sábado, 28 de mayo de 2016

Año Dieciséis, Semana Cuarenta y Cinco

Mi mundo es cada vez más pequeño. Al menos así lo parece y se siente en estos momentos en los que me resulta imposible verlo de otro modo.
Será cuestión de los años que han ido sucediéndose, de los últimos cambios sucedidos o que quizá crecer signifique también un poco eso, que las fronteras se encuentran cada día más cerca. Sea como fuere, el mundo se ha vuelto más pequeño y lo que hubiera querido disimular ya carece de verdadera importancia. Las cosas han sucedido de ese modo y el tiempo continúa avanzando pero es imposible hacerlo retroceder.
Las amistades menguan hasta desaparecer, esfumándose en la rutina y los planes siempre postergados, los horarios desfasados, los trabajos por entregar, las fechas que cumplir, y obligaciones que se imponen como el primer objetivo. Después de tanto tiempo estoy dispuesto a aceptar que Stepehn King tenía algo de razón cuando dio a entender en su cuento El Cuerpo, del libro Las Cuatro Estaciones (en base al cual después hicieron la majestuosa Cuenta Conmigo) que nunca volveríamos a tener amigos como los que tuvimos a los doce años de edad. La amistad no está pensada para los adultos; la diversión siempre la vemos desde afuera. Como en esas películas norteamericanas en las que la gente se la pasa de fiesta en fiesta, de cóctel en cóctel y nunca se los ve hacer nada productivo.
La familia es un reflejo difuminado en un espejo desconchado. Se la tiene cerca todo el tiempo menos cuando realmente se la necesita para saberse vivo y sobreviviendo al vacío de la existencia sin éxito que nos tocó por culpa de la frasecita mediocre de Andy Warhol, que no era más que una mentira de alguien que se acostumbrara a vender eso mismo porque había gente dispuesta a creerle.
Los ocasionales compañeros de trabajo que pocas veces aceptan salirse de ese lugar, incluso encontrándonos fuera de horario y que de lo único que saben hablar es de trabajo, trabajo y más trabajo. El horario de trabajo ya terminó, cambien de tema, hablen de otra cosa, vuélvanse interesante, sino no sirven, están demasiado incrustados en el sistema, demasiado asimilados. En el trabajo no hay pasión, solo cansancio. Hagan algo más o mueran, sin pena ni gloria, pero con mucho dolor, eso sí.
Las vacaciones no son ya el espacio para disfrutar algo que allí no se encuentra. La playa siempre esta sobrepoblada de gente necesitada de miradas ajenas (cuando no obscenas) y la montaña cubierta de basura abandonada por gente de mierda que se cree mejor que la naturaleza que le rodea. Un recuerdo brillante de un pasado idílico es lo que nos queda por recuperar, pero no nos encontramos en una ciudad en tinieblas ni cosa parecida, la ciudad no ha cambiado más que de fachada, nosotros hemos cambiado de raíz.
Nos cuestionamos para qué seguir, pero no dejamos de hacerlo. Para quién hacerlo cuando sentimos que nosotros mismos no somos suficientes ni siquiera para mantener un diálogo silencioso sobre el sentido de la vida, el universo y todo lo demás, el sexo, la literatura y la música, entre otras cosas. Es entonces cuando nada parece tener sentido. Pero, por las dudas, continuamos, porque quizá el panorama se aclare en algún momento el camino (pero lo dudamos).
Entonces el silencio hace su dramática entrada, el pasajero que miraba nuestro acontecer por sobre nuestros hombros no tan disimuladamente nota que su presencia es requerida. El silencio en el que voz alguna se escucha, porque nadie hay que nos recuerde, ningún deseo reprimido perdura, ningún latido de corazón cercano se deja sentir. Será que allí donde yace nuestro cuerpo no significa que realmente nos encontremos nosotros mismos.
O quizá sea que deba conseguirme un globo terráqueo más grande.


Sí, esta foto también es mía.

8 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Tanto buscar amigos, perseguir objetivos para que cuando todo acabe nada haya tenido sentido. Un abrazo (si encuentras fallos de escritura habrás de disculpar, el celular y sus letras pequeñísimas).

Chaly Vera dijo...

Es preferible quedarse rumiando pensamientos que salir en busca de un amigo con el cual la conversación gira por los mismos tópicos como disco rayado.

Saludos

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Entiendo eso de sentir que se ve la diversión desde afuera, cuando se la ve.
Lo de Stephen King tiene sentido pero no es necesariamente cierto. Tal vez se pueda tener nuevos amigos como esos.
Puede ser muy cierto lo que planteas de la familia.
Saludos.

Martha Barnes dijo...

José , escribís como si tuvieras los años que yo tengo .todo lo que pensás también yo lo pienso, pero , como te dije en otras ocasiones,finalmente,cuando nos bajemos de este mundo ,espero y quiero creer que aterrizaremos en alguna parte para seguir con nuestra evolución .bueno es un consuelo si no es así...ya lo sabremos.cariños Martha...(te espero en mi blog)

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En realidad, el mundo solo existe como percepción...

Amapola Azzul dijo...

El silencio a veces se hace grito. Besos.

taty dijo...

Todos continuamos y escribimos en nuestros espacios, buscando a los otros náufragos, tal vez esprando que nos suceda el milagro:

Walked out this morning
Don't believe what I saw
A hundred billion bottles
Washed up on the shore
Seems I'm not alone at being alone
A hundred billion castaways
Looking for a home

¿No es irónico?

Abrazos!

José A. García dijo...

Malquerida: Pocas, muy pocas, son las cosas que al final parecen haber tenido sentido.

Chaly Vera: La peor parte es darse cuenta de eso, de que somos, un poco al menos, un disco rayado.

Demiurgo de Hurlingham: Después de cierta edad, la amistad es un problema, no una facilidad.

Martha: Quizá lleguemos a algún lugar mejor, nunca se sabe.

Pedro Ojeda: Es cierto, por ello cada individuo lo ve y lo entiende a su manera. De allí que sea tan difícil entenderse con cualquier otro.

Amapola: Y el grito, otras veces, es silencioso.

Taty: Creo que la de Náufragos es la definición acertada para todo esto.

Gracias por las visitas y los comentarios.

Nos leemos,

J.