de la finca. Claro que repetía siempre esas palabras, incluso comenzaba a aburrirme de mí mismo y de que los días fuera iguales entre sí. Hoy era igual que ayer, pero también mañana sería igual al ayer que es el hoy. Miraba el cielo y ni siquiera era capaz de decir qué momento del día era.
    ―Creo que…
    ―Intentaré dar un paseo ―completó mi esposa―. Eso también lo dices siempre. Luego te encuentro estático, lívido y sudando parado frente a la puerta. Y para que entre todavía más humedad en la casa, con la puerta abierta.
    Me contuve de responder de la manera en que desearía hacerlo porque seguiríamos allí encerrados en uno con el otro hasta que todo terminara. Deseaba haber tenido la predisposición de los criados que huyeran semanas atrás, pero mi estoicismo, y el miedo a encontrar que la única herencia de mi familia usurpada por alguien más a mi regreso, me impidió hacerlo. Las razones de mi esposa para quedarse me eran un misterio, para ella la niebla no representaba nada.
    No tengo dudas ni certezas de que, al día de hoy, éramos las únicas dos personas en toda la comarca. Ya ni siquiera se escuchaban los lúgubres ladridos solitarios de perros perdidos en la niebla. Hasta ellos se habían ido.
    Entre la niebla, dentro de ella, todo era silencio.
    También en silencio me acerqué a la puerta. En el cercano perchero de bronce y hierro fundido colgaban los abrigos. Tomé el más pesado y grueso de ellos y lo coloqué sobre mis hombros convencido de que esta vez lograría salir de la casa, entraría en la niebla y vería si quedaba algo del otro lado de ella. No me parecía posible que la niebla durara tantos días, tantas semanas, que el sol se escondiera con tanto ahínco, y que toda esa humedad hiciera estragos en mis huesos.
    Días enteros con esa sensación resultaba agotador. Aquel paseo era, pues, necesario, tanto para la salud de mi cuerpo como para mi salud mental, porque sentía que perdía la cordura poco a poco, como poco a poco avanzaba la humedad, en mi cuerpo y dentro de la casa, sin nada más para hacer salvo repetir diálogos y pareceres con la misma persona, perdiéndome en mis pensamientos cada vez más oscuros y vacilantes. Necesitaba hacerlo, necesitaba salir y dar ese paseo tantas veces postergado, aunque más no fuera un círculo en torno a la casa. Sí, seguro que eso sería más que suficiente para despejarme y volver a pensar con claridad. Un breve paseo para reencontrarme era todo lo que necesitaba en medio de tanta confusión, tanta niebla, tanta humedad, tanta oscuridad.
    Pude sentir una mano apoyándose en mi hombro por sobre el pesado abrigo. Otra se apoyó en mi espalda y me hizo girar hacia el interior de la casa. Luego, entre ambas manos me quitaron el abrigo y volvieron a dejarlo en el mismo perchero de bronce y hierro fundido.
    ―Querido ―dijo la voz de mi esposa desde la lejanía―. Otra vez con la puerta abierta. Ya hay demasiada humedad aquí dentro, ¿no te parece? Esta casa parece más una cripta que otra cosa.
    ―Sí ―murmuré―, lo parece, demasiado.
    Sentí a mi espalda que la puerta se cerraba dejando, una vez más, toda esa niebla del otro lado. Si dentro o fuera, no sabría decirlo.

20 comentarios:

José A. García dijo...

Tal vez mañana, cuando vuelva a intentarlo, sí lo logre.

Saludos,
J.

gla. dijo...

Tal vez mañana
Quizás mañana
Un fuerte abrazo

J.P. Alexander dijo...

Buen relato de terror has manejado muy bien el miedo del protagonista ante la esa misteriosa niebla. Te mando un beso.

mariarosa dijo...

Que buen cuento José. Hasta Poe aplaudiria tu obra, felicitaciones.

mariarosa

Manuela Fernández dijo...

Formidable. Un texto que te deja pensando: esa niebla, una espada, una cripta..., una historia que esconde múltiples argumentos: la guerra, o la muerte..., bueno, ambos es lo mismo. Una maravilla de texto.
SAludos.

Ses dijo...

Uf, me ha creado mucha congoja. Gracias, muy bien escrito.

Tot Barcelona dijo...

Me ha gustado. La niebla tiene escondido al protagonista
Un abrazo

Guillermo Castillo dijo...

Es la historia de unas siluetas recortadas en medio de la nada, de la niebla de sus recuerdos.
Saludos maestro.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Diría que la esposa tuvo miedo de que realmente se atreviera a salir.
Saludos.

Frodo dijo...

Hay nieblas exteriores, y nieblas interiores. Stephen King, Unamuno y los británicos, lo saben.

Abrazos, querido herr J.

lunaroja dijo...

Ay qué agobio...
Un clima denso y angustiante en este texto que te vuelve a poner en el podio de los buenos narradores.
Me encantó.
Saludos!

miquel zueras dijo...

Genial. Una niebla con tacto, manos espectrales que te devuelven de nuevo a casa y no te dejan salir. Yo me sentía así durante los largos días del confinamiento. Al menos ésta te hace de ayuda de cámara y tiene el detalle de colgarte el sombrero y el abrigo.
Saludos y felicitaciones.
Borgo.

Beauséant dijo...

Muy bien escrito, mitad novela de terror, mitad metáfora de algo más profundo...

Las nieblas más densas son las que tenemos en el interior, con ellas no hay lucha posible... aunque algo me hace sospechar de la mujer, demasiado tranquila ;)

Amapola Azzul dijo...

Un relato magistral.

Besos.

Mista Vilteka dijo...

Incluso cuando la niebla se vaya, no se irá.

La utopía de Irma dijo...

He visto por aquí arriba un comentario donde se menciona a Poe y de verdad que no puedo estar más de acuerdo.

Abrazote utópico.-

Doctor Krapp dijo...

La niebla en forma de bucle y sin escapatoria del nicho. Me has hecho recordar Los Otros, la película de Amenábar.


Saludos

Mara dijo...


!Me ha encantado, muy original! Me quedo con el misterio: "... toda esa niebla del otro lado. Si dentro o fuera, no sabría decirlo".
Saludos.

José A. García dijo...

Gla: Tal vez.

J.P. Alexander: La niebla siempre da miedo, aunque ya se la conozca.

María Rosa: Gracias, no creo que ser nada cercano a Poe, pero gracias.

Manuela Fernández: Muchas cosas se ocultan en la niebla, muchas razones, muchas explicaciones. Lo que sí, no es espada, es espalda, se me escapó un error de tipeo.

Ses: De seguro eso mismo sentía el personaje cada vez que se acercaba a la puerta.

Tot Barcelona: Al protagonista y tal vez mucho más.

Guillermo Castillo: Somos recuerdo, de eso no hay dudas.

Demiurgo de Hurlingham: Y que después no pudiera regresar.

Frodo: Y nieblas que no son nieblas, también.

Luna Roja: Gracias, si el clima está bien logrado, la propuesta del relato cumple.

Miquel Zueras: Con nieblas como esas, ¿quién necesita más? Cierto, la primera etapa del confinamiento fue más o menos brutal.

Beauséant: Metáfora, fábula, alguna otra cosa, por ahí andará…

Amapola Azzul: Gracias por tus palabras.

Mista Vilteka: Habrá perdido el sentido el querer salir, muy cierto.

Utopía de Irma: Gracias.

Dr. Krapp: Tendré que volver esa película, hacía mucho tiempo que no pensaba en ella. Gracias.

Mara: Cuando dejamos el misterio de lado muchas cosas dejan de tener sentido.

Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,
J.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La niebla como negación de la voluntad. Un abrazo. Carlos