sábado, 18 de mayo de 2019

Abeto (Cuando, por las noches…)

Cuando, por las noches, finalmente me detengo, inevitablemente vuelvo a pensar en ti. Ya ni siquiera soy capaz de fingir lo contrario; tampoco hago el esfuerzo de negarlo. Dejé de contar los días, las noches, las lluvias, los veranos, que han transcurrido desde tu partida porque también el mundo se detuvo en ese entonces. Solamente el abeto que plantamos juntos continúa como si nada hubiera cambiado.
Sí, hablaré del abeto porque es más fácil que mencionar cualquier otra cosa de las que suceden por las noches en este lugar.
            No ha dejado de crecer, ¿sabes? Tanto que durante el día oculta con su sombra lo poco que queda del hogar con supimos construir. Hoy ni siquiera me atrevo a ingresar allí, y no porque se haya ido desmoronando poco a poco, sino porque conozco cada detalle de lo que sucedió en su interior.
Por las noches, cuando finalmente me detengo, luego del trabajo del día, oculta en parte las estrellas que marcarían tu camino de regreso. Lo sé y no puedo hacer nada al respecto.
            Miento, una vez más. Podría talar el abeto y despejar los cielos nocturnos, contemplar las estrellas y marcar las constelaciones que inventamos en nuestras primeras noches aquí creyendo que nos guiarían a lo largo de todo el universo. Aún es posible ubicar las más brillantes de ellas, pues continúan casi en el mismo sitio a pesar de todos los movimientos, y reconstruir el camino que hemos recorrido juntos o por separado. Pero dudo que sirviera de algo más que para distraerme momentáneamente.
            Jamás hubiera creído que de aquella diminuta semilla pudiera crecer, en apenas un palmo de tierra fértil, árbol tan grande, tan alto, tan grueso, tan fuerte y con tanto para dar. Sería un crimen, si es que no algo peor, el talarlo. Ello me condenaría a la misma soledad de la que, de una forma u otra, pretendíamos escapar.
            Aunque es cierto que, después de todo, la soledad no resultó ser tan terrible. No era tan mala idea el tener un espacio para la introspección. Claro que era la única opción posible ayudada por el silencio apenas roto por el susurro del viento en las ramas del abeto, o por los golpes de los ocasionales trabajos que realizo junto con las pocas máquinas que continúan funcionales.
He solucionado la mayor parte de los problemas que me atormentaran a lo largo de mi vida; es cierto que en la mayoría de los casos era suficiente con dejarlos de lado. En otros, en cambio, se requería más trabajo. Pero tenía todo el tiempo que quisiera para ello entre esperar tu regreso y el incesante crecer del abeto.
            Practiqué, hasta que logré hacerlo bien, aquellas cosas que no sabía hacer. Adquirí habilidades por completo nuevas para mí y necesarias para sobrevivir en este sitio tan inhóspito.
Me siento alguien completamente diferente a quien era a tu partida; sé que no querrás creer en mis palabras, por lo que te evitaré la enumeración de mis escasos logros, mis limitaciones y los problemas que fueron surgiendo; es cierto que en la mayoría de los casos era suficiente con dejarlos de lado esperando a que se solucionaran por sí solos o desaparecieran sin más.
Comienzo a repetirme; algunas cosas continúan tal y como siempre lo fueron.
Como las excusas que envía la compañía minera cuando recuerda que continuamos perdidos en este asteroide que, de manera imprevista según todos sus cálculos, escapó de su órbita habitual. Renuevan sus promesas de rescate en cada breve comunicación que logro captar con los obsoletos restos de anteriores campañas de extracción que encontramos aquí, los que de poco servían y con los que debimos apañarnos durante años. Sé, también, que no han encontrado la cápsula de rescate en la que pretendías alcanzar el puesto de seguridad más cercano, aún cuando la misma no estuviera preparada para un viaje semejante. Por eso todavía confío en que volverás a mí.
Pero tengo que confesarte algo que solo hace unos pocos días pude poner en palabras: He perdido las esperanzas en que la compañía cumpla con su palabra de ayudarnos. Lo más extraño de toda esta situación es que esto sucedió mucho tiempo después de darme cuenta de que tus promesas eran, también, una mentira.


La imagen tal vez no se note, pero es un abeto, de noche.

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19 comentarios:

José A. García dijo...

Desconozco qué tan bueno ha de ser eso de que algunas cosas nunca cambien...

Quizá nunca lo sepamos en verdad.

Nos leemos,

J.

Cayetano dijo...

Un superviviente el abeto, se mantiene vivo pese a todo. ¿No será de plástico como esos que venden para Navidad?
Saludos.

AlmaBaires dijo...

Yo creo que todo, absolutamente todo, cambia... o al menos cambiamos nosotros y nuestra manera de ver aquello(s) que nos rodea.

La foto es especial, muy buena.

Un beso.

Frodo dijo...

Buen giro argumental de los últimos párrafos.

Siempre es bueno que las cosas cambien... pero no mucho (a menos que se busque una revolución y se agan cargo de las consecuencias)
De todas maneras, más tarde o más temprano, la muerte pondrá las cosas en su lugar... uufff creo que esta página ya me ha contagiado su estilo

Abrazo J!

Frodo dijo...

Ah, abeto... a Beto dejalo tranquilo

(perdón, fue inevitable)

lunaroja dijo...

Muy interesante el giro de la historia, cuando lo que se prevé es otra cosa distinta.
No dejas de sorprender,José.
Me encantan tus relatos!

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Descoloca el giro que das a la historia en los últimos párrafos, un texto con un trasfondo sorprendente.
Da mucho para reflexionar.
Saludos Jose

Recomenzar dijo...

yo no creo por ejemplo que los barrios cambien nosotros cambiamps a diario saludos

unjubilado dijo...

Bonito relato, un cambio inesperado trastoca la idea que tenía sobre lo que nos tratabas de contar.
El abeto rojo, que es el que existe en el Pirineo, donde voy a descansar muchos fines de semana, tiene una vida muy longeva y una altura de 20 a 50 metros, pudiendo alcanzar perfectamente los 60 y aguanta muchos tipos de clima.
Es el árbol por excelencia de Navidad.
Saludos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Un relato una fascinación, y más si hay un centro de gravedad (el abeto), para señalar la soledad, no importa en que hueco del universo. Si las cosas cambian, es porque uno cambia. Un abrazo. Carlos
Gracias por su paso por mi blog: lajorobadelcamello.blogspot.com/

lanochedemedianoche dijo...

No hay mucha posibilidad de cambios, cuando en realidad la vida nos marcó el sendero al que nunca dejaremos de recorrer.
Abrazo

Doctor Krapp dijo...

De lo intimo a lo estelar en rara y sutil combinación.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Y por no hablar de ella saliste por los cerros de Úbeda....
A veces ni cambiando de tema podemos evadirnos del problema....
Besos

Raul Ariel Victoriano dijo...

La soledad y el silencio que se logra sentir en la pequeña atmósfera en la que crece el abeto es mágica. Tu blog es un sitio para aprender a narrar, un lugar donde uno siente que podría conseguir un poco de la poderosa imaginación que tienes. Excelente relato, José.
Ariel

Amapola Azzul dijo...

La soledad no es mala si uno es feliz.

Besos.

Enca Gálvez dijo...

Amigo, y que mejor que compartir la soledad con la naturaleza... Encantada de leerte de nuevo, un gran abrazo.

Manuela Fernández dijo...

No me esperaba el final, creí que el protagonista había matado a la chica y la había enterrado bajo el abeto (creo que tengo que ver menos películas de intriga). Se me antoja un montón de reflexiones: la soledad, las promesas incumplidas, la frialdad de las empresas, el rescoldo del amor... Un lujo de texto. Gracias.

Amapola Azzul dijo...

Pero no hay que perder la esperanza, la esperanza es buena compañía para el corazón.

Bs.

Miguel Angel Morata dijo...

Excelente blog...
Abrazo.