domingo, 31 de enero de 2021

Pastor de Nubes

El pequeño solitario cerro quedaba en las afueras del pueblo, aunque también podríamos decir que el pueblo crecía a los pies del cerro y que ambos eran una misma cosa siendo pocos los que se percataban de tal unidad. Al contrario de lo que se decía del pueblo, sobre el cerro se contaban muchas historias y leyendas acontecidas en él o en sus cercanías.
    Se decía que no era un cerro natural sino que alguien lo había construido allí para ocultar algo más, pero si preguntabas qué ocultaba nadie sabía responder. Eran los típicos cuentos de misterio y fantasía que se repiten para entretener a los extranjeros o para que se hable del pueblo en los diarios capitalinos en la época de turismo.
    Del pastor de nubes, en cambio, nunca se hablaba. Al menos no en voz alta. Nadie conocía su verdadero nombre ni el por qué de su presencia allí, en lo alto del cerro, día tras días. Ni siquiera se sabía dónde vivía, porque o no era del pueblo o no quedaba nadie que lo recordara; parecía haber estado siempre allí, en el mismo lugar, en cada atardecer, en cada noche, en cada amanecer, en cada recuerdo. Si alguien miraba hacia el cerro por mera casualidad, o curiosidad, lo hacía sabiendo que siempre lo encontraría.
    Por mi parte lo intenté infinita cantidad de veces desde que tuve uso de razón, desde que era ese niño inquieto que recorría los sembradíos y los corrales de las granjas comunitarias preguntando de todo a todos, entre la impaciencia y el fastidio. Ninguna respuesta me satisfacía y siempre quería saber más. El pastor de nubes era el mayor de los misterios los que hablábamos los pocos niños nacidos en el pueblo, pero nadie nos decía nada.
    Con el tiempo comprendí que esa falta de respuesta se debía a la ignorancia a la que los adultos temen reconocer como propia.
    Los niños crecieron, se juntaron, formaron familias, se fueron del pueblo, otros niños vinieron a crecer con nosotros y se quedaron aprendiendo lo que había que saber sobre las semillas y los animales. Pero nada resultaba de mi interés porque sin importar lo que estuviera haciendo, mi mirada se desviaba una y otra vez hacia el cerro, una y otra vez hacia las alturas, una y otra vez hacia el pastor de nubes.
    Y fue así hasta que inevitablemente la curiosidad ganó la batalla en un atardecer en las que mis tareas resultaron lo suficientemente livianas como para dejarme algunas horas de descanso. Sin disimulo, sin dar largos rodeos innecesarios, sin esconder lo que me proponía, me encaminé hacia el cerro.
    Luego de la última casa del pueblo me encontré en el cerro, tan cerca la una del otro que la pared de la casa era parte de las rocas del cerro.
    Subí los pocos metros hasta la cima y me encontré con la espalda del pastor de nubes, encorvado, con el cuerpo casi vencido, sosteniéndose por un bastón de madera tan vieja y ajada como su piel. Me quedé sin palabras al verlo, no supe qué hacer a continuación.
    —Ya era hora —dijo con una voz tan ajada como su piel.
    —¿Nos conocemos?
    —Conozco tu mirada sobre mí.
    Con un gesto me invitó a acercarme; sin poder o querer detenerme así lo hice.
    —Es un bastón —dijo tendiéndomelo— pero también es un cayado, un báculo, o lo que tú quieras que sea.
    Lo tomé en mis manos como si se tratara de una reliquia.
    El pastor de nubes me miró y notó mi desconcierto.
    —Aprenderás lo que debes hacer con la práctica, es la única forma. No importa lo que te diga en este momento, lo olvidarás y sólo sabrás lo que aprendas por ti mismo.
    —No comprendo —dije, pero sí lo hacía.
    —Sí, sí lo haces. Como también lo comprendí yo, y como lo comprenderá quien llegue después —respondió el viejo—. Mi momento llegó, también llegará el tuyo. Sólo espero que debas esperar un poco menos de lo que yo esperé mi relevo.
    —Pero es que no…—intenté detenerlo.
    —Nuestra labor es extremadamente necesaria aquí —dijo mirándome a los ojos. Y esos ojos, los suyos, inyectados en sangre, cargados de cansancio y con todo aquello que había visto a lo largo de su vida, me impresionaron lo suficiente como para no interrumpirlo—. Habrá quien diga lo contrario, pero sabrás que no es verdad. Como yo lo supe en su momento y continué adelante. Así lo harás también tú. Lo sé. Por el peso de tu mirada te conozco, y sé que así lo harás.
    Comenzó a alejarse en la dirección contraria al pueblo, como si fuera a bajar del cerro por el lado más escarpado, el más difícil, el menos visitado. A medida que se alejaba lo vi caminar más recto, sin dudar sobre dónde apoyar los pies, con la seguridad de la juventud que yo ya no sentía mientras silbaba una melodía de antaño. Miré mis manos sosteniendo el bastón y las encontré avejentadas, con la piel ajada y cuarteada por el sol. Mi voz carecía de la fuerza suficiente para llamarlo y exigirle su regreso; además, algo llamó mi atención.
    Hacia el oeste, a varios kilómetros de distancia, pero acercándose al pueblo, divisé una formación de nimbostratos. Un instante antes no sabía lo que eran ni sus nombres, al verlas supe ambas cosas.
    Levanté el bastón señalando hacia el este y hacia allí se fueron.
    Los cumulonimbos que aparecieron más tarde los envié al norte.
    Los cirros que surgieron casi en medio de la noche dejé que se acercaran y decoraran el cielo sobre el poblado antes de que siguieran su camino hacia el sur.
    No podía detenerme ni un segundo, siempre había nubes para guiar, tormentas que desarmar o que formar, lluvias torrenciales y estacionales que enviar hacia otras regiones, temporales de viento y polvo, junto con un largo etcétera que me entretuvo más años de los que podría recordar.
    Una cantidad innumerable de nubes después sentí, por fin, en mi espalda, el peso de una mirada. No eran simples ojos paseándose sobre mí, era diferente. Era una mirada atenta, de sorpresa, de extrañeza, de maravilla. La mirada de un futuro relevo.
    Aunque faltaban años para que la curiosidad de esa mirada creciera lo suficiente para acercarse a mí, sabía que el final de mi tarea era una realidad. Con eso en mente, continuar esperando para dejar de ser el pastor de nubes ya no se parecía tanto a una tortura. Aun cuando no dejara de serlo.

14 comentarios:

José A. García dijo...

Por algo era que las abuelas siempre recomendaban nunca hablar con extraños.

Pero de seguro este nunca conoció a la suya.

Saludos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me gusta la categoría de POSIBLES IMPOSIBLES.
Aunque el pastor de nubes no era un desconocido, podría decirse que era su destino, que era algo conocido, aunque no supiera. Podría agregarse, cuidado con algunos conocidos.

Empecé a sospechar que podía ser algo hereditario.
¿Adónde se van los pastores de nubes que dejan de serlo, con la juventud restituida? Es algo aun más masterioso.

Muy bien contado.

Saludos, colega demiurgo.

lunaroja dijo...

Maravilloso relato,con ese punto algo terrorífico de la inevitabilidad.
Es un relato precioso. Jose , me encanta como escribís.
Un saludo admirado.

gla. dijo...

Me encantó tu hermosa y rara historia
Un abrazo

La utopía de Irma dijo...

Duro pastoreo ehhh? Cuídate mucho.

Abrazote utópico.-

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde José, obrigado pelo texto incrível e maravilhoso.

Ginebra dijo...

Un cuento o relato muy original. Bello a la vez que inquietante... desde luego , más le hubiese valido no ser tan curioso...
Saludos

Doctor Krapp dijo...

Un texto muy bello con su halo mítico. Ese relevo de obligaciones es muy propio de la cultura tradicional en cualquier parte del mundo. Aquí mismo, las procesiones de los muertos requieren de un ser vivo que lleve la luz y no parará de hacerlo noche tras noche hasta que encuentre a otro que ocupe su lugar.

Saludos

Beatriz dijo...

La curiosidad mató al gato, decían las abuelas también. Así que a pagar los platos rotos. Con lo lindas que son las nubes.

Saludos José,


mariarosa dijo...


Que bonita historia José. Me gusto imaginar a es pastor de nubes en un trabajo lejano de la realidad y habitante de un mundo que sólo existe en la mente de un escritor.

Un abrazo.

José A. García dijo...

José: Tampoco la conocí, así que no puedo saberlo.

Demiurgo de Hurlingham: Muchas veces es mejor quedarse con la duda que ir a preguntar. Al menos es lo de que habrá aprendido el personaje.

Luna Roja: La vida es inevitable, Luna. Eso es parte del problema.

Gla: Gracias.

Irma: Durísimo. Más si no se sabe lo que hay que hacer.

Luiz Gomes: Gracias por la visita y el comentario.

Ginebra: Inquietante, esa es la definición que quiero lograr. Gracias.

Dr. Krapp: Relevo generacional que se acaba, dudo mucho que la “generación del 2000” quiera hacerse cargo de muchas cosas de este mundo. Y no hablar de la generación del 2010.

Beatriz: Siempre hay alguien que tiene que ocuparse de aquello que otros no quieren hacer.

María Rosa: Gracias. Seres como estos, si es que siguen existiendo, han de quedar muy pocos.

Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.

Nos leemos,

J.

eli mendez dijo...

que relato mas entrañable entre la realidad y la fantasia, tan frecuente en nuestra cultura, sobre todo en las provincias norteñas .. Es una historia que has narrado de forma impecable. Saludos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Me encanta porque tiene un sabor mítico e intemporal. Sin el pastor de nubes, que hiciéramos, diría un niño. Un abrazo. Carlos

Frodo dijo...

Es una buena metáfora de la vida, o de cualquier situación dentro de ella.
Si mañana me dan de baja mi cuenta de blogger y me caliento y no comento más, seguro vendrá alguno a reemplazarme. Sospecho incluso que sería beneficioso para todos, incluyéndote.

Buen relato.
Abrazos.