domingo, 2 de febrero de 2020

Familia – La vida en la ciudad (1990 – Primera Parte)


Sería muy fácil decir que la década de 1980 terminó el 31 de enero de 1989 y que, luego de ese día, comenzó algo por completo nuevo, diferente. Sería muy fácil y, también, falso. A fin de cuentas lo único que se cambió fueron dos números en un calendario convencional, el ocho por un nueve y el nueve por un cero; la mayoría de las cosas continuaron siendo del mismo modo demorándose demasiado tiempo en intentar cambiar o, siquiera, dar señales de ello. Aún cuando el viento en ese sentido comenzara a soplar al principio de la década.
            La continuidad, la estabilidad de cualquier sistema señala su viabilidad; si el sistema se mantiene funcionando aún cuando parte de sus componentes ya no cumplen su función original, su rol indicado, o realizan sólo un porcentaje mínimo de las tareas asignadas, es sabido que no hay que modificar nada. Porque, de hacerlo, habría, necesariamente, que modificar todos y cada uno sus componentes; lo cual podría resultar más peligroso que cualquier otra posibilidad, además de poco beneficioso en la mayoría de los casos. Al menos ese es el pensamiento práctico argentino ante las dificultades que se generan en cualquier proyecto. ¿Funciona? Se queda. ¿Sabemos cómo lo hace? No importa. ¿Puede repararse cuando dejó de funcionar? Mejor. Ahorrar, a la fuerza, evitar los gastos y la inversión, siempre. Lo atamos con alambre, lo atamos, cantaban por ahí (aunque sin las eses finales).
            Tal vez por eso, para evitar los grandes cambios, bruscos y violentos, es que la familia continuó funcionando, durante los primeros años de la nueva década, del mismo modo en que venía haciéndolo desde la muerte de mi padre. Claro que hubo cambios, los inherentes a la edad; por ejemplo los cambios generados por el pasaje de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud, en el caso de mis hermanas; o de la juventud adulta a una adultez más cargada de responsabilidades y problemas, en el caso de mi madre. Cambios que volvieron a mi madre una persona silenciosa, cerrada, con mucho para dar, mucho conocimiento, práctico y moral, pero sin poder hacerlo.
            A esto debe sumárseles la mísera pensión por viudez, que mencioné antes, que cobraba del estado nacional, que apenas sí era suficiente para alimentar una semana a la familia; el resto había que rebuscarlo por otro lado. Es la razón por la que, acabada la de educación secundaria de mis hermanas, comenzaran prácticamente de inmediato a trabajar, de la manera que fuera para ayudar a solventar la economía familiar. De esta manera tan poco proverbial, el mundo cerrado de la familia se quebró, se rompió, se transfiguró definitivamente.
            La enésima crisis económica que atravesó el país entre 1989 y 1992 había tornado los trabajos legales, en blanco, en el marco de la ley, con prestaciones sociales y cierta estabilidad, en un bien sumamente escaso. Algo casi tan difícil de encontrar como un dinosaurio vivo que quiera dar una entrevista en un programa de televisión. ¿Conocen alguno? Hay quienes todavía creen que eso es posible.
Crisis económica que, como no podía ser de otros, volvió a llevarse los ahorros del viejo cascarrabias del abuelo materno que habían confiado una vez más en los mismos socios de antaño, como un ciclo que se repetía, se renovaba. Un ciclo que todos sabían de antemano cómo acabaría; todos salvo él.
            Los trabajos en negro, por horas, por bulto, changadores, jornaleros, personal de fatiga o los caminantes no dejaban de multiplicarse hasta el infinito; eran las categorías más bajas, con menor sueldo y mayor exigencia, de cualquier negocio. ¿Alguien se preocupaba por controlar esta situación? Si, por supuesto, alguien que sabía muy bien de qué manera mirar hacia otro lado, hacia donde estas cosas quedaban ocultas por la ausencia, o el exceso, de iluminación.
            En 1990 comencé la escuela primaria, en el turno tarde, y mi mayor problema era que, saliendo de la escuela a las 18 horas me resultaba imposible llegar a la casa para ver los dibujos animados que pasaban en la televisión entre las 16 y las 17 horas. Sólo años después, muchos años, los canales de TV se darían cuenta de tal error y pondrían, también, dibujos animados antes del mediodía y, en algunos casos, después de las 18, siempre antes de los noticieros; lo cual volvía un poco más interesante el final de la tarde.
            Ni hablar de cuando la televisión por cable, y no por antena, hizo irrupción en la casa y descubrí la existencia de la programación las 24 horas del día, todos los días de la semana, y en varios canales diferentes al mismo tiempo. Ya no eran solo cinco canales que cerraban su transmisión a las doce de la noche, sino que ahora tenía acceso a 85 canales (si es que no más), que trasmitían a toda hora. Sin embargo esa alegría, ese deslumbramiento, duraría poco tiempo. Tal vez sea porque nunca me consideré un espectador al estilo clásico ni nada semejante y  me aburría seguir horarios determinados y pautados de antemano y el andar todo el tiempo esperando a que se hiciera la hora de ver el programa que me interesaba y no encontrarlo más que un momento determinado. Podía aceptarlo, brevemente, en la escuela, y en ningún otro lugar; los horarios no eran lo mismo.
            El neoliberalismo explotó, con mayor fuerza, a partir de 1992. Todo el mundo quería, al parecer, cambiar, despertar, dejar de ser, adaptarse, al mismo tiempo. Como si aquello fuera fácil, como si fuera algo que pudiera hacerse con sólo pensarlo y sin esfuerzo alguno de nuestra parte (suponiendo que fuéramos de los que pretendíamos cambiar). Pero es sabido que nunca es sencillo cambiar, en realidad nada lo es. Muchos comenzaron a quedarse en el camino, viendo en ello algo así como un triunfo cuando en verdad se trataba de la peor de las derrotas posibles. Pero era una idea, económica, política, social y cultural (que sí existe, aunque lo nieguen), que acababa con todo y con todos los que se encontraban a su paso y carecían de la habilidad suficiente para adecuarse a su impronta. Todavía en 1995, con apenas doce años, nada de esto estaba claro en mi pensamiento, sino que pertenece a interpretaciones posteriores sobre los hechos que recuerdo de ese entonces. Pero eso no quita que no nos demos cuenta de este tipo de cosas aun antes de poder expresarlas.
Algunos cambios resultaban más evidentes: la infinita sucesión de negocios familiares del barrio que cerraban, por reformas, pero nunca volvían a abrir; casas de familias que se vendían y eran derribadas para construir dúplex o pequeños edificios de departamentos, donde más gente vivía en menos espacio; autos último modelo corriendo por las avenidas junto a colectivos (ómnibus) de la década de 1970, y que continuaban funcionando por obra y gracia de la casualidad; viajes al exterior disponibles en cómodas cuetos solo para algunos; tecnología al alcance de los demás, nunca de uno mismo. Detalles, ínfimos algunos, no tanto otros, que señalaban esos cambios, que ponían en evidencia la capacidad de adaptación de algunos pocos y las carencias de casi todos.
En ese contexto, me vinculaba con quienes pertenecían a mi generación por el simple hecho de asistir a una determinada escuela donde formaba parte de un grupo que, no solamente no había elegido, sino en el que carecía de cualquier sentido de pertenencia. Comprendí que una cadena no tiene por qué ser material, de hierro forjado por ejemplo, con grandes eslabones lastimándonos la piel de los tobillos, para impedir la libertad. Comprendí eso junto con la necesidad de no quedarme nunca demasiado tiempo en lugares en donde algo en mi interior, sea eso lo que sea, me decía que no pertenecía allí. Pero, como no podía ser de otro modo, saber dónde se pertenece, dónde se puede estar cómodo, y tal vez ser aceptado, es de las cosas más complicadas.


Aclaración: No conozco ninguna imagen que represente
mejor la primera mitad de la década de 1990 para Argentina. 
Escucho sugerencias para posibles cambios.
El de la foto es el ministro de economía del gobierno
 de turno (para quienes no lo conocen, sepan que los envidio).

19 comentarios:

José A. García dijo...

La fiesta siempre es para los demás. Y nunca parece tener final.

Saludos,

J.

Recomenzar dijo...

Traigo conmigo hoy azúcar de coco orgánica.
Me ha gustado tu texto.
No tengo imagen para la Argentina
en un mundo que está loco
Sos vos el de la foto

Eva S. Stone dijo...

Las crisis hacen estragos en todos los países... Los niños son ajenos a ellas, solo a veces.

Un beso en dibujos animados.

Una mirada... dijo...

Cuando se mira atrás no sólo brotan los recuerdos del pasado -vividos o recreados- sino la visión reflexiva de ellos desde el presente, que ejerce de notario…

He estado un par de días leyendo, desde el comienzo, esta semblanza, saga familiar o autobiografía -como gustes llamarla-. Muy, muy, muy interesante. E instructiva. Me ha recordado una reflexión que hacía Valle-Inclán sobre la memoria del pasado, asegurando que nada es tal cual sucedió o se vivió sino como es recordado después.

Salud(os).

lunaroja dijo...

Hola José!
Ya había dejado el país en el año 83,como te comenté en algún texto anterior. Esa crisis ( de las enésimas que hay desgraciadamente en nuestro país) No la viví. Es decir,la vivía narrada por mi familia, que quedó toda allá. Yo me vine sola a españa, mis hermanos,se quedaron "a remarla" (y lamentablemente siguen haciéndolo sin vistas a demasiadas mejoras) y todo se convirtió en un gigantesco Día de la marmota, un eterno dejâ vû.
NO sé como estarás ahora,que sos adulto, todavía en este texto eras un nene chico,pero supongo que con todo lo narrado hasta ahora,tenés perfecta conciencia de lo que sucedió siempre en nuestro país.
Me encantó este paseo por la época en que ya no estaba allá. Es una mirada diferente a la que siempre se tiene, más lúcida quizás,menos partidista.
Un saludo!

Laura dijo...

En las vacaciones de este año pasado pude comprobar muchas de las cosas que dices en primera persona. Buenos Aires me encantó pero fue como retroceder en el tiempo varias décadas.
Besos actualizados.

Frodo dijo...

Papel picado para todo el mundo, menos para uno que llegó tarde al carnaval carioca.
Los Redondos lo venían anticipando, cinco años antes ya nos habían cantado eso de "preso en mi ciudad (ah ja ja!)", pero claro, éramos muy jóvenes.
Aunque yo tuve algo más de suerte que vos. Salía a las 13 hs del colegio, así es como pude ver Alf, El Chavo o los 3 Chiflados, antes de hacer "la tarea" y salir corriendo a jugar a la calle.

Abrazo!

Frodo dijo...

Y esa es la imagen perfecta.
Dejame pensar cuál sería la de la segunda mitad de los noventa... ¿la foto de Carlos Saul con los Stones?

AlmaBaires dijo...

Leerte siempre me produce sensaciones encontradas y, hasta a veces, contradictorias. Hoy si me pongo a hacer el trabajo de mirar atrás como vos, veo a una adolescente que de forma pseudo inconsciente rompía con todo lo preestablecido para hacer su propio camino... que notaba como irremediablemente todo a su alrededor caía como castillo de cartas... Con los años tuve todas las certezas que ese había sido el principio de muchas fines. Diez años después, a la primera oportunidad de irme, lo hice... muchos dijieron que era otra más de mis locuras. Hoy, otros 16 años más tarde, sigo diciendo que fue la segunda mejor decisión de mi vida... porque, lamentablemente, hay cosas que no cambian nunca y, si lo hacen, es para peor.

Un beso.

Nastya Deutsch dijo...

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Cayetano dijo...

Siempre hay listos que vienen a salvarnos con sus recetas económicas. La necesidad de salir del agujero hace que muchos piquen y les voten. Cuando te quieres dar cuenta del juego, ya te han aligerado los bolsillos.
Un saludo.

Tot Barcelona dijo...

Jamás lograré comprender lo que le pasa a la economía argentina.
Era el único junto con Nueva Zelanda, con dos cosechas de trigo al año.
Pesos Argentinos. Australes, Bonos, Pacatones, Lecop, Peso Ley al igual de valor al dolar pero con un PIB mil veces inferior...

He pisado BsAs en varias ocasiones y diferentes quinquenios, y cada vez vez que pongo el Earht para ver algo, lo encuentro más deteriorado.
Así no se puede vivir.
Por via app me han dicho que el año pasado la inflación se fue hasta el 40%. No me extraña que la gente se canse de todo.
Salut

Ulisses de Carvalho dijo...

No soy una persona nostálgica y no me gustaría volver al pasado, pero una cosa es cierta: la ingenuidad que tenemos cuando somos niños es una especie de bendición. Los niños a menudo también son crueles, pero en general tienen una ingenuidad que los adultos han perdido con los años. Y como adultos, debemos tomar incluso el sol con las manos, todo depende de nuestras perspectivas. Un abrazo.

Ginebra dijo...

Una narración cercana y, a la vez, demoledora de Argentina con sus sucesivas crisis económicas que tienen los mismos efectos siempre para las mismas personas y que es similar a las de aquí o a las de allá...
Saludos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

A veces parece estar media vida en una continua paz y estabilidad y de repente todo explosionar, los cambios se suceden unos tras otros, supongo que soy bastante mayor que tú y lo veo ahora desde otra perspectiva a cuando yo también era joven...
Como bien dices no estoy son solamente unos números más que nada importa pero si es bastante significativo este paso de niñez a la adolescencia y luego a Juventud....
Y yo me encuentro ahora como tu madre, en una etapa que a veces es preferible callar porque te das cuenta que los hijos se tienen que estrellar solos
besos

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Una época complicada vivida en esos años en Argentina, crisis tras crisis ahogaban a las familias de clase media hasta llevarlas a situaciones como la que nos cuentas.
Saludos José.
Puri

Contratar Folklore dijo...

La Argentina, siempre muriendo y renaciendo a la vez...

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Hay algo que recalcas en tu entrada, y es la necesidad de acomodarse a los cambios y transformaciones del mundo. Cuando hablas de la insurgencia del neoliberalismo, que sugiere con las nuevas tecnologías una posmodernidad, y el desconcierto para unos cuántos, asumo que lo mismo debió suceder con la modernidad y las máquinas. Son cambios ineveitables, que dben ser aprovechados, para lograr eso que tanto se persigue, que es el bienestar general, la ciudadanía y el respeto por los derechos humanos. Un abrazo. Carlos

José A. García dijo...

Recomenzar: Gracias por pasar y por el comentario. No, el de la foto no soy yo (por suerte).

Eva S. Stone: Crisis que no son tales, sino que se las provoca desde afuera, y desde adentro también.

Una Mirada: Cada vez que repasamos un recuerdo creamos un recuerdo nuevo, nunca es lo mismo. Es extraño el cerebro. Gracias por las lecturas. Espero no haber defraudado.

Luna Roja: Esos cambios, lo de la década de 1990, todavía los estamos pagando. Y con intereses cada vez más altos.

Laura: ¿Sólo algunas décadas? Buenos Aires dejó de “avanzar” (si es que algo semejante es posible para una ciudad), hace mucho más que eso. Es una foto estática en el que la gente no se acostumbra a vivir.

Frodo: Si eras de los del turno mañana, en esa época, no puedo más que envidiarte. Todavía no pensé en qué imagen usar para esa parte de la década. Sigo buscando.

Alma Baires: El que pudo irse a tiempo lo hizo muy bien, el resto nos hundimos en dulce de leche repostero cada vez más espeso…

Cayetano: La peor parte es que siempre les creemos, aunque nos quieran vender dos veces lo mismo.

Tot Barcelona: Nunca, nadie, jamás, ni por error, comprenderá lo que pasa con Argentina. No pierdas el tiempo. Hay cosas mejores en las que pensar.

Ulisses: “Ingenuamente crueles”, suena al título de un libro de memorias de un asesino serial pre-adolescente… Me has dado otra idea…

Ginebra: Siempre afectan más a los que menos tienen, o a los que nada pueden hacer para protegerse de ellas.

Marie: La sociedad nos moldea, lo queramos o no, sin poder escapar de aquellos lugares en los que quieren dejarnos, o en los que nos permiten estar.

Dulcinea del Atlántico: Situaciones mucho peores, no lo dudes.

Contratar Folklore: Y nunca aprendiendo de lo que fue.

Carlos Augusto: Ante cada cambio social siempre hay beneficiados y perjudicados, pero en los últimos siglos, los beneficiados son siempre los mismos que, también, son cada vez menos. Y los perjudicados, que somos también siempre los mismos, también somos cada vez más. Esa es la parte de los cambios más difícil de aceptar.

Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,

J.