jueves, 25 de julio de 2013

Visión


La ciencia lo descubrió por pura casualidad, como han de ser sin dudas la totalidad de sus descubrimientos. Estudiaban un extraño caso de tumor cerebral cuando dieron con el motivo, las causas y los límites de las predicciones. Si, suena ridículo, lo sabemos.
Ridículo y científico al mismo tiempo. Ridículamente científico, o bien, científicamente ridículo; cualquier opción en válida.
Se descubrió, luego de 15 años de trepanaciones, lobotomías y electroshocks selectivos, una extraña capacidad del cerebro humano para horadar en el futuro, para predecir, para hacer conjeturas, para redactar horóscopos y recordar recetas de cocina sin el menor esfuerzo.
Si se poseía una acumulación de células semicancerígenas sobre el córtex lateral, ya fuera esta acumulación provocada o congénita, comenzaba la magia de saber qué número saldría en la lotería, quién ganaría las elecciones arregladas de antemano o lo pésimas que serían las próximas bandas de reggaeton que llegarían al primer puesto de una lista que a nadie le interesaba.
Pero, principalmente, la capacidad de predecir se anclaba en la propia persona y su entorno, su ambiente, sus relaciones más cercanas, íntimas o impuestas por la sociedad. Todo estaba allí, al alcance del recuerdo.
El único límite que dicha capacidad parecía tener no era otro más que la propia muerte. El predictor, el enfermo terminal, era incapaz de ver más allá del momento de su muerte. Su capacidad no podía atravesar las brumas del no ser, del que no haya un cerebro funcional del cual recuperar memorias. Nadie podía predecir algo que ocurriría en cien, mil, o dos mil años; nadie veía más allá de su propio fin.
Sabido es que al gran público le interesan los hechos que lo involucran, triviales o no, pero nunca los acontecimientos personales. Por esto mismo, se cataloga de insanos a los que hablan sobre su propio futuro mientras que, quienes mienten descaradamente inventando finales de campeonatos, Apocalipsis, renacimientos y éxitos comerciales y cinematográficos, son aclamados como las únicas verdaderas ventanas a través de las cuales alcanzar el futuro.
Por eso, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que tenemos asegurado el futuro que nos merecemos.

6 comentarios:

José A. García dijo...

El mentiroso de la foto es: John Edward McGee, Jr.

Pueden buscar información sobre sus estafas y mentiras en google, donde las hay a montones.

Él pertenece al segundo grupo de personas que se mencionan al final del texto.

Saludos y Suerte

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me recuerda a Mundo de talentos de Philip Dick, donde un mutante puede viajar en el tiempo. Intercambiandose consigo mismo a distintas edades. El límite es la extensión de su vida.

Martha Barnes dijo...

¡Estoy de acuerdo,que cada uno,tiene el futuro que merece!!!Martha

Humberto Dib dijo...

Un texto que me deja pensando, ya que me permito abolir la capacidad del razonamiento lógico cuando leo un relato. Me deja pensando en que prefiero no saber nada del futuro, ni el mío ni el de los demás. Creo que lo de McGee te sirvió de disparador, pero el blanco a mí me apareció en otra escena.
Un abrazo.
HD

efa dijo...

siempre me interesaron las estafas, gran referencia, voy a buscar más sobre este tipo.
Vuelvo

José A. García dijo...

Demiurgo: Esa novela de Dick todavía no la leí, pero sé que le debo mucha de mi inspiración a la lectura de sus textos.

Martha: Algunos no pueden acceder ni siquiera a un simple presente, esa es la peor parte.

Humberto: Lo de McGee es para ilustrar a los mentirosos, la historia se me ocurrió por otro lado, pero no es un manifiesto ni cosa parecida.

Efa: Y esta es una gran estafa, si hasta la muestran en South Park y todo.

Saludos!

J.