domingo, 1 de septiembre de 2019

Cedro (Ni siquiera el olvido es eterno)


Las arenas del desierto regresaban a su sitio cada vez que las removía con la pala; una y otra vez. Se sentía inmerso en uno de los habituales castigos cíclicos en la antigüedad.
            —Esto es imposible —dijo luego de intentarlo una vez más. Se quitó el sombrero de corcho y secó su sudor con la manga de la camisa. El sol caía perpendicular sobre su cuerpo y el calor del mediodía apenas sí lo dejaba pensar en otra cosa que no fuera continuar.
            Clavó la pala en la arena para marcar el lugar y salió del pequeño pozo que había logrado hacer. Caminó unos pocos pasos y se encontró bajo la sombra del improvisado toldo.
            —¿Ya lo encontró? —preguntó la mujer cuando lo sintió acercarse, sin apartar la mirada de la pantalla de su computadora portátil.
            —¿Es una broma? —respondió él—. Cada palada de arena que quito vuelve a meterse en el maldito agujero. No podré hacer nada solo. Necesitamos ayuda.
            —No —fue la lacónica respuesta de la mujer.
            Pensó en responderle de manera poco caballeresca insultándola en los idiomas que conocía y también en otros que no conocía. Pensó en regresar a la ciudad. Pensó en abandonarla, definitivamente, en medio del desierto. Pensó, también, en el dinero, y no respondió. Se acostó en la sombra bebiendo de la cantimplora casi vacía mientras buscaba algo para comer.
            —Seguiré cuando baje un poco el sol… —respondió a la silenciosa pregunta de la mujer. Podía ver sin dificultad como el viento devolvía la arena al cada vez más pequeño pozo que le llevara la mayor parte de la mañana abrir—, con tanto calor ya no recuerdo qué hacemos aquí.
            Con fastidio y desagrado la mujer dejó de teclear y lo miró de reojo. Mientras siguiera allí, junto a ella, hablaría todo el tiempo y le impediría concentrarse; ya se lo había hecho ayer, durante el primer día de la búsqueda, no podía permitirse perder nuevamente todo un día, debía completar el informe para enviarlo, sin falta, al atardecer.
            —Buscamos el sarcófago del sumo sacerdote del reinado del faraón Amenemhat, fundador de la Dinastía XII de Egipto. Ya se lo he dicho —respondió acomodando los lentes sobre el puente de su pequeña nariz.
            —Realicé una pequeña búsqueda antes de aceptar su ofrecimiento —dijo escupiendo la arena que el viento le metía en la boca mientras hablaba—, y la tumba de ese Amenloquesea, está en su pirámide y los funcionarios más cercanos al rey se los enterraba siempre cerca de su tumba. Por lo que aquí debe de haber otra cosa.
            —Nunca se encontró el sarcófago de este sacerdote. Cayó es desgracia apenas unos meses antes de la muerte del Faraón y huyó de la corte llevándose todos sus secretos —dijo la mujer irguiéndose en la incómoda silla buscando una postura que no le molestara tanto, sólo habían traído el equipo extremadamente necesario, y lo que pudieran cargar, y la comodidad no entraba en ninguna de esas dos opciones—. Presumiblemente para enterrarlos consigo, como era la costumbre en ese entonces.
            —Estamos en medio de la nada —interrumpió poniéndose de pie—, si lo que sabía era tan importante podría haber elegido otro lugar para morir. Uno en el que no fuera tan fácil de olvidarlo.
            —Esa afirmación es cierta solamente en parte. En la actualidad aquí no hay más que desierto, en la antigüedad parece haber sido diferente; las imágenes del radar satelital muestran que debajo de la arena existen varias formaciones minerales del tamaño de una residencia, así como otras formaciones no minerales. Una de ellas de las dimensiones adecuadas para tratarse de un sarcófago. Recuerde que los egipcios los fabricaban de cedro porque consideraban que su madera duraría toda la eternidad. Por lo que su cuerpo estaría al resguardo de la corrupción y del paso del tiempo, protegido por el cedro, al que consideraban poseedor de ciertas propiedades especiales —su voz sonaba como la de una catedrática explicando un tema que conoce a la perfección; lo único que desentonaba era el lugar elegido para la clase.
            —¿A qué viene todo esto? —preguntó atontado tanto por el calor como por la cantidad de palabras.
            —¿No lo entiende? Cedro… Es decir…
            —Si, si. No mineral, perfecto —dijo levantando lo hombros—, pero también puede ser otra cosa. La madera se fosiliza, no lo olvide.
            —No lo será.
            —¿Por qué está tan segura? ¿Qué sabe usted que la hace diferente de las generaciones anteriores de buscadores de tesoros, egiptólogos, charlatanes, especialistas de cualquier tipo y los desquiciados, que se hayan internado en este maldito desierto?
            Se miraron en silencio. Él sabía que ella no respondería porque dudada de que tuviera alguna respuesta para darle. Ella sabía que no respondería porque, dijera lo que dijera, no creería en respuesta.
            —Como quiera —dijo él entregándose una vez más al abrazo del sol del desierto tras arrojar la cantimplora vacía a la arena—, es su dinero. Pero le aseguro que no lo encontraremos. Sin en verdad existió, lo han olvidado, para siempre.
            —Al contrario —susurró la mujer—, lo encontraremos, porque ni siquiera el olvido es eterno —agregó antes de volver su atención el trabajo todavía pendiente en la computadora.


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18 comentarios:

José A. García dijo...

Si ni siquiera el olvido es eterno nunca podremos salvarnos...

Saludos,

J.

José A. García dijo...

¿Salvarnos de qué?
¿Acaso sabes algo que el resto de nosotros no sepa?

Suerte,

J.

José A. García dijo...

No, no, no sé nada más allá de lo que vos mismo sabes, así que en esto no puedo ayudarte.

Saludos,

J.

Ulisses de Carvalho dijo...

Sim, porque nem o esquecimento é eterno (e até mesmo o sol um dia morrerá). Siga!

Abrazo.

Cayetano dijo...

Mucha arena queda por barrer y desplazar. Al final, la intención es lo que cuenta... aunque no encontremos al sacerdote. Siempre resultará positivo. Al menos se habrá hecho ejercicio.
Un saludo.

jfbmurcia dijo...

Nos pasamos la vida buscando.
Saludos.

lunaroja dijo...

Una excelente alegoría de la eterna búsqueda del ser humano, creo que desde que nacemos algo nos impele a buscar, desde que tenemos uso de razón.
Muy buen relato,tal y como nos tenés acostumbrados!
Saludos!

Recomenzar dijo...

Me levante no podia dormir me comi dos panes y ahora me vuelvo a dormir

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

El cuento nos puede llevar a varias interpretaciones, así se dé palos de ciego: uno, las mujeres son obcecadas; otro el que busca, es mentira que encuentra, y acullá, es la hermosa metáfora de la caja china: el hoyo, siempre será tapado. UN abrazo, desde mi cubil colombiano. Carlos

Dyhego dijo...

Una gran fe es lo que tiene esa señora, jajaja.
Ojalá encuentre lo que busca.
Salu2.
Me pondré al día poco a poco.

Ginebra dijo...

La eternidad como característica del cedro. Lo preferimos vivo, como el de la foto, que transformado en un mueble o un sarcófago, como ocurre en tu relato.
Saludos

Manuela Fernández dijo...

Una historia encriptada. "Si el olvido no es eterno..." Yo como de imaginación no me quejo me da por pensar que la mujer no es que sepa, es que recuerda.
SAludos.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

El que busca en el desierto lo que encuentra es arena, y la prueba es que tu protagonista ya lleva comido una poca.
La mujer busca algo que ni ella misma sabe que existe, una paradoja se mire como se mire.
Un saludo Jose A.
Puri

serafin p g dijo...

Una buena idea bien vale un relato, un bello relato por cierto, radiante de sol, tan oportuno para estás épocas de frío que todavía no se van...
salute!
Sera

mariarosa dijo...


Paciencia José, la vida es una continua busqueda, ¿de qué? y yo ya tengo demasiados años para complicarme con esas preguntas. Buen trabajo.

mariarosa

Frodo dijo...

J, usted es diabólico. Esa seguidilla de comentarios de sus otros J me ha sacado de foco. Pero aunque quieras distraernos y hacernos creer que es un cuento pesimista, le encuentro muchísimo optimismo.

Abrazo

José A. García dijo...

José: Muy ciertas tus palabras. Pero como dice José más abajo. ¿Salvarnos de qué?

Ulisses: Hay que continuar, eso es cierto.

Cayetano: Y quemado toxinas. Además, no estoy seguro de que hubiera habido agua en esa cantimplora.

Jfbmurcia: Sin encontrar nada la mayor parte del tiempo.

Luna Roja: Por algo inventamos la brújula pero nunca aprendemos a usarla.

Recomenzar: Es una solución posible para casi todo.

Carlos: Y podemos continuar enumerando interpretaciones que, sin lugar a dudas, todas resultan interesantes por igual.

Dyhego: Habrá que seguir cavando para encontrar algo.

Ginebra: También lo prefiero vivo, pero se lo ha utilizado de muchas maneras a lo largo de la historia.

Manuela: Interesante. Tal vez conoció al sacerdote.

Dulcinea: La paradoja de la vida, nacemos sin saber por qué, vivimos sin saber cómo y morimos porque no hay otra forma de salir.

Serafin: Comenzaba a extrañar tus visitas por estos pagos. Gracias por el comentario.

María Rosa: Por suerte ahora tenemos internet para que la búsqueda sea más sencilla y rápida, ¿o no?

Frodo: ¿Pesimismo?

Saludos a tod@s.

Nos leemos,

J.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

no sabía que se puede fosificar la madera... que curioso 🤔
y la frase "ni siquiera el olvido es eterno" me la guardo para mi 😉
besos