domingo, 30 de abril de 2017

Rutinario


La rutina, como excelente y única consejera necesaria, marcaba su vida. Bien sabía que debía ser de ese modo, ya que sus años de experiencia y construcción de la misma se lo habían hecho comprender. Una rutina que cubría hasta el menor detalle de su minúsculo porvenir. Nada quedaba por fuera; todo estaba debidamente organizado y orquestado en la perfección de la constante repetición. Sabía a cada instante lo que sucedería, incluyendo la sorpresa de lo habitual y de lo regular, de lo que es para siempre igual.
            Los días iguales, los finales de semana perfectos, sus acciones y actividades no se veían alteradas ni por el clima ni por lo imprevisto; al menos así lo creía desde su juventud, cuando estableció en torno a su persona la paz de la rutina. Y la vida había fluido junto a él sin apenas tocarlo, sin dejarse afectar. Regularidad, repetición, resistencia, antes que nada.
            Pero, por supuesto, ningún orden ha de ser eterno; la perfección no ha sido creada para que perdure. Aun cuando suele pensársela de ese modo.
            Es la razón que explicaría, entonces, por qué, ese fatídico miércoles, el cartero entregó la correspondencia media hora más tarde lo habitual. Intentó explicarle a ese hombre, que lo miraba con algo que se parecía a la rabia, al fastidio y, también, al desprecio, de la importancia de recibir esas cartas a un horario determinado. No existía una razón valedera que justificara dicho retraso. Un insulto zanjó el intercambio sin resolución alguna al problema planteado.
            Las palpitaciones en su pecho demoraron en calmarse luego de que el cartero se retirara de su portal; su cuerpo no se encontraba preparado para ese tipo de —malos— tratos. Debía tomar la medicación, lo sabía, pero aún no era la hora de hacerlo.
            Tuvo que suspender sus actividades regulares con el fin de preparar las respuestas adecuadas a esas cartas y llevarlas, a primera hora de la tarde, hasta la Oficina de Correos. Algo que hacía, puntualmente, cada miércoles al comenzar el atardecer. Escribió, pues, rápidamente sus respuestas, temiendo olvidarse de algo de todo cuanto pretendía decir en ellas. El reloj avanzaba, al parecer, a una velocidad superior a la acostumbrada ese día; sabía que no era posible, pero lo sentía de ese modo.
            Al salir de su departamento para despachar las cartas, cruzó su camino con el almacenero del barrio, de pie junto a la puerta de su negocio como cada tarde, contemplando con algo más que lascivia a las mujeres que pasaban por allí y… ¡Horror! Era miércoles y no llevaba su camisa blanca.
Al contrario, estaba usando una de color diferente, de un feo bordó oscuro, sumamente alejado del blanco que debería de estar utilizando.
            Su corazón volvió a palpitar con fuerza. ¿Había tomado la medicación?
            Se acercó al almacenero para explicarle sobre la importancia de cumplir con las rutinas diarias y que si los miércoles anteriores durante los últimos años había utilizado una camisa blanca, debía, necesariamente, respetar dicha rutina, sin cambio alguno porque en verdad no había razón valedera para un cambio tan drástico.
            El almacenero le hizo saber que no tenía por qué entrometerse con su forma de vestir, ni con ningún otro aspecto de su vida, sino quería que él mismo, el almacenero, se entrometiera con las partes privadas de su anatomía. Algo que haría no precisamente de manera agradable. Así mismo, le dio a entender que lo mejor era que siguiera su camino lo más rápidamente posible sino quería ser víctima de violencia que no respondiera únicamente a una mera expresión retórica.
            Utilizó otras palabras, está por demás claro, pero el sentido se comprende de igual manera.
            Realizó el resto del camino sintiendo un ardor en su pecho que apenas podía disimular; y que no parecía querer disminuir. Faltaba poco, entregaría los sobres al correo, pagaría las tasas municipales por la utilización del servicio —mientras se debatía entre la opción de presentar o no una queja por el retraso sufrido, ya que no formaba parte de su habitual visita a esa dependencia— y regresaría, de manera perentoria, a la tranquilidad de su hogar, catapultándose directamente a su rutina, y a la espera de que el miércoles próximo no se repitieran semejantes situaciones.
            Claro que, como marca el sentido común, los problemas se presentan siempre de tres en tres. Alguien, alguna vez, se lo había dicho así, y fue incorporado a su rutina, claro, sin mucho estudio al respecto.
            Sobre la puerta, cerrada, de la Oficina de Correos, un cartel en grandes letras negras manuscritas decía: Oficina cerrada por desinfección.
            Leyó esas cuatro palabras al menos media docena de veces buscándole sentido, razón, motivo, causa o consecuencia; pero nada de todo ello tenía lugar en su pensamiento. Aquello no podía estar sucediéndole a él, a nadie, ni siquiera por error. No era posible, su rutina así se lo decía.
     La pesadez que sintiera a lo largo de todo el día lo venció, lo derrumbó y, allí mismo, junto a la puerta cerrada de la Oficina de Correos, comenzó a llorar en medio de la gente que ni siquiera se percataba de su ingente desesperación.

16 comentarios:

José A. García dijo...

El problema es que ya nadie mira a los demás, por eso nadie se percata de lo que sucede a los otros, ni siquiera a los más cercanos, mucho menos a los desconocidos. De allí, entiendo, que sus lágrimas no hayan causado impacto alguno.
Al menos así lo creo.

Saludos,

J.

José A. García dijo...

Hola, J. Gracias la visita y el comentario.

Tu explicación se acerca, en parte, a lo que pensé al memento de escribir éste texto. Pero antes de dar mis justificaciones y explicaciones voy a esperar a que otros lectores también comenten.

Nos leemos,

J.

la MaLquEridA dijo...

Somos individuos antes que seres humanos. El Yo como forma de violencia. Después los demás si queda tiempo y ganas. Nadie notó nada en ese individuo porque él no formaba parte importante de la ruina de nadie. O igual, los otros se encontraban llorando su rutina propia, rota.



Un abrazo

José A. García dijo...

"El yo como forma de violencia"

Excelente frase Malquerida... Lo mejor de esta entrada.

Gracias.

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Lo que se dice el efecto mariposa, la gran excusa de los meteorologs para sus fallas en pronosticar el clima. Y sospecho que les suela pasar lo del protagonista de tu relato.
No es fácil ser desorganizado. Algún personaje de historietas habría concluido que la única respuesta cuerda es la locura.

censurasigloXXI dijo...

Ya no sé si me interesa mucho lo que lloren los demás, debo estar acorazándome hacia el interior, más si cabe...

Lo que no entiendo es al tendero ¿Cómo se le ocurre al hombre ponerse en miércoles una camisa bordó? Hay sucesos que se escapan a mi lógica, creo que yo hubiera llorado con amargura ante tal visión propiciada. Espantoso.


MUUUUACS

jfbmurcia dijo...

Antes o después nos damos cuenta de que, por mucho que queramos controlarlo todo, la vida lleva su propio camino. No somos tan importantes como nos creemos. Un saludo.

Frodo dijo...

Es el texto más triste que he leído este miércoles.
Sin embargo, que hayas contestado tu propio comentario, hizo salir de la rutina tu clásico comentario después del texto, y me ha sacado una gran sonrisa.
Ud. sabe!

Abrazo J.

gla. dijo...

Es verdad que nadie mira a nadie en estos tiempos en que vivimos
Sumergirse de ese modo en una rutina que en realidad solo lo afectaba a él aunque él creía que los otros seguían esa rutina (la de él) lo llevaba directo al la desesperación...al llanto
Yo particularmente yo no me llevo con una rutina lógica...para mi nada es lógico
Me dio un poco de lástima porque estaba tan solo
Y si...el relato es triste porque refleja un mundo entero de soledades y rutinas
Un abrazo

Enca Gálvez dijo...

Gran relato, me gustó leerte. Saludos

AdolfO ReltiH dijo...

VA UNO LEYENDO, Y VA UNO VIENDO LAS IMÁGENES.
EXCELENTE LO QUE HACES.
ABRAZOS

mariarosa dijo...


¡Pobre hombre!

Debe ser terrible vivir en la rutina, he conocido algunas personas rutinarias, pero nunca como tu personaje.

mariarosa

BEATRIZ dijo...

La rutina es una forma de morir, como podar cada retoño de planta nueva. Una especie de locura, no en vano causan sospecha los días que se parecen unos a otros.

Saludos.

taty dijo...

Puede pensarse en la rutina como una cárcel, pero también como un refugio: esa última fue mi impresión sobre tu personaje, tratando de lidiar con el desorden del universo.

Un abrazo.

Amapola Azzul dijo...

Tendríamosc que mirarnos màs todos.
Un beso.

José A. García dijo...

Gracias, como cada semana, por las lecturas, comentarios e interpretaciones sobre todos éstos textos, ayudan mucho a continuar escribiendo y leyendo.

Saludos y Suerte,

J.