sábado, 16 de noviembre de 2019

Familia - Tíos (5/5)


Siguiendo un orden más bien caprichoso, el quinto de mis tíos es el hermano de mi madre. Tal vez porque es de quien menos cosas conozco le he dejado para el final; fue también quien menos herramientas tuvo en la vida para llegar a lograr nada, siquiera para salir del lugar en el que le dejara su padre, como comenté al hablar de mi abuelo materno. Aunque, claro, una persona que veía en un hijo algo más parecido a una bestia de carga que a un ser humano, y eso sólo en los días buenos, los cuales eran, como corresponde, los menos, no debería siquiera ser considerado como persona.
            ¿Qué puede contarse de una vida que se vivió tan en segundo plano que apenas se recuerda su nombre, o el timbre de su voz, o cualquier otro detalle? Siempre siguiendo órdenes, siempre haciendo lo que otro dice y espera que se haga, cuidando la cosecha o los animales de alguien más, siempre con la misma ropa remendada una y mil veces. Un hombre que creció sin saber que fuera de ese campo, de ese lugar que le tocara en suerte, existía algo como una vida por completo diferente.
            Si bien el cascarrabias del viejo transigió con la idea de que su hija, mi madre, asistiera a la escuela, distinta fue la reacción cuando la misma idea rondó en torno a qué hacer con el muchacho, mi tío. Acababa de cumplir los diez años y gracias si sabía escribir su nombre con un trazo inseguro y tembloroso, y leerlo, gracias al esfuerzo de mi madre. Los hombres no necesitan saber cosas inútiles como leer, escribir, y pensar, repetía su padre.
            Todo tiene un límite, y una niña no puede enseñar todo lo que se aprende en la escuela al mismo tiempo en que vive ese proceso de aprendizaje. En cansancio físico por el trabajo en el campo siempre es demasiado, incluso en los días en los que parece que no se está haciendo nada pero, en verdad, todo cuanto se hace siempre es necesario, siempre urgente, es para haberlo hecho ayer y no hoy por falta de tiempo. Siempre corriendo, siempre esforzándose. Siempre con la desazón de saber que nada de lo hecho será suficiente para recibir una palabra de aliento, un agradecimiento ni nada similar.
            ¿Qué pasa cuando lo único que escuchas es que eres un bueno para nada unas diez, o quizá veinte, veces al día cada día de tu vida? Ni siquiera los domingos, el sagrado día de descanso del señor que vive en la iglesia, es diferente. Debemos entender esto, cada día, todos los días, lo mismo. ¿Quién podría soportar lo mismo a lo largo de dieciocho eternos años? Que fue el tiempo en que la familia se mantuvo completa; pero continuó siendo del mismo modo luego de la partida de la hermana mayor.
            La principal diferencia era que, además de trabajar en el campo junto al padre, debía ayudar a la madre en las tareas domésticas, y hacerlo bien, sin fallar en el mínimo detalle porque un hombre fácilmente tiene que poder hacer ambas cosas. Y sin quejarse, ¿esta claro? Que por algo se ha nacido hombre y no caballo, ni mulo, ni burro ni, por supuesto, mujer.
            Trabajar de sol a sol en tareas que las máquinas existentes en las décadas de 1960 bien podrían hacer en menos tiempo, con menor esfuerzo y mayor ganancia. Pero el viejo cascarrabias, quien había perdido una vez más los ahorros de la familia en un negocio por demás difícil de justificar (algo que repetiría varias veces antes de acabar muriéndose), se negaba a comprar. Queja tras queja, que es lo mismo que decir día tras días, lo mismo; el cascarrabias ordenando y esperando que se cumpliera su palabra sin omisión del menor detalle, y el hijo, claro, detrás, cumpliendo.
            Los años pasan de ese modo, se deja de ser niño, se atraviesa la adolescencia, se llega a ser joven y luego se es adulto. Y nada por decisión propia, sino porque el tiempo continúa avanzando. Y entre ser un adulto y ser un viejo sólo existe un paso, máxime si el único modelo de persona que se conoce es ese hombre que trata a todo mundo como bestias. Que ningunea a quien se le pone delante sin comprender, ni aunque se le explique varias veces y con todos los detalles, que el único animal presente en la conversación no es su caballo sino él mismo. Dudo siquiera que quisiera hacer el intento por comprender.
            De esa manera tan brusca, tan antigua, el tío aprendió a arar la tierra porque era necesario hacerlo; aprendió a manejar un vehículo a motor porque a su padre no le gustaba hacerlo; aprendió a usar un tractor porque facilitaba el trabajo en los campos vecinos cuando había que trabajar para otros para pagar las deudas del padre; aprendió a cocinar porque, muerta su madre, alguien tenía que hacerlo, lo mismo que la limpieza, el orden de la casa, lavar la ropa y realizar, sin nunca atreverse a pronunciar una queja, el resto de los quehaceres domésticos.
            El sentido común dice que muerto el perro se acabó la rabia; nadie dice qué sucede con aquellos que fueron mordidos por el perro y vivieron muchos años junto a él. Imagino que, si no se les trata a tiempo, también acabarán por morir, de una manera u otra. Lamentable.
            El viejo era mucho más que el perro rabioso y furioso que muerde la mano que le da de comer, era la misma idea de la rabia personificada en un hombre altanero y de trato despectivo hasta el último de sus miserables días. La abuela fue la víctima inesperada, la persona que se acercó demasiado al perro sin percatarse de la espuma que rebalsaba su hocico y, cuando intentó una caricia tierna, éste le mordió el brazo (o cualquier otra parte del cuerpo). Nadie se ocupó de la abuela luego de que fuera mordida; el mismo perro que la atacara se encargó de alejar a los demás, de hacer más profunda una soledad que de por sí, ya era terrible.
            El mismo perro que, muerta su primera víctima encontró otra para que ocupara su lugar. Hasta que, el perro, luego de tantos años de generar dolor, tristeza y desolación en los corazones de quienes lo conocían, decidió morderse a sí mismo y morir de una vez y para siempre. Se murió bien muerto para liberar del yugo de su presencia, al hijo, a la hija, a sus nietos y al universo entero.
            Pero cuando finalmente se murió el viejo, era tarde para intentar ser alguien, ser uno mismo, ser por sí mismo. El perro ya no estaba, la rabia desaparecía, pero cincuenta años a la sombra de tamaña persona opaca cualquier vida, no importa lo inteligente ni lo bueno que seas o pretendas ser, esa sombra es tan grande que apenas sí existe la idea de la luz a su alrededor.
            En el campo, las cosechas se sucedían una tras de otra, por suerte ahora había otra tecnología, otras técnicas, otros productos. Pero alguien debía aún hacer el trabajo, y cuidar la casa, y dejarse llevar por la inercia de una vida vivida cada día del mismo modo. Las palabras son inútiles para quien nunca aprendió a utilizarlas, pero también para quien sólo posee esas mismas palabras para hacerlo, o intentarlo; y tan difícil como lograr que un sordo se comunique con un ciego, resultaba comunicarse con el tío en los últimos años. Poco a poco fue haciéndose uno con el silencio, como una presencia, como alguien que se encuentra a tu lado pero tienes que mirar más de una vez para asegurarte de que sea cierto. Allí, en algún lugar, se perdió mi tío, el hermano de mi madre; uno de los pocos miembros de esa generación de la familia, a la que podría haber recurrido, de haber tenido el tiempo para ello, para llenar los huecos que aún persisten en la historia familiar.
            En el caso en que realmente estuviera interesado en hacerlo.
            Pocas veces conté con la presencia de alguno de mis múltiples tíos y tías en los cumpleaños de mi infancia y, aunque supiera cómo reclamar todos los regalos no recibidos en esos años, como alguna vez pensé hacerlo, ¿de qué me servirían hoy?


Aclaración: Ni este hombre se parece a mi tío, 
ni las instalaciones que se ven en la fotografía 
se parecen el lugar en el que lo obligaron a vivir.

20 comentarios:

José A. García dijo...

Algunas vidas duelen más que otras.

Nos leemos,

J.

Tot Barcelona dijo...

Siendo cierto que "...Los años pasan de ese modo, se deja de ser niño, se atraviesa la adolescencia, se llega a ser joven y luego se es adulto...", no es menos cierto que el hombre tiene tres edades: la cronológica, la física y la mental.
Hay quien las lleva conjuntas, pero no son mayoría, como se pudiera pensar.
Por lo que parece, tu tio se adaptó, y supo sobrellevar una situación que no le era cómoda.
No todos lo logran
Salut

AlmaBaires dijo...

Y ésta al leerla, duele muchísimo.

Saludos.

Amapola Azzul dijo...

Creo que te sienta bien escribir para romper tanto silencio y también liberar emociones guardadas.

Un beso.

Ginebra dijo...

El abuelo era un ser siniestro y lúgubre, una lástima compartir la vida con él, como le ocurrió a la abuela y a sus hijos/as. Este tipo de seres deberían vivir en soledad "por mandato existencial"... pero no sé cómo, siempre se las apañan para engatusar a alguien, alguna víctima y formar una familia a quien machacar.
Saludos

lunaroja dijo...

Oh José, me he sentido muy identificada con este relato. Especialmente las últimas dos frases. Te reflejan como ese niño que aún pervive en algún rincón de tu alma.
Me ha enamorado esta saga genealógica, escrita con tanto talento como sensibilidad.
Un abrazo.

Frodo dijo...

Al final es mejor hacerte mierda en la ruta, de repente a esto. O tal vez no.
En todo caso somos lo que hacemos con lo que han dejado de nosotros mismos.

Bart simpson le ha llegado a reclamar a su abuela todos los regalos, con intereses e impuestos.

Abrazo!
¿vas por los primos?

unjubilado dijo...

Estás describiendo casi a la perfección a un tío mio.
Puedes ver una foto suya y una mía de aquella época, en un post titulado "Las andanzas de un estudiante de vacaciones IV"
Saludos.

Cayetano dijo...

Lo dicho: a algunos les robaron la infancia. Muy triste, además de injusto.
Saludos.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Cuánto puede el árbol genealógico para despertar el imaginario creativo. Un abrazo. Carlos

Alís dijo...


Y yo empecé la historia por el final.

Algunas vidas no merecen ser llamadas tal. Es con historias como la de tu tío que quiero creer en la reencarnación, en que habrá otra oportunidad en el futuro. O tal vez las hubo en el pasado, y ahora tocaba pagar por ello. De no ser así, en uno y otro sentido, no es justo que haya vidas así.

Interesante relato. Intentaré hacerme tiempos para leer las otras entregas.

Muchas gracias por visitarme y dejarme pistas hasta este tu espacio. Ha sido un gusto leerte

Un abrazo

Guillermo Castillo dijo...

José, de esa ilustre genealogía, podrían salir unos personajes para recrear otras historias. No para plagiar sus textos, pero sí para tener en cuenta ciertos rasgos de esas personalidades.
Saludos.

José A. García dijo...

Tot Barcelona: Lograr que las tres edades avancen al mismo tiempo es lo que nunca aprendemos de la mejor manera. De eso estoy seguro.

AlmaBaires: Cierto, aunque sé que no ha de ser peor que muchas otras.

Amapola Azzul: Para aprender a olvidar, más que nada.

Ginebra: Así es, siempre logran convencer a alguien de que ellos no son el problema.

Luna roja: Nunca dejamos de ser niños, algunos lo olvidan, otros lo ocultan un poco mejor.

Frodo: A veces sí, lo mejor es irse rápido y sin mirar atrás. Falta un poco más para llegar a los primos.

Un Jubilado: No tengo dudas de que mucha gente ha vivido cosas similares, algunos lo sabrán llevar mejor, otros no tuvieron tanta suerte.

Cayetano: Injusto, creo, es el apelativo adecuado.

Carlos Augusto: Puede y, al parecer, mucho.

Alis: Algunas vidas no hacen más que transcurrir en un eterno “ya mejorará” que todo el mundo sabe que en realidad es un “continúa empeorando”.

Guillermo Castillo: Un vida es una vida, dicen, y más acciones de los hombres no hacen más que repetirse. No será plagio, será tributo a quien lo haya vivido.

Saludos y gracias por sus comentarios.
Nos leemos,

J.

ANNA dijo...

Gracias por tu visita y aportacion al blog
te lo agradezco mucho
cuidate
Besos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Me ha recordado la historia de tu tío a la de mi padre, que estuvo en un orfanato y fue lo único que no pudo estudiar....
cosas de familia....
Besos

Doctor Krapp dijo...

Cada vez me siento más incapaz de juzgar cualquier vida, ya que solo vemos la imagen que nos da y hay vidas que no son escaparate, que se nos escapan, vidas que parecen anónimas y en las que corren pasiones poderosas. Al contrario hay vidas en que son como de cartón piedra, aparentes sin ser nada.

Saludos

Mara dijo...


Lo cuantas tan bien, que la triste y dura historia de tu quinto tío, con la sombra alargada y cruel del padre siempre a su lado, me ha parecido hermosísima. Saludos.

Kinga K. dijo...

Q tristeza ♥

José A. García dijo...

Anna: Igualmente, gracias por la visita.

Marie: Las familias son raras, es cierto.

Dr.Krapp: Cada vida es única, y sólo es posible comprenderla cuando se la conoce al detalle. Cosa que no sucede siquiera con la propia.

Mara: Gracias. No siempre es fácil contar algunas cosas.

Kinga K: Cierto. Gracias por tu visita.

Nos leemos,

J.

Mujer de Negro dijo...

A medida que te he ido leyendo en este recorrido de tu[mi] familia, me he detenido en incontables ocasiones porque hay cosas que se asemejan al entorno, al día a día, me siento afortunada de haber cortado ese círculo nocivo, así tuviera cincuenta u ochenta años, lo volvería a hacer
Me has tenido pensando, analizando, recordando
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