sábado, 3 de julio de 2021

Una rosa de terciopelo

Tercera y última parte del relato.


Luego de atravesar el páramo entre el calor del sol golpeando contra su nuca y el calor del suelo reverberando sobre el resto de su cuerpo, agotado por tanto caminar y más sediento de lo que recordaba haber estado nunca, encontraron el refugio anunciado por su guía. Una profunda grieta en la tierra abierta como una boca tan sedienta como la suya disimulaba la empinada entrada. El pedregullo se desmoronaba al pisarlo, pero sosteniéndose de las cercanas paredes no había peligro de caer, allí dentro el sol no llegaba y el exceso de calor desaparecía rápidamente.
    Al encontrarse al final del camino, quien le guiaba rompió su silencio.
    —Lo veo en tus ojos —dijo aunque le daba la espalda—, quieres saber cómo encontré este lugar. Pero eso es sólo parte de los misterios que encontrarás aquí.
    —Mientras dentro tengas agua, nada me molestará.
    —Las cosas que verás luego de esta puerta —continúo—, son los últimos restos de mi pueblo.
    —Mientras dentro tengas agua, nada me molestará —repitió él dándose cuenta de que la tierra de una de las paredes había sido reemplazada por una gran roca negra circular.
    —Lo que verás aquí —dijo quien le guiaba como si se tratara de un rito de iniciación más— no puede ser comentado fuera.
    Asintió en silencio para que quien le guiaba se apresurara, dejara de hablar, corriera esa pesada roca y le diera, por fin, algo de beber. El ardor del sol que antes sintiera sobre su piel se había desplazado hacia su garganta.
    La roca fue corrida descubriendo el interior de una oscura caverna. Quien lo guiaba penetró primero aquella oscuridad y desde allí lo invitó a entrar. Por un largo instante dudó en aceptar esa invitación. Pero el ruido del agua al caer en el interior de una jícara de cerámica y la luz que inundó la caverna cuando el guía accionó la manivela de un antiguo dínamo, lo decidieron. La sorpresa de la luz lo encandiló momentáneamente, pero el agua era su único interés.
    Extendió las manos y tomó la jícara que se le ofrecía.
    —Bebe despacio —dijo quien le guiara, pero no atendió a su recomendación, se atragantó y comenzó a toser con fuerza, con dolor—. Te lo advertí. Despacio.
    Miró con rencor a quien le guiara, pero algo más llamó su atención. Algo que se encontraba sobre una improvisada estantería de roca en la altura de una de las paredes y ya no fue capaz de mirar otra cosa.
    —De todos los secretos y misterios que se guardan en este lugar —dijo quien le guiara al percatarse de su mirada—, este es el más importante de todos.
    Se acercó al estante de roca, levantó los brazos y con mucho cuidado tomó aquel objeto para bajarlo. Lo contempló mientras parecía murmurar algo, como su le pidiera disculpas por sacarlo de su reposo, como si se trata de otro momento místico. Miró hacia el techo de la caverna, luego a su izquierda y a su derecha y se volvió.
    Aferraba con ambas manos los extremos de un viejo frasco de café cuya tapa de original había sido reemplazada por un trozo de tela de arpillera atado con un cordón de yute. Como no tenía la menor intención de dejárselo se acercó unos pasos para que el visitante pudiera verlo de mejor.
    En el interior del frasco había una flor, una rosa, de terciopelo.
    —Es única —dijo quien le guiara.
    —¿Qué es? —preguntó él luego de vaciar el contenido de la jícara.
    —Una rosa —respondió embelesado quien le guiara—. Tal vez la última que queda en todo el mundo.
    —No es real.
    Quien le guiara hasta aquel lugar lo miró con desprecio y se alejó hacia la pared.
    —Claro que no es real —respondió—. Es la idea de una rosa. Es lo que salvará al mundo cuando vuelva a ser sólo nuestro. Por eso mi pueblo la conservó, y ahora la conservo yo —agregó sin dejar de mirar el frasco—. Tú la has visto. Te ha llamado. Entiendes su valor. Su verdadero valor, su importancia en la futura restauración de nuestro mundo.
    —Sólo la miré porque es lo único diferente a la roca y la tierra aquí dentro. ¿Tienes más agua?
    —No mereces más agua si lo único que sabes es blasfemar.
    —Ni siquiera sé qué significa esa palabra.
    —¡Esta es la rosa que salvará al mundo! —las palabras de quien lo guiara estaban cargada de furia y odio, el mismo odio que usara para referirse a los creadores de páramos.
    —Falta mucho para ese momento —dijo él—, siglos, milenios, o tal vez más.
    —Y allí estará ella —quien lo guiara recuperó su compostura y devolvió el frasco de la rosa a su estante—, a diferencia de…
    El golpe de la jícara contra su cabeza le impidió terminar la frase. Al caer su cabeza contra la roca que formaba la pared y, por la forma en que quedó doblado su cuello, era evidente que no se levantaría.
    —Hablas demasiado —dijo él mientras contemplaba el resto de la cueva sin encontrar nada de verdadero interés.
    Llenó sus odres con el agua que pudo encontrar en un gran cántaro, jugó con las manivelas del dínamo hasta que las bombillas incandescentes comenzaron a fallar, abrió los urnas alineadas en uno de los rincones encontrándolas llenas solo con cenizas, revisó las armas buscando alguna que aún funcionaba y que resulta fácil cargar porque si en un principio había pensado en quedarse allí, descartó la idea rápidamente al ver que no quedaba más agua ni sabía dónde la obtenía su guía. Ahora era tarde ya para preguntarle, por lo que le convenía volver al páramo donde caminando podría llevar a algún lugar o morir en el intento. De quedarse en la cueva moriría sin más.
    A través de la grieta en la tierra sacó los pertrechos que había separado para llevarse; antes de partir, bajó una última vez. Miró el cuerpo caído de quien lo guiara sin sentir nada al respecto, un muerto más en un mundo rodeado de muerte. Iba a desconectar el dínamo cuando volvió la mirada hacia el estante de roca. Sabía que no le servía de nada y que no representaba nada porque no era nada. Sin embargo, no podía dejarla allí.
    Bajo el rayo del sol dejó caer el frasco a la tierra reseca donde inevitablemente se rompió. Levantó la rosa de terciopelo quitándole los restos de vidrio y la enhebró el ojal de uno de los botones perdidos de su abrigo. Cargó sus pertrechos asegurándose de que la rosa no se caería y comenzó a caminar, una vez más, bajo el sol sin dudas hasta morir en su sed según la ley del páramo.

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Inicio del Espacio Publicitario:

En el Número 64 de la Revista El Narratorio pueden encontrar el relato Bienvenida.

En la Revista digital Doble Voz (México) se ha publicado el cuento Diluvio

En la Revista digital Herederos del Caos (Barcelona, España), se ha publicado el relato Una sonrisa suya fue más que suficiente.

En el Volumen 2, del número 3 de la Revista Iguales (México), se ha publicado el cuento Jaime, el mataautores.

Por último:
En el número 31 de la Revista La Ignorancia (España), dedicada a la temática de la “Culpa”, se ha publicado el relato El error no fue mío.

Fin del Espacio Publicitario.

16 comentarios:

José A. García dijo...

Finalmente se termina esta historia y también se terminó junio, el mes del no descanso.

Nos leemos,

J.

Tot Barcelona dijo...

Me ha gustado. Se pueden sacar varias conclusiones y un consejo, pero me agarro a lo dicho por Camili José Cela, el Nóbel de literatura, no doy consejos, que la gente se equivoque sola.
Un abrazo

AlmaBaires dijo...

Toda una simbología la de la rosa, que luego de leerte estos años no creo sea casualidad.
Puede ser ésta la última parte ¿lo será realmente? …¿o descubriremos que el protagonista con la rosa al final no murió de sed?
Me gustó esa frase de la segunda parte: “si lo recuerdas, puede volver a ser”…

Besos.

Amapola Azzul dijo...

Bueno, murió con la rosa puesta.

Un relato para la reflexión.

Un abrazo.

Jose Casagrande dijo...

En ese mundo desolado creo que la rosa en el ojal es un buen premio. El protagonista es bastante pragmatico, me cae bien, quien lo guiara de verdad que era demasiado parlanchin.

Luiz Gomes dijo...

Bom dia José. Espero que venham novas e brilhantes histórias. Bom domingo.

Recomenzar dijo...

Se puede descansar siempre a menos que se seas muy joven o estes trabajando.
Todo el año es Navidad en Miami No pedimos verdes, tampoco vacunas, vivimos felices comiendo perdices
Saludos compatriota

lunaroja dijo...

Un buen final,esperable sin duda. Todas las partes del relato nos condujeron hasta aquí. Final al gusto del lector. No sabremos qué sucederá. Solo lo que imaginemos.
Saludos!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una revelación inesperada, que conserva otros misterios. Se le dio refugio a quien no lo merecía, alguien que actuó en forma traicionera.
Bien contado, colega demiurgo.
Saludos.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Sinceramente no creo que la historia termine ahí. Leyendo entre lo que no dices pero lo dejas entrever, puede ocurrir un incidente de esperanza. Un abrazo. carlos

Doctor Krapp dijo...

El futuro esperanzado no resiste un placer momentáneo al que renunciar.
Podría ser una metáfora de este mundo agónico en que vivimos o él fracaso de un nuevo Parque Jurásico para resucitar lo olvidado.
Un texto estupendo, sin ningún género de dudas.

Un saludo

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Al final todo es como se esperaba, esa revelación así lo confirma.
Bonita esta última parte de esta Rosa de Terciopelo.
Un saludo Jose A.
Puri

eli mendez dijo...

Supongo que bien puede continuar el relato y que da para varias interpretaciones. Me ha gustado.. No siempre seguimos consejos aunque sean valiosos.No todos los que dan consejos son buenos practicando lo que aconsejan.. No todos estamos dispuestos a la escucha y a modificar aspectos de nuestro ser o de nuestro comportamiento.. Saludos.

Frodo dijo...

Un símbolo, una insignia, un trofeo, tan sinsentido como muchos otros si bien se lo mira.

Como esos jugadores de fútbol que en el primer tiempo van a matar o morir por una pelota dividida y ligan una tarjeta... y que no entienden que la única pelota dividida por la que hay que matar o morir, es la última.

Abrazos

Guillermo Castillo dijo...

Historia que perfectamente puede continuar, no importa que aquella rosa de terciopelo todavía yace sobre el suelo.
Sañudos dejo.

ambar dijo...

Tremendo, así nomas.