sábado, 17 de julio de 2021

Aquel teléfono no dejaba de sonar

Aquel teléfono no dejaba de sonar. Llevaba haciéndolo por los últimos diez minutos, si es que no más, con una insistencia casi humana. Tres segundos del sonar de las campanillas, un segundo de silencio, tres segundos del sonar de las campanillas, un segundo de silencio, constantemente, una y otra vez. Sonó quince infinitas veces por cada eterno minuto hasta que ya no lo soportó y arrancó de un tirón, con una fuerza que no reconocía como suya, el cable de la ficha en la pared.
    Pero, claro, como no podía ser de otro modo, el teléfono continuó sonando.
    Miró el molesto aparato de baquelita sin sorpresa, pero no por eso menos molesto. Sabía lo que haría a continuación aunque tenía también la certeza de que no serviría. Aun así levantó el teléfono, completo y no sólo el tubo porque no le interesaba responder. Lo arrojó contra la pared opuesta de la habitación en la que se encontraba sin que dejara de repetir su letanía de campanillas, silencios y nuevas campanillas.
    El teléfono se quebró dejando al descubierto sus intestinos mecánicos, sobre ellos descargó su pie hasta que comenzó a dolerle el continuar golpeando. Entonces se detuvo, sólo por un segundo.
    La campanilla continuaba allí.
    Gruñendo pateó esparciendo los restos de cobre, silicio y goma.
    La campanilla continuaba allí.
    Se llevó las manos a las orejas porque soportarlo era algo imposible. Con un grito de dolor que ocultó por un único, pero mágico instante a la campanilla, se arrancó ambas orejas. Sintió la calidez de su sangre manando de las heridas, humedeciéndole el cuello de la ropa, junto con las campanillas que continuaban allí.
    El sonido se encontraba ya dentro de su cabeza.
    Comprendió lo que significaba la desesperación, el horror de no poder detener algo que se encuentra más allá de toda posibilidad, de toda realidad, de toda esperanza.
    Tomó impulso y golpeó, como si de un látigo se tratara, contra la tabla de la mesa con la cabeza. Sintió el impacto y el subsiguiente ramalazo de dolor, sintió las náuseas y el mareo producto del golpe y, por debajo de todo ello, sintió la campanilla.
    Golpeó contra la mesa dos veces más. Antes de concretar el cuarto intento se desmayó y cayó de espaldas.
    Al golpear contra el suelo su cuerpo se hizo añicos, como antes hiciera con sus orejas, el teléfono, el cable y el silencio. Pero, ni siquiera así, dispersándose en una cantidad indeterminada de pequeñas piezas de un rompecabezas que nadie estaría interesado en volver a montar, en ese estado tan cercano al vacío, a la insatisfacción de lo que nos queda luego de una vida desaprovechada, podía estar seguro de que había cesado de sonar la odiosa campanilla.

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La Revista Íkaro de Costa Rica, ha publicado el cuento Gemelos.

En el número 65 de la revista digital El Narratorio se encuentra el cuento Pastor de Nubes.

Pueden pasar a leerlos cuando gusten

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21 comentarios:

José A. García dijo...

Algunos dolores son ineludibles.

Saludos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un sonido incesante, del que no se puede escapar, ni siquiera desintegrado en fragmentos.
Peor que un tinnitus.
Saludos, colega demiurgo.

eli mendez dijo...

Tan bueno el relato como terrible.
No siempre podemos detener las cosas que nos atormentan. Saludos y buen finde

Tot Barcelona dijo...

Ciertas cosas nos acompañarán toda la vida, generalmente las más desagradables, por mucho que intentes rematarlas con la cabeza.
Salut

Santiago dijo...

Número equivocado.

Jose Casagrande dijo...

Nuestro pasado puede ser esa campanilla, no podemos escapar de nuestras acciones, cada que intentemos alejarnos ellas se nos adelantan y aparecen al frente. Solo la muerte y en algunas ocasiones la locura nos ayudan a escapar del pasado y del futuro

mariarosa dijo...

Tremenda historia, muy buen cuento.

mariarosa

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde. As dores não são fáceis, mas quando elas terminam, saímos mas fortes.

lunaroja dijo...

Tremendísimo relato.
Una alegoría a esos fantasmas que nos habitan y que no empeñamos ( y se empeñan) en no dejarnos en paz.
Excelente...
Un saludo.

lanochedemedianoche dijo...

Este cuento no solo desintegra a tu protagonista, nos hace sentir la realidad de tantas maneras increíbles, muy bueno.
Abrazo

serafin p g dijo...

"con una insistencia casi humana"
Muy buena esa frase, me quedó sonando como la campanilla, solo que del lado placentero, así que nada de auto-desorejarse.
Salute!
Sera

Ginebra dijo...

Y se ve que algunos sonidos también son ineludibles:). Buen relato
Saludos

Gra dijo...

Hola Jose!!
Impresionante y desesperante relato, existe una enfermedad "Tinnitus" yo lo padeci un tiempo, escuchaba un sonido que iba y venia, era interno, era molesto pero no al nivel que llego este protagonista, de arrancarse las orejas :)
Un beso.

La utopía de Irma dijo...

Buen relato, seguro que le pilló con mal pie es que la hora de la siesta es sagrada.

Abrazote utópico.-

Beatriz dijo...

No sé porqué recordé eso de que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Quiźa pasa lo mismo con lo que molesta. Y entonces esto, convierte tu relato, en un relato nihilista, distópico.

Saludos.

Rajani Rehana dijo...

Beautiful blog

Doctor Krapp dijo...

Esas pasiones exageradas nos llevan a lugares imposibles alejados de nuestra naturaleza. Leyéndote, me he acordado de aquel texto de Cortazar "No se culpe a nadie"

Saludos

Guillermo Castillo dijo...

Terrible como el despertador de un reloj. Saludos.

José A. García dijo...

José: Y en lo posible irrepetibles, aunque nunca se sabe.

Demiurgo: Peor que la vida misma.

Eli Méndez: No, no siempre podemos escaparle, es cierto.

Tot Barcelona: Esas son las que nunca nos abandonan.

Santiago: Muy posiblemente.

José Casagrande: ¿Y si morir una única vez no sea suficiente para eso?

María Rosa: Gracias por el comentario.

Luiz Gomes: Gracias por la visita.

Luna Roja: No lo había pensado como una alegoría pero bien podría serlo.

La Noche de Medianoche: Gracias, no creí que podría representar tanto.

Serafín: Humanizamos tantas cosas que por qué no hacerlo con un teléfono, ¿no?

Ginebra: Como cierto tipo de personas…

Gra!: No sabía de esa enfermedad, aunque la mencionó El Demiurgo de Hurlingham. Imagino que ha de ser muy molesta.

Utopía de Irma: La siesta no se toca, es claro.

Beatriz: ¿En qué nos transformaremos luego? Esa es la gran duda.

Rajani: Thanks!

Dr. Krapp: Voy a tener que volver a leer ese texto de Cortázar, aunque algo de él tenía en mente mientras escribía. Gracias.

Guillermo Castillo: Un despertador que suena a la hora señalada. Esos son los peores.

Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,

J.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Creo que las campanillas que lo enervaban, no estaban en el teléfono, estaban en su cabeza atormentada. UN abrazo.
Carlos

Frodo dijo...

Un relato oscuro, muy de los tiempos que corren (aunque el aparato descrito no pareciera de esta época). Mi celular suena para avisarme que una app tiene que actualizarse, por un descuento de 3% de la empresa telefónica a la que estoy atado, y así...

Le pongo música: Teléfonos/White Trash

Abrazos