sábado, 23 de enero de 2021

Gemelos

El mensaje era claro y contundente. Debía esperar afuera del salón de convenciones de aquel hotel sin mezclarme con la gente que entraba y salía del mismo hasta que alguien hiciera contacto conmigo; claramente el mensaje no era para mí, de otra manera habría sabido de qué hablaba. De todas formas fui a ver qué era todo eso impulsado por la curiosidad, porque no encontré nada interesante para ver en los 74 servicios de streaming, porque era fin de semana y porque el suicidio podía esperar una noche más. 
    Los que entraban y salían del salón llevaban un sombrero de forma extraña: era marrón y con unas antenas raras que parecían cuernos, o cualquier cosa poco seria para ser usada por una persona adulta. Lo que reforzaba la idea de que el mensaje no era para mí, ya que nunca me expondría de esa manera ante el ridículo. 
    Faltaba muy poco para que me decidiera a irme cuando alguien me tocó el hombro izquierdo y de inmediato me giré hacia la derecha. 
    —Qué bueno que pudiste venir —dijo un hombre no muy alto, de pelo negro, espeso corto y un bigote falso pegado sobre su cara hablando en una mezcla de español aprendido a base de telenovelas centroamericanas con una fuerte tonada alemana. 
    —¿Nos conocemos? ¿La invitación era para mí? ¿Qué hace esa gente ahí? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué da vueltas la rueda? ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué vuelan los pájaros? —lo bombardeé con preguntas que recibió con una amplia sonrisa que usó para ignorarlas. 
    —Cuando las puertas estén por cerrarse —dijo—, corremos y nos colamos en el salón. 
    —¿Para qué? 
    —Para fastidiarlos, como la última vez —respondió. 
    —Claro —dije—, como la última vez —me gustaría saber de qué estaba hablando pero se concentró tanto en la puerta del salón de convenciones que nada de lo que hice logró distraerlo. 
    Me senté en el suelo de baldosas sucias a esperar a que fuera el momento, o que sucediera cualquier otra cosa. Pero no fue hasta que no estuve a punto de quedarme dormido que no sentí un empujón seguido de un perentorio: 
    —¡Vamos! ¡Ya! —que no me puse a correr. 
    La puerta con cierre automatizado casi me arranca un pie pero logramos escabullirnos en la oscuridad del fondo del salón y sentarnos en dos de los múltiples asientos vacíos de las últimas filas. 
    A decir verdad no eran muchas personas. El haber pasado horas viéndolos ir y venir e hizo pensar que serían muchos más, pero a lo sumo serían treinta personas con sus raros sombreros, nuevos algunos, un poco más viejos otros. Sobre una pantalla blanca se proyectaba un anuncio en el que se leí: “87° Reunión Anual de la Sociedad Samseana Unificada”. Eso me dio una pista y volví a mirar a mi acompañante. 
    —¿Franz? 
    —Bienvenido —dijo sonriendo ampliamente—. Cada vez que nos encontramos olvido lo de tu memoria. Lo cual es un poco irónico porque tú olvidas casi todo, como si fuera un sueño y no la realidad. 
    —Bueno. Te moriste hace unos cien años. Eso es real. 
    —Yo no me morí. Fue mi hermano. 
    —¿Qué hermano? 
    Me miró con fastidio pero algo lo hizo recapacitar, tal vez el estado de mi memoria, el cual también yo desconocía. 
    —Mi hermano gemelo fue el que murió en 1923. Y como todos los hermanos gemelos del mundo saben, cuando uno de los dos muere, el otro se vuelve inmortal. Al menos por un tiempo. 
    —¿Cómo? 
    —¿Leíste El retrato de Dorian Grey? 
    —Sí, cuando tenía doce años, como todos. 
    —Cuando tú tenías doce años Oscar Wilde todavía no había nacido. Pero te encargaste de contarle tu historia cuando lo conociste un poco después. Y él hizo que creyéramos que se trataba de un cuadro lo que te hacía inmortal —me miró a los ojos por un largo instante antes de continuar—. Pero los dos sabemos la verdad. 
    —¿Tuve un hermano? 
    —Sí, alguna vez. Nunca me contaste qué le pasó, ni cuándo. Luego comenzaron tus problemas de memoria —explicó y señaló mi cabeza—. Nos encontramos el día en que mi propio hermano acababa de morir, pero todos creían que había sido yo. Y luego sucedió esto —señaló hacia el frente del salón. 
    Mirándolos allí dentro y con ese cartel de fondo, los sombreros adquirían otro sentido, otro motivo para ser. Pero eso no los volvía menos ridículos. 
    —¿Quiénes son? 
    —Nadie importante. Unos aburridos que tomaron mi libro como si se tratara de un libro sagrado, la Torá, la Biblia, el Avesta, el Señor de los Anillos o alguno similar. Se juntan a interpretarlo, analizan palabra por palabra, como si fuera necesaria una exégesis semejante. Luego publican unos boletines con sus conclusiones —en este punto de la explicación Franz movió la cabeza en un geste de aceptación, o al menos no de completa negación—. Los primeros eran interesantes y divertidos, con los años comenzaron a repetirse y aburrirme. 
    —Claro… 
    —Por eso quiero destruirlos —concluyó apretando los puños con fuerza. 
    —Claro —repetí para decir algo—. ¿Pero cómo? 
    —Para esta convención estudié ventrilocuismo y proyección de la voz. Va a ser muy divertido. Voy a volverlos locos. 
    —Sí, muy divertido. 
    —Además, debajo de la mesa del centro hay una bomba casera. Así que —consultó su reloj—, tenemos veinticinco minutos y treinta y siete segundos para divertirnos con ellos. 
    Lo miré a los ojos y supe que no mentía. Llevaba más años de los que creía recordar coqueteando con la idea del suicidio, pero, por alguna razón, ya no me parecía una opción tan interesante. 
    —Comencemos —dijo sonándose los dedos de la mano—. Esta novelita está muy mal escrita. 
    Su voz sonó a la derecha del salón; todos los samseanos se giraron en esa dirección como si de un único cuerpo se tratara exclamaron: 
    —¡Blasfemo! —antes de lanzarse sobre uno de los incautos allí sentados. 
    —Anatema para el infiel —gritó el que dirigía la reunión. 
    Sentado a mi lado, Kafka no dejaba de reír a carcajadas. 
    El sudor, los nervios y el miedo hacían que me pregunte si aguantaría los siguientes veinte minutos. 

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En el N° 59 de la Revista Digital El Narratorio pueden leer el cuento: Desde las tierras calientes.

En el Blog el Lelefanteazul se publicó el cuento Ser como Odín.

Pueden pasar y leerlos cuando gusten. 

Fin del Espacio Publicitario.

15 comentarios:

José A. García dijo...

Como blogger no reconoce el formato de word, cosa que antes sí hacía (casi siempre), notarán que las líneas no están alineadas, sino que algunas parecen más corridas hacia la derecha que las demás.

Ya sabemos a quien culpar.

Saludos,

J.

Pd. Tampoco sabía lo de los gemelos.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un inmortal, o casi, con problemas de memoria. Que elemento tan interesante.
Y Frank Kafka como uno de esos inmortales.

Muy buen cuento.

José A. García dijo...

La cuestión de los inmortales que se salen de la "norma" de mantenerse sanos, jóvenes y fuertes ya la plantea Jonathan Swift en "Los viajes de Gulliver" en cuanto a los struldbrugs. Eso por un lado, todo lo demás debo de haberlo sacado de algún otro lugar Pero no sé de dónde.

Gracias por pasar y comentar!

Saludos,

J.

Manuela Fernández dijo...

Interesante y entretenido.
SAludos.

Tot Barcelona dijo...

A veces uno saca extrae un comentario de otro lado y no se acuerda de donde. Me ha pasado varias veces que he leído cosas interesantes y después, como no he apuntado el autor, no he sabido de donde lo extraí.
Salut

mariarosa dijo...

Desde O. Wilde a Kafka y Un grupo de personas imitando a Samsa... solo a José Garcia se le ocurren estas ideas.(habló de envidia)
Y yo me quedé pensando que le sucedió a los dos personajes de tu historia, pero como son inmortales, seguro se salvaron de que la maldición final.

Saludos.

Beatriz dijo...

ay, nanita! me daría miedo encontrarme con Kafka clandestinamente. Pero es solo suposición, igual y nos llevamos bien. En una de esas, hasta la memoria regresa. Ingenioso relato.
Saludos José.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La intrusión de Kafka en en tu cuento, hace más justa las razones de Kafka, y la justicia de este relato. Un abrazo. Carlos

Matías Altamirano dijo...

Kafka le da el toque...Muy bueno, Saludos José.

lunaroja dijo...

Qué buen relato! Muy impactante, tal como dice Demiurgo, el elemento del ser inmortal con problemas de memoria le da un toque casi místico,te diría.
Muy interesante.
Saludos

Dyhego dijo...

Óscar Wilde, Frank Kafka y vos, un buen trío.
Salu2 kafkianos.

Doctor Krapp dijo...

Curioso relato y si me permites la expresión con un toque de historia expansiva, muy judía. Además introduces a dos personajes grandes y venerables para darle más realce.

Saludos

lanochedemedianoche dijo...

Excelente poder leerlo, muy bueno gracias.
Abrazo

Frodo dijo...

Esperar afuera sentado, el momento de colarse en una reunión distinguida, es una situación por la que todo niño de clase media en el conurbano bonaerense de los noventas, alguna vez la ha pasado.

Abrazos

Mi nombre es Mucha dijo...

Interesante
me has dejado sin palabras
y hasta los locos
se hacen comentando los refinados
abrazos compatriota