domingo, 12 de diciembre de 2021

La voz de la experiencia

El conocimiento se construye en base a la experiencia, no tengo dudas de esto. Porque en más de una oportunidad la experiencia se ha encargado de demostrármelo. Y pronto volverá a hacerlo. Lo sé porque estoy viajando en el tren y en el otro extremo del vagón veo a un niño de unos cinco, tal vez seis años, parado en medio del pasillo entre los asientos jugando a que no se sostiene de ningún lado, incluso bailando, mientras el tren continúa avanzando. Su madre, sentada junto a la ventana y al asiento que el niño dejara vacío, atiende a algo más sobre su regazo; no es otro niño más pequeño, no es un libro, si las luces no me engañan es algo que parece brillar, por lo que ha de ser uno de esos teléfonos inteligentes que nos vuelven tontos. Viendo la escena sé que el niño terminará cayéndose, no lo sé porque posea la capacidad de ver el futuro, cosa que no posible porque el futuro no existe, sino que lo sé por la experiencia.
    Mi experiencia se basa en haber realizado cinco veces por semana el mismo viaje, diez si cuento también el viaje de regreso aunque este se produzca por una vía diferente. Eso hace un total de veinte viajes mensuales ―el doble si cuento el regreso, como ya dije― que, repetidos durante los nueve meses que dura el año de estudios, dan un total de ciento ochenta ―el doble si…, ustedes entienden―. Y si a estos ciento ochenta los multiplicamos por los cinco años que me demandó completar la carrera, tengo un total de novecientos viajes ―el doble si…, bueno, eso―. Claro que a ese total debería restarle las clases suspendidas, los días feriados, las ausencias, así como sumarle los días en que realizara el mismo viaje no por la obligación de los estudios sino por gusto, no tiene sentido añadir detalles aquí, por lo que prefiero redondear en que fueron novecientos viajes de ida y otros tantos de vuelta. La sumatoria de cada uno de estos viajes me da la experiencia necesaria para conocer cada detalle del trayecto.
    Giré la cabeza hacia la ventana para ver el nombre de la estación que comenzábamos a dejar atrás. No podía dejar de sonreír mirando al niño jugar entre los asientos del tren sabiendo lo que se avecinaba, irremediablemente, como ese destino que se burla de nuestro supuesto y ficticio libre albedrio, como una muestra de que la realidad siempre es peor de lo que la pensamos, más oscura, más violenta, en definitiva, más real. Me arrellené en el asiento y me incliné un poco hacia el costado para no perderme detalle del glorioso momento de aprendizaje que se acercaba a unos sesenta kilómetros por hora.
    Mientras esperaba recordé las promesas de mejorar el servicio de ferrocarril urbano repetidas por algún funcionario del gobierno al tiempo que aseguraba que el reemplazo los viejos coches y las vías en mal estado era una prioridad. Recordé cada una de las veces que los empresarios que manejaba la concesión del ramal reafirmaban la voluntad de la empresa por actualizar el sistema. Recordé cada nota de periodismo de investigación denunciando la falta de inversiones y el calamitoso estado de las vías. Recordé también que nada a lo largo del trayecto podía sorprenderme y que por mi extensa experiencia efectivamente conocía el estado de las vías y de los coches por haber viajado en cada uno de ellos. Sabía, pues, lo que se aproximaba en ese tramo del recorrido en el que las vías parecían encontrarse a diferente altura, mínima, tal vez esa diferencia no fuera ni siquiera de un centímetro, pero el tren, incapaz de detenerse, golpeaba contra ese desnivel con un sacudón que, acompañado por la velocidad, la inercia, la carga cinética de los cuerpos, resultaba lo suficientemente fuerte como para hacer caer a un adulto desprevenido. Sonreía con satisfacción al pensar en lo que sucedería con ese niño que estaba a punto de aprender algo que no olvidaría por el resto de su vida; esos momentos son pocos, únicos e irrepetibles, para quienes lo viven. En mi caso había experimentado apenas una media docena de ellos, y con dificultad recordaba cuál había sido el primero. Ahora lo vería ocurrir en vivo y en directo, como un mero espectador, es cierto, pero ese detalle no lo volvía menos intenso ni de menor interés.
    El tren no dejaba de avanzar cada vez más rápido, como siempre hacía en ese tramo recto entre la estación que dejábamos atrás y la siguiente. El momento se acercaba. Volví a acomodarme en el asiento, me refregué las manos sonriendo indisimuladamente mirando al niño esperando el momento en que reconocería el ruido del choque de metal contra metal y vería como se sacudía el primer vagón de la formación. Cuando ese momento llegó apenas podía contener mi carcajada anticipándome al golpe.
    Aquí viene la experiencia, pensé.

17 comentarios:

José A. García dijo...

Por algo que es dicen eso de que cada uno hace lo que quiere, o puede, con lo que sabe.

Saludos,
J.

lunaroja dijo...

Como siempre tus relatos dejan ese regusto inquietante que los hace tan especiales. Porque además en tus cuentos siempre hablas de una realidad constatable (en este caso los trenes viejos, los malos servicios,etc...)
Me ha encantado.
Saludos.

Totbarcelona dijo...

Que gran verdad.
Guste o no, somos empíricos, y aún así tropezamos muchas veces más con lo que una vez dimos por aprendido.
Somos peces empíricos, porque los peces tienen, dicen, una memoria de tres segundos.
El niño volverá a caer, y nosotros también.
De eso no tengamos duda.
Salut

lanochedemedianoche dijo...

Te leo y recuerdo momentos únicos de mi vida, hay cosas que jamás se aprenden ni siquiera a los golpes o caídas, la vida es un suspiro, y todo se pierde a lo lejos.
Abrazo

Nuria de Espinosa dijo...

Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra... Tal vez sea verdad... Un placer leerte. Abrazos

Ernesto. dijo...

Hola José A.

En relación a tus palabras dejadas en mi blog, entrada "Regalo de cumpleaños", decir que esa apreciación de "ni reconocibles" la encuentro acertada. Lo mismo que "se da cuenta de los cambios". Y "el resto no".

¡Cierto!

¡El resto de los seres no se pre-ocupa tanto! De hecho, creo, no se preocupan nada.

Hace ya tiempo, y lecciones aprendidas, que tengo por maestra de la vida a una amapola. ¡Jamás la he visto pre ocupada por nada!

Saludos. Ha sido un placer.

PD: Ya sobre ese viaje en tren, basado en la experiencia..., entretenido.

Recomenzar dijo...

Mi país está loco sonrío qué suerte que me fui No entiendo lo que escribes debe de ser el verano que se acerca
Lo mejor del mundo para todos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Una aleccionante lección del origen del conocimiento, desde la observación. Un abrazo. Carlos

Tinta en las olas dijo...

Seguramente aprendería la lección, aunque creo que por unos momentos. Un abrazo.

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde meu amigo José. Obrigado pela visita e carinho. Parabéns pelo seu trabalho maravilhoso. Texto impecável.

Mista Vilteka dijo...

Yo era ese niño.

Miguel Angel Morata dijo...

Increíble...

Beauséant dijo...

He cruzado los dedos para que ese niño no se caiga, he cruzado los dedos para que ese niño se caiga y vuelva a intentarlo al día siguiente.

Creo que perdimos muchas cosas cuando dejamos de ser ese niño

Un relato inquietante, sí.

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

Delicioso relato y con una pizca de buen humor negro

Te deseo una gran navidad y un estupendo 2022

Paz

Isaac

Dyhego dijo...

Ese señor es un sádico...
Salu2.

Frodo dijo...

Excelente! Otro de tus grandes textos.
Ringo (Bonavena) decía con mucho acierto que "la experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado". Así terminó, pobre.

De tanta rutina en medios de transporte uno puede anticiparse, sabe que antes de la curva de Facultad de Medicina tiene que agarrarse de las argollas, o que si cerró los ojos y siente que el bondi sube es porque ya estamos en el puente de José León Suárez.
Y si a eso le sumamos conocer el territorio municipal y sus actores, mejor aún.

En fin, usted lo contó mejor.
Abrazos

José A. García dijo...

José: Incluso algunos no hacen nada.

Luna Roja: En este país los trenes siempre son viejos, incluso cuando son nuevos.

Tot Barcelona: Caemos, nos golpeamos, no levantamos, todo para volver a empezar.

La noche de medianoche: La mayoría de las personas nunca aprenden, porque no quieren hacerlo.

Nuria: Dos, tres, cuatro, veinte. Nunca se sabe.

Ernesto: La vida siempre nos da lecciones, la cuestión es saber reconocerlas como tales.

Recomenzar: Gracias por la visita y el comentario.

Carlos Augusto: Siempre es más fácil cuando el golpe se lo lleva otro.

Tinta en las Olas: El instante antes del olvido.

Luiz Gomes: Gracias, Luiz.

Mista Vilteka: Yo también.

Miguel Ángel: Pero real.

Beausénat: Creo que lo perdimos todos, pero tampoco sirve ser completamente extremistas.

Sólo el amor es real: Esa pizca siempre es necesaria para sobrevivir.

Dyhego: Sin dudas. Y lo disfruta.

Frodo: El problema es cuando te vas de visita a otra zona, te confías, te dormís y terminás en una parte del conurbano que ni siquiera de nombre te suena. ¿Qué hacemos en ese caso¡

Gracias a todos por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,
J.