domingo, 15 de marzo de 2015

Un verano de otoño


Fue aquel el más otoñal de los veranos que recuerdo. No hubo en él días de playa, ni mucho menos noches en dicho en lugar. El sol parecía distante, frío, como un amor que comienza a resquebrajarse en su intensidad sin que ninguno de los implicados pretenda enterarse del cambio. Fueron muchas las explicaciones del por qué de todo aquello, aunque ninguna parecía lo suficientemente racional y metafórica como han de ser las verdaderas razones para cuanto ocurre en las vidas de las personas.
            Los científicos nunca supieron expresarse para que cualquiera, sin el menor grado de preparación, fuera capaz de comprenderlos. Los poetas, esa raza en extinción durante los últimos siglos, se habían vuelto tan hoscos y huraños, que su silencio decía mucho más de aquella situación que todas las palabras de las sucesivas ediciones de los grandes diccionarios de lenguas muertas.
            Tarde nos percatamos de todo. Si hasta de los sempiternos pinos caían las espinas mientras preferíamos no darnos por enterados.
            El solitario George se fue sin decir adiós. Cerró los ojos al morir porque dejaba un mundo mucho peor de lo que era cuando llegó a él. Y lo sabía, en su mínima pero infinita inteligencia, lo sabía. Nosotros seguíamos mintiéndonos para creer en nuestras explicaciones.
            El sol nos daba la espalda y la luna nos engañaba ocultando su verdadero rostro. Pero nada veíamos, continuábamos alimentando nuestro ego con patrañas y falsas esperanzas, con palabras de alabanza y fotografías en primerísimo primer plano.
            Vivíamos el fin del mundo porque nosotros mismos lo éramos. Aquello se acabaría con nosotros, y nosotros acabaríamos con ello. Aun cuando siguiéramos creyendo que la ciencia nos ayudaría, que sería nuestra aliada y podría, de un momento a otro, reemplazar a la naturaleza, en nuestro más íntimo fuero sabíamos que era imposible que sucediera de ese modo.
            Porque fue aquel el más otoñal verano que recuerdo y, cómo saberlo, tal vez fuera el último de ellos.

6 comentarios:

José A. García dijo...

Algunos dirán que hizo mucho calor, otros que llovió demasiado, pero el verano es cada vez menos verano...

Saludos

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿En serio? Yo diría que fue sofocante pero capaz que tenés otros datos que yo no tengo.
Inquietante relato y los personajes no saben a que se debe.

José A. García dijo...

Me aburren las historias en las que los personajes ya saben todo lo que pasó y cómo lo hizo y nunca se sorprenden porque están contadas en pasado.

Prefiero que el relato se vaya construyendo a medida que el personaje y el lector avanza, me resulta más interesante, más interactivo. De otro modo el lector podría no existir que la historia no se vería modificada en lo más mínimo.

Saludos

J.

BEATRIZ dijo...

Igual y vienen otros veranos otoñales...
Estoy de acuerdo contigo, son más interesantes las historias donde caben más posibilidades.

Saludos y feliz semana.

Martha Barnes dijo...

Tal como se ven las cosas ,creo que no te equivocas lo mas mínimo,Cariños Martha

la MaLquEridA dijo...

Me pondría a saltar mil veces si el verano se convirtiera en otoño. El verano agobiante insiste en no querer desaparecer.


Un saludo


(En los legendarios mis insomnios te trajeron a mi mente. Heme aquí a estas horas de la locura leyéndote. Por cierto hoy se celebra a San Josë o sea es tu santo, felicidades por ello, lo celebres o no).