sábado, 12 de febrero de 2022

Éxodo

Llevábamos días respirando humo, un humo que nadie sabía decir de dónde provenía o, si lo sabía, no nos lo decían a nosotros, para que no nos asustáramos mientras marchábamos. De seguro pensaban que éramos como esos animales que necesitan llevar anteojeras para impedir que miren en una dirección diferente a la del frente y, se supone, no se asusten. Mortadela creo que se llaman esos animales, pero no, no, estoy del todo seguro. Me parece que eso era cuando esos animales ya estaban muertos. Bueno, más allá del nombre, nos trataban como a ellos, no nos decían nada para que no nos asustáramos e hiciéramos algo tan estúpido como pretender volver.
    ¿A dónde íbamos a volver? Porque yo sabía que no había dónde volver porque estuve asignado a la retaguardia el día en que salimos. Vi las máquinas derribando nuestras casitas y aplanando el suelo como si allí no hubiera pasado nada, como si nunca hubiera vivido nadie. No, no había dónde volver.
    Después de un tiempo, el olor a humo impregna la ropa y el pelo, además de penetrar hasta lo más profundo en tus pulmones. La comida tiene sabor a humo, lo quieras o no, la comas o no. El aire arde, pero no se puede dejar de respirar, al menos yo no tengo el valor para hacerlo. El agua tiene sabor a humo. El humo termina volviéndose parte de todo, de uno, de nada.
    El humo era omnipresente antes de que las cenizas comenzaran a caer lentamente, como si prefirieran mantenerse flotando en un aire cargado de humo, sudor y cansancio, en lugar de tocar el suelo. Una vez que comenzó a caer la ceniza, el humo se volvió más denso, más cercano, más real cuando sentías su caricia sobre tu piel.
    Estábamos cada vez más incómodos, más nerviosos, haciendo gestos y aspavientos, removiéndonos todo el tiempo, quitándonos cada mínimo fragmento de ceniza que caía sobre nosotros hasta terminar cubiertos por un polvo tan fino que ya no podía quitarse y lo manchaba todo. Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, que se sumaba a la incertidumbre de no saber hacia dónde nos llevaban, nadie nos decía nada más allá de las órdenes que recibíamos. Ta vez porque no había nada para decir. O porque no sabíamos a quién preguntarle.
    Un resplandor amarillento se vislumbraba a lo lejos, en lo alto, reflejándose en las nubes de humo que apenas permitían adivinar qué por allí arriba debía de encontrarse el cielo. Tenue y pálido al principio, cada vez más evidente, ese resplandor nos obligaba a avanzar más rápido de lo que nos permitían las órdenes. Esas órdenes que no entendíamos, pero de todos modos debíamos cumplir.
    Al humo, las cenizas, el resplandor y las órdenes inentendibles fueron sumándose más cosas que no sólo no podíamos entender sino que ni siquiera podíamos explicar. Para ese entonces ya nadie preguntaba nada, continuamos avanzando en silencio hasta llegar a un río ancho, caudaloso, rápido y helado en el que podríamos refrescarnos, quitarnos el polvo grisáceo bajo el que nos ocultábamos confundiéndonos con más ceniza y esperar. Del puente por el que deberíamos cruzar sólo quedaban los pilares de piedra y parte de las maderas atacadas por los años, la humedad y la carcoma. Pensar en cruzar el río por allí, caminando, nadando o de cualquier otra forma resultaba algo imposible de lograr para nosotros, agotados y hambrientos como lo estábamos. Allí, junto a ese río que no conocíamos, se acabaron las órdenes.
    Me alejé unos pasos del grupo y me eché sobre la hierba reseca y la tierra resquebrajada de aquel tórrido verano a la sombra de un árbol cualquiera, uno que sin dudas pronto sería devorado por el fuego que seguía nuestros pasos. Cerré los ojos y me dejé ir, tal vez más tarde, cuando despertara, si es que lo hacía, sabría qué hacer.

18 comentarios:

José A. García dijo...

¿Qué más se puede hacer cuando el cansancio abruma?

Saludos,
J.

gla. dijo...

Dejarse llevar por el descanso, dormir...no despertar
Abrazos

Amapola Azzul dijo...

Me ha recordado al volcán de la La Palma, estremecedor y cataclísmico.

Besos.

Ginebra dijo...

Tus historias siempre tienen un aire de misterio, en algunos casos de ficción, en otras de literatura "gótica", por decirlo de algún modo, pero son historias que te hacen pensar porque pueden suceder, como ésta que habla del humo, de los incendios, del daño a la Madre Tierra que, en definitiva, es la causa de todos los males (o casi todos).
Saludos

mariarosa dijo...

¿De dónde venía ese pueblo, hacía dónde iban?

Muy buen relato, impresiona, como si fuera un designio de lo que vendrá.

Aplausos José.

mariarosa.

lunaroja dijo...

Uf, un relato de los tuyos, esa sensación de angustia velada y el no saber qué vendrá.
Excelente!
Saludos

Jose Casagrande dijo...

Depende cuantos sean los que van marchando, y creo son afortunados que al menos no los llevan en esas maquinas que procesan personas.

Hay esperanza.

Si hay un rio es porque todo va a mejorar

Joaquín Rodríguez dijo...

Bonita historia, trágica creo. Un saludo

J.P. Alexander dijo...

Buena historia un poco triste y muy real. Te mando un beso y te deseo un feliz día del amor y la amistad.

Doctor Krapp dijo...

Me ha evocado, no sé el motivo, quizás por el principio, una escena habitual que se produce en los territorios ocupados palestinos. Por el final, en cambio, me sugiere el Éxodo del pueblo judío con Moisés. Es curiosa la historia.

Saludos

Beauséant dijo...

Muy bien presentada y narrada la historia...

Es muy fácil hacernos perder la humanidad, ¿verdad? Una desgracia, alguien con un fusil que ladra órdenes y nos convertimos en una masa que acepta ordenes y baja la cabeza.... Sí, nos convertimos en animales domésticos que no tienen clara su misión, sólo la obediencia....

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde. Parabéns pelo seu excelente trabalho. História maravilhosa.

Anónimo dijo...

El final es lo mejor, he podido sentir el contacto con la hierba entre tanto humo.

Matías Altamirano dijo...

Me encantó la forma en que la ceniza protagoniza el relato.

Tinta en las olas dijo...

A veces simplemente no se puede hacer nada, solo seguir caminando aunque sea entre cenizas. Un abrazo y buen fin de semana.

José A. García dijo...

José: Dormir y dormir. Es lo que corresponde.

Gla: Exacto, es lo único posible.

Amapola: Muy cierto, aunque no fue eso lo que tenía en mente, supongo que la gente de la isla lo habrá pasado muy mal. Y lo seguirá haciendo en la medida en que ya no puede regresar a esos lugares. Por otro lado, durante el 2021 y lo que va del 2022, parte del territorio argentino estuvo y sigue estando castigado por el fuego.

Ginebra: Somos la causa de todos nuestros males, aunque nos enfoquemos en responsabilizar a los demás. No hay dudas en eso.

María Rosa: ¿Dónde llegarían? En el caso de que lograran llegar a algún sitio, claro.

Luna Roja: La incertidumbre es real, siempre.

José Casagrande: Tal vez era eso lo que se encontraba del otro lado del puente.

Julio David: Puede ser esa la sensación, es cierto, pero dado que el pueblo hebreo nunca estuvo cautivo en Egipto (no hay fuentes históricas que lo demuestren), diremos que la ficción siempre sirve de inspiración.

Joaquín Rodríguez: Pero ¿qué historia no es trágica en algún punto?

J. P. Alexander: Todas las sensaciones son reales. Gracias.

Dr. Krapp: Supongo que la similitud con la situación palestina se debe a la presencia de las máquinas que destruyen todo para aniquilar el pasado, la historia, borrar los registros y decir que allí no había nadie. Es cierto.

Beauséant: La humanidad de la humanidad es cada vez más falsa, más una pátina que una realidad. Se lo nota a diario.

Luiz Gomes: Gracias por el comentario, Luiz.

Juan El Portoventolero: El instante de paz, cuando brevemente dejamos de decidirlo todo. O no.

Matías Altamirano: A veces olvidamos que la naturaleza es tan parte de nuestra historia como nosotros mismos.

Tinta en las olas: Continuar y continuar, hasta llegar o desfallecer en el intento.

Gracias por sus visitas y comentarios, sin dudas lo más interesante de Proyecto Azúcar.

Nos leemos,
J.

beatriz dijo...

Lanzarse al río...del sueño, supongo fue la mejor decisión.

Saludos

Frodo dijo...

Basado en una historia correntina.

Tengo un vecino que se dedica a juntar lo que otros vecinos tiran: maderas, plásticos, cartones, telgopor, lo que sea combustible. Los va apilando en la vereda frente a su casa (vivimos enfrente de las vías, técnicamente la vereda de enfrente es pasto, árboles y un alambrado). Y todos los viernes por la tarde noche le prende fuego a la pira.
Ya van dos veces que se le desmadra, llegan los bomberos, la policía, lo apagan antes que el fuego alcance los trenes viejos abandonados en sus galpones.
Y la vida sigue.

Abrazo