domingo, 4 de abril de 2021

Inundación

Contemplaban la ciudad desde las alturas del penthouse de un rascacielos. Las calles se habían vuelto ríos turbulentos de agua cargada de tierra, barro, árboles desprendidos, cadáveres en diferentes grados de descomposición y restos de objetos tan disímiles como fácilmente identificables —el techo de un auto, toldos de comercios, vestidos de casamiento sin uso, televisores de pantalla megaplana—, todo lo que se encontraba por debajo del décimo piso había desaparecido envuelto en la bruma y el olor nauseabundo que se elevaba poco a poco.
    Antes de que las interminables lluvias de uno y otro lado de las montañas se habían sumado a las décadas de desmontes y erosión del suelo allí donde el asfalto no logró cubrir lo que hubiera debajo para que el polvo no molestara a las personas que pagan una pequeña fortuna por un trozo de suelo donde vivir, fue una ciudad como el resto de las ciudades. Los ambientalistas y los ecologistas de ocasión habían lanzado sus advertencias ante lo que podía suceder, pero de entre los pocos que algo habían escuchado, nadie las tuvo realmente en cuenta. Aquellos no eran tiempo para precavidos.
    La época de las lluvias comenzó y cada uno continuó con sus actividades como si nada sucediera, como si los meses no pasaran y las lluvias siguieran sin más. La inundación de la ciudad dejara de ser una hipótesis para volverse una realidad, pero la mayor parte de las personas creían que si nada hacían para prepararse, si no tomaban ningún recaudo, si fingían que nada sucedía, la realidad no tendría poder sobre ellos. Por eso fueron los primeros en morir.
    Rápidamente desaparecieron las calles y las aceras, le siguieron luego los primeros tres pisos de todos los edificios; si tenías suerte, tus amigos y conocido que vivían allí dormían cuando llegaron las aguas y de nada se enteraron. Sino tenías suerte de seguro eras uno de ellos.
    Y el agua, el agua, el agua no se detuvo. Podías ignorarla, pero ella no hacía lo mismo contigo.
    Pasaron días, meses, el agua se estancó a la altura del décimo piso. Los que podían, los que tenían cómo, se iban, abandonaban la ciudad; el resto se quedaba en la ciudad para reconocer día a día el nuevo paisaje entre los edificios que se derrumbaban durante la noche y el interminable y despejado cielo desde las lejanas montañas hasta el desaparecido e inútil puerto del otro lado. Alguien recordó que la ciudad se levantó en medio del cauce casi seco de un río que corría entubado debajo de ella, por lo que el agua reclamaba lo que era suyo, lo que le pertenecía. Nadie volvió a escuchar a ese alguien.
    Si podías sustraerte de la tragedia que te rodeaba, y que podía alcanzarte en cualquier momento, el paisaje contemplado desde la altura tenía su encanto. Hacerlo con ropa seca y sin olor a humedad, una bebida caliente en las manos y provisiones para el resto de la semana, también sumaban a favor.
    —Cuánta agua —dijo la muchacha para romper el interminable silencio.
    —Eso porque no estuviste en la inundación del 34. Esa sí que era agua, mucho más que esta —dijo el hombre abarcando con un ademán de sus manos la ciudad—. Agua limpia, clara, que no apesta como la de ahora. Este es el hedor de la pobreza que ocupó la mayor parte de la ciudad sin que nadie hiciera nada para evitarlo.
    —Nací en el 42 —respondió la muchacha como si debiera excusarse por no conocer la historia de la ciudad y sintiéndose, de pronto, tan fuera de lugar allí, con ese hombre como única compañía.
    —Por eso te digo que no estuviste. Todo era diferente —el edificio tembló como venía haciéndolo desde el amanecer, la muchacha se aferró al brazo del hombre pero este la alejó empujándola con una mano—. No tengas miedo. Los cimientos de este edificio nunca se verán afectados por el agua. Me aseguré que así lo fueran cuando lo hice construir. La inundación del 34 me dio los conocimientos necesarios para hacerlo de esa manera. Si el resto —señaló los otros edificios—, no siguió mis ideas, peor para ellos.
    —Pero no deja de temblar.
    —Debe de haberse caído algún otro edificio y eso hizo temblar el barro debajo de nosotros. Cuanto todo se termine de caer nosotros seguiremos en pie, los demás se habrán ido y la ciudad volverá a crecer. Ya lo verás.
    La muchacha se esforzó en creerle, pero los temblores cada vez más seguidos, fuertes y cercanos se lo dificultaban.
    —Sí —exclamó el hombre sobresaltándola—. La del 34 fue una gran inundación, una que valía la pena haber visto. No como esta. Esto es un juego de niños —dijo levantado la mano antes de cerrarla como si quisiera atrapar al sol que se reflejaba en el agua.
    Cada día que pasaba se volvía más difícil creer que allí abajo, alguna vez, había habido algo parecido a una ciudad.


La foto pertenece a la inundación de la ciudad argentina de La Plata, entre los días 2 y 3 de abril del 2013. Hecho en el cual murieron alrededor de 80 personas (se especulan que fueron muchas más), que no se investigó correctamente y por el cual no hay ningún funcionario público señalado como responsable.

18 comentarios:

José A. García dijo...

Dicen que se aprende de los errores, ¿no?

Saludos,

J.

mariarosa dijo...


Impresionante José. Leerlo da miedo, quién nos asegura que la tierra y el río no se confabulen contra nosotros...?

mariarosa

eli mendez dijo...

Un relato impresionante!!! Tal cual película futurista o "realidad actual" , esa que nunca queremos ver, oír, aceptar.
Los llamados "humanos" somos especialistas en destruir todo cuanto tenemos alrededor ,desde nuestra negligencia y falta de empatía total hasta los intereses políticos/económicos que arrasan con todo lo que se les cruce(océanos, islas, ciudades, bosques, montes, personas, pueblos, culturas).
Así somos y nos resistimos a evolucionar en la toma de conciencia, en la comprensión de que destruimos el mundo que habitamos, en que somos responsables absolutos de lo que acontece y también en que no tomamos las medidas pertinentes , cuando no lo somos, en que no prevenimos y no resolvemos acertadamente.
Falta educación y respeto por sobre todas las cosas. Me ha gustado mucho tu entrada, ojala sirva para "sacudirnos" un poco y hacernos valorar lo que tenemos.
Justo pusiste una foto de la ciudad que amo, y una verdadera tragedia.
Allí estudie mis carreras docentes y nacieron mis hijos. Tengo familia también y gran parte de mis amigos.. y bueno..para ponerle humor.. "El lobo"""!!!

Tot Barcelona dijo...

Hay un pequeño, muy pequeño libro de García Márquez, "Isabel viendo llover en Macondo", que no tiene más de 20 minúsculas páginas. Habla de la lluvia en Macondo y como en esa narración al final se hace imposible contar los días que llovieron sin parar.
Me ha recordado esa lectura.
Un abrazo

Jose Casagrande dijo...

Y eso que no vieron la Inundacion anterior al 34.

El relato me parece buenisimo, un ambiente de pesadilla y destruccion que nos muestra lo fragil de nuestra sociedad. Pareciera que en el pasado todo era mas fuerte.

Es un texto muy interesante que llama a la reflexion

Saludos

Ginebra dijo...

Sí, eso dicen, que aprendemos de los errores, pero revisando los hechos históricos "más llamativos" por decirlo de alguna forma, parece que ese dicho se contradice totalmente.
Construir por encima de todo tiene un precio, como refleja este relato.
Saludos

lunaroja dijo...

Tremendo relato!
Tan realista y absolutamente nítido.
Como vos decís: "Dicen que se aprende de los errores,no?
Pues no sé qué decirte...
Aprendemos?
Notable y estremecedor por momentos.
Un acierto narrativo!
Saludos.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Aprender de los errores del pasado debería aprenderse en las escuelas, pero tal y como se aprecia en este relato y en otros ámbitos de la vida no se porqué es algo que no se aprende.
Un relato el que nos cuentas tremendo, donde se ve la codicia del ser humano, construyendo donde la naturaleza tiene su espacio.
Un saludo José A.
Puri

Pitt Tristán dijo...

Una anténtica conmoción.

Saludos.

Doctor Krapp dijo...

Estupendo texto, con esa carga de mortífera ironía que vuela por debajo y su moraleja final.

Saludos

Dyhego dijo...

Te comprendo perfectamente, también yo vivo en una zona donde hay inundaciones cada dos por tres.
Salu2, José.

Gra dijo...

Si respetaramos la naturaleza no ocurririan tantas catastrofes que nos ocasionan tantas perdidas.... los cambios climaticos que tenemos.... hoy en Buenos Aires parece verano...... pero no estamos en abril en pleno otoño y como se explica tanto calor? Todo es consecuencia del hombre que persigue sus intereses economicos.
Un relato para la reflexion....
Besos Jose.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Aquí, en Colombia, cada temporada de lluvias arrasa pueblos, inunda ciudades como Barranquilla y Medellín. La historia es iterativa. Creo que no se aprende, porque se tiene alma de masoquista, o a los gobiernos les interesa la catástrofe pluvial, para desangrar como emergencias económicas el tesoro público. Un abrazo, Carlos desde mi cubil colombiano.

Guillermo Castillo dijo...

Históricamente pasa y seguirá sucediendo. En pleno siglo XXI en mi país hay ciudades sin alcantarillado, sin energía y sin agua potable. Las catástrofes no se producen por si mismas, es por la negligencia y la mezquindad de nuestros sucesivos gobiernos. Ya lo dijo Carlos Augusto, pero seguimos votando por esos canallas llamados "dotores".

José A. García dijo...

José: Eso dicen, pero la verdad, ya no les creo.

María Rosa: Tal vez deberían hacerlo. De todas formas dudo que podamos darnos cuenta si lo hacen.

Eli Méndez: La falta de empatía y los intereses político/económicos siempre van de la mano. Eso no lo dudo. Falta aprender la diferencia entre coexistir y convivir, que no es tan difícil de comprender, pero que muchos ignoran.

Tot Barcelona: De García Márquez me resultó más interesante “La luz es como el agua”, no tiene relación con el mundo de Macondo y tal vez allí radique su interés para mí. Pero tendré en cuenta el que mencionas por si alguna vez llego a encontrarlo.

José Casagrande: No tampoco la anterior a la anterior, esas sí que eran inundaciones, no como las de ahora. Gracias por la visita y el comentario.

Ginebra: Todo tiene siempre un precio, un costo y un valor, cuando logremos comprender esas diferencias tal vez podamos hacer las cosas de otro modo.

Luna Roja: Los animales que no se saben animales tal vez aprendan algo, los humanos, que no se creen tal cosa, nunca lo hacen.

Dulcinea del Atlántico: Lo que se aprende en las escuelas se olvida en un 95% al terminar las misma, la falsa idea de que nada de lo que se enseña en ellas sirve para la vida nos condiciona de esa manera.

Pitt Tristán: Que se olvidará cuando llegue la siguiente, sin dudas.

Doctor Krapp: La ironía debería ser parte de la vida de todos, aunque nunca nos demos cuenta de ello. O tal vez por eso mismo.

Dyhego: Dentro de poco, salvo el Himalaya, todas las zonas serán zonas inundables, así que…

Gra!: El hombre solo respeta quien se hace respetar, la naturaleza no hace tal cosa, entonces no se la respeta. Es la lógica que ha movido a la humanidad los últimos dos mil años…

Carlos Augusto: Nunca se aprende, generación tras generación, hacemos siempre lo mismo, o algo sumamente similar.

Guillermo Castillo: Hay ciudades sin hospitales ni escuelas…

Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,

J.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Vivo en una zona donde no hay tragedias algunas más que los he está asquerosa sociedad,
Y leyendo este tipo de cosas y me doy cuenta de lo privilegiaba que soy...
Contra el poder de la naturaleza nada se puede hacer
besos

serafin p g dijo...

La naturaleza es implacable y cuenta con la mayor de las ventajas: el tiempo.
Muy bueno el relato, con su lectura se dispara el imaginario.
salute!

José A. García dijo...

Marie: No nos damos cuenta de lo que tenemos a favor hasta que no comenzamos a comprarlo con aquello que otros carecen, y no me refiero a una visita de 3 días de vacaciones de verano, sino a saber realmente lo que falta en ese lugar con el que pretendemos identificarnos. Todos quieren ir al Tibet, o a la India a tener una experiencia espiritual o cosas por el estilo, pero nadie quiere preocuparse por los problemas que atraviesan esas sociedades y que no siempre están ocultos para los turistas.

Serafín: El tiempo siempre está de su lado. Somos tercos, no queremos darnos cuenta.

Saludos!

J.