sábado, 7 de octubre de 2017

Imprevistos científicos


Resulta factible rastrear, en la historia de la literatura, y en la historia de la historia, diferentes vertientes filosóficas, dramáticas, cómicas y ensayísticas que han hablado sobre la posibilidad de la materialización de los sueños. A lo largo de la existencia del hombre como hombre, es decir, como homo sapiens-sapiens, se trata de una de las tantas ideas que se repiten a sí misma. Podemos culpar a los griegos, por las dudas y porque siempre se encuentran al inicio del pensamiento occidental, aún cuando hayan tomado todo de oriente. También podríamos culpar a los romanos, por haberse copiado de los griegos. Otra opción es culpar al romanticismo, en referencia al movimiento político y filosófico del siglo XIX y no al otro sentido de la palabra. El cientificismo, el positivismo, las redes antisociales, los signos del horóscopo crepuscular, o cualquier otro que se nos ocurra, también pueden ser señalados como posibles culpables. Pero lo cierto es que la culpa no era más que nuestra.
            Anhelábamos saber lo que se sentiría descubrir que nuestros sueños se cumplían de la noche a la mañana. Así, de manera literal; despertar, por ejemplo, mañana lunes, y ver que lo soñado el domingo era parte de la realidad. La ciencia, después de todo, había progresado tanto que en algunos aspectos resultaba bastante similar a la magia, como bien lo predijera Arthur C. Clarke.
            Estábamos avisados, quienes  supiéramos entender la jerga específica de las publicaciones científicas digitales a las que solo accedían un puñado de universidades en el mundo, de que estaba pergeñándose algo semejante. En algún laboratorio universitario de uno de esos países que tienen la suerte de poseer aún financiamiento para sus experimentos, habían logrado descifrar y dar materialidad a las Ondas Deltas —las ondas que emiten nuestros cerebros mientras dormimos—. A partir de la conjunción de energías electromagnéticas acumuladas en servo-conductores desperdigados en torno los durmientes, transformaba dicha potencial energía en materia real.
            En un primer momento se había experimentado con plantas, sin obtener resultados aparentes. En un segundo momento del experimento se había procedido de igual manera con mamíferos pequeños, roedores de diferentes tamaños, simios, mamíferos de tamaño medio, indigentes de las grandes ciudades y estrellas del espectáculo en decadencia. En la mayoría de los casos se había obtenido la materialización inmediata de diferentes tipos de alimentos y objetos necesarios para resolver situaciones de tipo problemáticas que atravesaban los soñadores en pleno estado onírico. Al menos es lo que se dio a conocer sobre los casos referentes a los mamíferos superiores —al metro y medio de altura.
            El problema se presentó cuando personas de inteligencia medida por la acumulación de títulos universitarios aceptaron finalmente someterse al experimento. Dormirían pues, la mayor parte de una noche, rodeados por servo-conductores que acumularían la energía emitida por sus ondas deltas mientras se encontraban bajo la supervisión de un equipo de científicos que analizarían sus funciones cerebrales, movimientos inconcientes, efluvios corporales y cuestiones similares que mejor no mencionar.
El nivel de inteligencia, estaba por demás claro, elevaría el nivel de los resultados del experimento; pues un cerebro altamente entrenado para el trabajo científico y la abstracción, no caería en la simpleza de proyectar alimentos o herramientas básicas. La ecuación era sencilla, a mayor inteligencia, mejores resultados.
            La materialización de maquinarias, sustancias y elementos químicos desarrollados en el sueño adelantaría, a una velocidad inigualable, el progreso indefinido de la ciencia. Al menos, eso es lo que creían todos y cada uno de los técnicos, publicistas, desarrolladores, inversores, decanos universitarios y científicos asociados al proyecto. Pero, más allá de creerlo, esperaban que sucediera de este modo y devolver el favor general de la sociedad a la ciencia, tan vapuleada luego de su atroz incapacidad para darnos automóviles voladores en el año 2000 —y en la actualidad también.
            Por cierto, en el caso de que lo dudaran, el experimento salió bien. Demasiado bien. Lograron materializar los sueños de uno de aquellos académicos voluntarios.
            Pero habían olvidado el pequeño detalle. El detalle de que, después de todos esos años de estudios, los científicos eran, a pesar de lo que ellos mismos pretendían ser, humanos y, de vez en cuando, y motivados por una infinidad de factores aleatorios, los humanos podemos tener sueños tan anodinos y aburridos como las mas pesadillas más brutales.
            Nunca nadie se había imaginado cómo serían las pesadillas de un doctor en física cuántica. Es sólo que ayer, ahora, mañana, ya era, de por sí, tempranamente tarde para evitar que no suceda lo que sucedería de todos modos en la mañana de su próximo despertar.

8 comentarios:

José A. García dijo...

Hubiera preferido que pusieran a dormir no a científicos, sino a escritores de diferentes géneros.
Los sueños de Lovecraft serían, sin lugar a dudas, sumamente perturbadores.

Nos leemos.

Saludos y Suerte,

J.

JLO dijo...

Si durmieran futbolistas hubiese sido peor 😏

jfbmurcia dijo...

Qué interesante estudio y qué interesante entrada. Saludos.

Frodo dijo...

Y ni te digo los periodistas deportivos

Que pongan a dormir a gente divertida y siniestra, que se yo, un Pity Álvarez, Pipo Cipolatti ponele o Marta Minujín.

Abrazo!
PD: levantaste el domingo, tal vez porque el post salió tempranito. Por la tarde se te da por lo apocalíptico

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Me parece totalmente absurdo y horrorosos, porque no todos los sueños son buenos
besos

Nino dijo...

Hola, José:
Me encanta tu relato: está escrito de una manera sucinta, que se asemeja a la de un informe divulgativo que acompaña a la publicitación de un experimento científico.
No suelo recordar mis sueños, pero –por lo que creo saber- son de los proyectan alimentos y situaciones básicas. Son bastante previsibles.
Un abrazo, José.

Joaquín Galán dijo...

Los sueños son caprichosos y no existen clases entre ellos,como se demuestra al final del artículo.Cualquier tontería durante el día puede dar lugar a un recital onírico inimaginable,como todos sabemos.

Interesante.

Saludos y gracias por la visita a mi blog,aunque de ello haga ya bastante tiempo.

serafin p g dijo...

Leyéndote, se me vino el recuerdo de la conferencia que Borges (Graciela) dio sobre las pesadillas, especialmente la parte en que explora sus límite con la realidad y la coherencia mental.

Saludos!
Sera