domingo, 24 de octubre de 2021

Una mera ficción

La pequeña sumaca penetró en las aguas de la bahía del puerto sin que nadie se percatara de ella hasta que la encontraron amarrada al uno de los embarcaderos en desuso en el extremo donde las aguas eran poco profundas, allí donde se decía que solía estar el primer puerto construido en la isla. Nadie estaba seguro de que hubiera sido así, ni de quién había construido ese embarcadero en particular, ni por qué seguía en pie cuando el nuevo puerto necesitaba tantas obras para ponerlo a tono con el progreso de la isla. Nadie estaba seguro desde dónde había llegada esa sumaca, pero el estado de las maderas del casco, necesitadas de un urgente calafateado nuevo, el de las velas remendadas sobre remiendos anteriores que se notaban aun cuando estaban recogidas, los cabos deshilachados y los mástiles astillados, hablaban de la interminable sucesión de tormentas que habían soportado.
    Si alguien había descendido de la sumaca nadie podía decirlo, era claro que no había llegado hasta allí por sí sola; el nudo en la soga que la amarraba al poste del embarcadero hablaba de alguien que conoce muy bien las prácticas marítimas de antaño. No se hablaba de otra cosa entre la gente del puerto.
    En cambio en la ciudad primero, en los pueblos hacia el interior de la isla un poco más tarde, y finalmente en las aldeas más alejadas, casi en las estribaciones del volcán, el rumor de un silencioso caminante, escondido bajo un ancho sombrero de bambú y enfundado en un abrigo empapado en aceite se expandió de boca en boca, de noche en noche. Nunca se lo veía a la luz del sol, siempre parecía estar alejándose y la gente con la que se cruzaba o que intentaba hablarle rápidamente lo olvidaba.
    Tanto era el misterio que rodeaba aquellas apariciones que hubo quienes quisieron buscar una respuesta a lo que sucedía olvidándose de sus tareas habituales. Así recordaron fragmentos de relatos que escucharan en su infancia repetidos por ancianos que decían haberlos escuchado repetírselos a los ancianos que ellos conocieran cuando niños, relatos que hablaban sobre los primeros días y sobre las primeras personas que habitaron en la isla, sobre lo que habían dejado atrás y de cómo en verdad ese pasado nunca dejaba de estar presente. La mayor parte de las personas en la ciudad, los pueblos y las aldeas se rieron de ellos por traer antiguos cuentos sin valor a un presente que no los necesitaba.
    A los pocos días, cuando la tierra comenzó a temblar, y el volcán que todos creían extinto parecía estar por recuperar su aliento, los escépticos desaparecieron rápidamente. Se perdieron entre la multitud que buscaba la manera de huir de la isla mientras el pánico se apoderaba de los corazones bajo las nubes más coruscantes que nunca antes vieran, nubes que intempestivamente desataron un vendaval de lluvias por completo fuera de temporada. Lluvias que lo inundaron todo, que hicieron colapsar cada desagüe de la isla, que sacaron de su curso cada río, que anegó los campos, que derribó casas y puentes, que se llevó varias vidas y bloqueó la bahía, el puerto y los barcos allí refugiados.
    Ninguna lluvia, por poderosa y extensa que resulte doblega a un volcán, eso lo sabe cualquiera. Cualquiera que no haya estado durante esos días de miedo, terror, desorden y caos buscando sobrevivir en la isla.
    Veintiocho noches después de su llegada, habiendo sobrevivido a las tempestades desatadas durante ese tiempo, tan en secreto como había llegado, la extraña sumaca se fue. Esta vez nadie vio a su ocupante, nadie vio si llevaba algo más que su abrigo húmedo y su sombrero de bambú, nadie vio si cargó algún alimento en la barca, nadie vio si alguien más le acompañaba; nadie vio nada. Al poco tiempo, cuando cada vida volvía a la normalidad anterior a las lluvias, al miedo y al llanto, el recuerdo comenzó a borrarse. Unas semanas más tarde apenas dos o tres personas recordaban una mínima fracción de lo sucedido y esto no sin esfuerzo. A los pocos meses sólo quienes habían tenido la precaución de escribir sobre ello podían decir que algo había sucedido, aunque lo confundían con una ensoñación, con una alucinación, con una fantasía o, como a estas mismas palabras, con una mera ficción.

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En el número 68 de la Revista Digital El Narratorio, del mes de octubre, pueden encontrar el relato Autógrafo.

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13 comentarios:

José A. García dijo...

Algunas historias sólo sirven si se las acepta como parte de la ficción.

Saludos,
J.

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

Ficción o no, el relato es excelente

Paz

Isaac

mariarosa dijo...


Muy buena leyenda, nos recuerda que los volcanes están vivos, aunque a veces lo olvidemos.
Muy buena semana José.

mariarosa

Jose Casagrande dijo...

Quizas sea uno de estos fenomenos que se va disolviendo en la mente, como una especie de ilusion inexplicable.

En un par de generaciones quizas vuelva a aparecer

gla. dijo...

Me encantó tu escrito
Abrazos

Paula Cruz Roggero dijo...

Muy buen relato.

Un fuerte abrazo.

Tot Barcelona dijo...

Siempre se ha de mirar lo escrito, y corregir, corregir y corregir...y siempre encontraremos algún error, porque nosotros mismos somos error.
salut

Tinta en las olas dijo...

A veces los recuerdos no son exactos pero siempre están ahí. Un abrazo.

Doctor Krapp dijo...

Estupendo texto entre el mito y la catástrofe que evidentemente me ha hecho recordar las primeras planas informativas de estos días.

Saludos

miquel zueras dijo...

Me ha gustado muchísimo tu relato, tiene un aire a lo Herman Melville con esa misteriosa embarcación. Magnífico.
"Sumaca", la primera vez que oí el nombre de esa embarcación a vela fue en Chile, mientras esperaba el ferry hasta Puerto Montt.
Saludos!
Borgo.

Guillermo Castillo dijo...

Relato marino y siniestro
en la imaginación de los
que creyeron haber visto
lo nunca visto o creyeron
ver.
Saludos desde la Colombia
marina y humeantes volcanes.

Frodo dijo...

Linda historia, misteriosa. Para adentrarse en la ficción hay que suspender por un rato la incredulidad.
Me gusta el enfoque sudamericano en cómo llama a la embarcación.

Abrazos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Hasta el mismo recuerdo del pasado, nos parece ficción. Un abrazo. Carlos