sábado, 22 de mayo de 2021

Crónicas Charrúas # 24

Tengo que confesar que para mí esa frase que dice algo así como que “los últimos serán los primeros” no tiene ningún sentido por más que durante años quisieron explicarme que con ella no se pretendía reforzar el conformismo habitual de la mayor parte de la sociedad. Pero es que fácilmente los últimos en nacer pueden ser los primeros en morir, los últimos en la escala social ser los primeros en notar sus carencias, y los últimos en darse cuenta que se ha creado una noción específica del derecho para fundamentar y justificar las acciones de quienes se apropiaron de alguna cosa repitiendo que la recompensa será en la “otra vida”, serán los primeros en no creer en esa idea de derecho. Algo semejante no tarda en convertirse en un sarcasmo, una ironía, en parte de un chiste o de una anécdota que no interesará a nadie.
    Fui de los últimos en subir al barco y me quedé en ese espacio de la cubierta al que nadie quería ir sólo para descubrir, con la llegada al puerto de Buenos Aires, que eso que no se sabía qué era pero ocupaba la mayor parte de una de las paredes laterales de la cabina, era la única puerta de salida que se abriría en toda la embarcación. Esto generaría otro cuello de botella que deberían atravesar todos aquellos que habían sido los primeros en subir y, por pretender ocupar los mejores lugares, ahora serían de los últimos en bajar —por fin vería algo de justicia poética, aunque en verso libre y sin rima.
    Con movimientos rápidos y ágiles para alguien de mi edad en ese momento, tomé la mochila y la valija y, como un corredor desesperado por recorrer los últimos metros y llegar por fin a la meta, atravesé la manga que conectaba el barco con el puerto, crucé los controles de seguridad y de migraciones y volví a respirar el rancio aire del puerto de Buenos Aires mirando las estrellas en lugar de un techo de lana de vidrio blanco. La estridencia habitual del tránsito, junto con los gritos de los que salían de la terminal del puerto y los infinitos papeles que dejaban caer al suelo en lugar de tirarlos en el tacho para la basura que estaba a menos de medio metro de distancia de su mano —papeles que terminarían en el agua porque nadie más levantaría, porque a nadie más importaba— completaban el cuadro y me decían que finalmente había regresado, me encontraba en Argentina.
    Pero el puerto no era el final de mi viaje, por lo que debía seguir desplazándome un poco más. Caminé con parsimonia por la vereda de una avenida cercana con el nombre de algún prócer rumbo a la estación de trenes con la esperanza de llegar antes de que se fuera el último tren. En el camino, a pocos metros de donde me encontraba esperando a que cambiara de color un semáforo, un auto encerró a otro, el conductor encerrado hizo sonar la bocina con furia y de seguro rugió algún insulto que quedó oculto tras el ruido del motor alejándose de quien lo encerrara y que, no tengo dudas, también insultó a la nada.
    —Deben ser argentinos —dije—, como yo —tuve que reconocerlo porque ya no podía seguir haciéndome el desentendido.
    A lo lejos, como un murmullo por sobre el tránsito, se escucharon las campanadas de la Torre de los ingleses uniéndose al constante barullo de la ciudad. Miré la avenida inundada de autos sin entender, como tantas veces antes, qué sentido tenía todo esto; el ruido, los autos, la ciudad, la vida. Al menos el aire ya no olía a rancio, de ahora en adelante, y para el resto del camino sólo me quedaba el smog.
    Por si se lo preguntan, sí, llegué al último tren.

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La revista Palabrería (México), ha publicado el cuento Quienes Regresaron.

Pueden pasar a leerlo cuando gusten.

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11 comentarios:

José A. García dijo...

El viaje interminable se llama esta serie de entradas...

Nos leemos,

J.

la MaLquEridA dijo...

Interminable o no, llegaste por fin, ¿al último?


Saludillos José

Tot Barcelona dijo...

Me llama a curiosidad eso de : "Deben ser argentinos", los insultos se prodigan con igual profusión, si te cierran el paso, en Montevideo que en Bs As. No hay peyorativo que valga.
Sobre la anarquía conductora otro tanto. No hay buenos o malos conductores. Hay o no hay educación, y por lo visto se carece internacionalmente de ella, no es prominente sólo de los porteños.
salut

Amapola Azzul dijo...

La gran ciudad como destino, un mundo aparte por descubrir.

Tal vez en la vida uno no para de viajar.

Besos

lunaroja dijo...

jeje..llegaste a "nuestro Buenos Aires querido" entre humo,humedad,gritos etc.. Aunque parezca mentira a veces lo extraño.
Saludos!

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde José, obrigado por nos trazer um tema interessante e para reflexão.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Si con este ultima crónica has puesto el punto y final con la llegada a Buenos Aires lo has narrado muy bien. Esa conductora no supo estar en su puesto como corresponde, mejor olvidar el asunto y poner punto y final.
Un saludo J A
Puri

Doctor Krapp dijo...

La vuelta a casa tras un tiempo de novedades siempre es triste.

Es curioso ese sentimiento tan argentino o así lo aprecio yo, mezcla de autocompasión y a veces desmedido orgullo.

Un saludo

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Cuánto peso han perdido los dichos. Y cómo reconoce su ciudad, su lugar por los olores y el comportamiento de las gentes. Una crónica que satisface. Un abrazo. carlos

Dyhego dijo...

¡Menos mal que el viaje ha tenido buen final!
Salu2, José.

Frodo dijo...

Interesante ese primer párrafo del #24 , lo que sigue está bien también, pero es la continuación de la crónica.
¿Conocés aquella discusión filosófica de la antigüedad clásica (hebrea) por ver quién era el verdadero primogénito de Isaac, siendo que Esaú y Jacob eran mellizos?
Algunos decían que no era Esaú (el que nació primero) sino Jacob. Porque si se toma un tubito y se le meten dos bolillitas, la bolillita que ponés en primer lugar es la que sale última (pero sería la primogénita).
Eso siempre y cuando creamos que el vientre de Rebeca es un tubito.

En fin, en eso se la gastaban en aquellos siglos de barbarie.

Abrazos