domingo, 19 de febrero de 2017

El Intervenido

En la habitación, blanca, impoluta, desinfectada y con olor a nada, el intervenido descansaba lo mejor que le era posible entre los restos de la anestesia que comenzaba a desvanecerse y las primeras puntadas del nuevo dolor. Lo habían depositado sobre una de esas camas sumamente incómodas que sólo se encuentran en los hospitales o en las habitaciones de alquiler para dormir por horas. Ambos lugares de paso, al menos la mayoría de las veces.
            —Mi pierna duele —susurró.
        Por la expresión del médico que utilizaba la cartilla de temperaturas para hacer dibujos obscenos cada vez que descubría un error en su sudoku, no era la primera vez que el intervenido decía algo similar.
           —Ya lo hemos hablado —respondió sin mirarlo, pero no había otra cosa que hacer allí dentro.
            —Mi pierna duele —repitió el intervenido.
       —Es una sensación. El cuerpo tardará un tiempo más en adaptarse. El dolor es residual, se le pasará, usted lo sabía desde antes de la intervención.
            —¿Qué hago mientras tanto? —preguntó, con un tono de voz más lastimero aún, el intervenido.
            —Pruebe haciéndose hombre —respondió el médico, con fastidio, consultando una vez más su reloj, faltaba poco para que pudiera salir del hospital sin ser sancionado por retirarse otra vez antes de hora—. Espere a que se le pase. Al menos usted sobrevivió.
            —Es fácil decirlo, es mi pierna…
         —Era su pierna —interrumpió el médico apoyando una mano sobre la sábana que cubría el espacio vacío donde debería de encontrarse la extremidad mencionada—, ya no lo es más.
        El intervenido, con los últimos resabios de la anestesia diluyéndose en su sangre miró la mano del médico, miró su cuerpo, miró el techo de la habitación, sintió su dolor, real como la ausencia, reconoció el desinterés del médico en su situación, y la forma en que debería reacomodar su vida a partir de mañana.
            Esperó hasta que la bata blanca enfiló hacia la puerta antes de volver a hablar.
            —Pero… —murmuró cerrando los ojos y apoyando la cabeza sobre la almohada para disimular las lágrimas—, era mía.

12 comentarios:

José A. García dijo...

Pero qué molesta sensación...

Saludos,

J.

la MaLquEridA dijo...

Obvio al médico no le duele porque no era la suya. Insensibilidad de los batas blancas fastidiados como muchor por la vida vacía que llevan. Así la vida, muchos como él.



Un abrazo

Dyhego dijo...

José:
¡qué médico más falto de sentimientos!

mariarosa dijo...


Ese maldito médico, no todos son así, sabe que el paciente siempre va a sentir su pierna, aunque ya no la tenga.
Es un relato doloroso, lo viví con mi viejo y te puedo garantizar que el paciente no se acostumbra nunca a que su pierna ya no está.
Le pica, le duele, pero es sólo una sensación.

mariarosa

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que médico tan desagradable. Y carente de empatía o sea un psicopata.
Saludos, colega demiurgo

BEATRIZ dijo...

Debe haber sido un médico militar. Yo he conocido en mi vida bastantes doctores civiles y no tratan así a los pacientes, pero en realidad, desde un punto de vista es un relato bien hecho, aunque deja muchas preguntas para muchos otros relatos ¿va?

Saludos.

Celia dijo...

Es fortísimo. Muy buen relato, estremece.
Un abrazo.

Geraldine, dijo...

muy descriptivo, pienso en mi pierna,,,algo escuché alguna vez acerca del miembro fantasma...buena semana!

Frodo dijo...

El famoso miembro fantasma.
Fuerte relato, crudo. Y me pregunto cuál es el dolor más grave que uno puede sentir. Tal vez saber que hay cosas que son para siempre, irreversibles. El dolor de saberse mortal.
Escena digna de La Montaña Mágica

Abrazo!

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

perder algo nuestro es difícil, si es aún más de nuestro cuerpo, debe ser horroroso
besos.

Xindansvinto dijo...

Ese médico no sabía dorar la píldora. Aunque también los hay que no saben hacer más que eso. La fatalidad de caer en sus manos y no siempre poder salir corriendo.

Salud (nunca mejor dicho).

José A. García dijo...

Gracias por los comentarios de tod@s, enriquecen mucho un texto que quedó demasiado flaco, demasiado sin explicación...

Nos leemos,

J.